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PEREGRINOS EN TIERRA SANTA: TRAS LAS HUELLAS DE DIOS-------------------------------
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Durante siglos, miles de personas de toda Europa dejaron atrás sus lugares de origen con la intención de iniciar un viaje hacia lo desconocido. Un viaje hasta Tierra Santa que algunos dejaron plasmado en sus escritos. No fueron pocos los españoles que –desde los primeros años del cristianismo– se aventuraron en tan arriesgada travesía para conocer los lugares santos mencionados en las Escrituras.
Tierra Santa en general y Jerusalén en particular han atraído desde hace siglos la atención de millones de personas en todo el mundo. Siglos antes de que la peregrinación hasta Santiago de Compostela cobrara fuerza y protagonismo, peregrinos de distintas nacionalidades, orígenes y credos ya habían iniciado el viaje hasta los Santos Lugares del próximo oriente. En el caso de los viajeros cristianos, el hecho que marcó la “explosión” de las peregrinaciones fue el descubrimiento de la supuesta tumba de Cristo a comienzos del siglo IV. A este suceso habría que añadir los escritos dejados por San Jerónimo –autor de la traducción al latín de la Biblia hebrea y griega–, quien seguramente influyó en el afán viajero de muchos devotos con sus textos relativos a los santos lugares.
Junto a los textos del santo, que vivió en Palestina entre finales del siglo IV y comienzos del V, se encuentran otros de vital importancia y que fueron escritos por algunos de los primeros peregrinos. Gracias a estos textos, aquellos que se aventuraban como peregrinos poseían una especie de guía repleta de consejos y descripciones para viajar hasta Tierra Santa. De este modo los arriesgados viajeros tenían en sus manos una ayuda con la que realizar una visita completa a los santos lugares y poder revivir así los acontecimientos de la vida de Cristo. Este es el caso de los textos redactados por el anónimo Peregrino de Burdeos y la religiosa española Egeria, que serían usados durante mucho tiempo por los peregrinos siguientes.
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EGERIASon pocos los datos que poseemos de esta audaz y valiente monja gallega. Al parecer, Egeria era la superiora de un convento o eremitorio gallego, que en el siglo IV d.C. tomó la decisión de viajar hasta los santos lugares para visitar en persona los paisajes descritos en el Antiguo y el Nuevo Testamento y describir después a sus hermanas todo lo que veía a través de una serie de cartas abiertas que forman su diario.
Aunque se desconoce el lugar exacto desde el que comenzó su viaje, parece claro que éste se encontraba en Galicia. La narración de su diario comienza en diciembre del año 383, y finaliza en junio del 384. En tan sólo seis meses recorrió miles de kilómetros, unas veces a pie, otras montada a caballo e incluso a lomos de un camello.
Su diario de peregrinación, Itinerarios, permaneció perdido durante más de quince siglos, hasta que fue encontrado en la ciudad italiana de Arezzo a finales del siglo XIX. Según se ha podido comprobar, este diario de viaje está incompleto, ya que faltan las primeras páginas del mismo. Además, su autora sólo recoge el segundo de los viajes de peregrinación que realizó a Tierra Santa, ya que según relata ella misma en el diario, realizó un primer viaje a Jerusalén del que desconocemos todos los detalles. Su diario personal describía aquello que observaba a modo de cartas para sus compañeras. Lo que no sabía es que estaba escribiendo la primera guía de viajes de la historia. Egeria era una mujer fuera de lo común, culta, conocedora de las Sagradas Escrituras y espoleada por la aventura.
Según ella misma confiesa: “Soy bastante curiosa” y a modo de filosofía de vida recalca: “No hay cansancio cuando se desea una cosa apasionadamente”. Es decir, vive el viaje y la vida con intensidad. En lugar de quedarse recluida toda su vida entre las paredes de un convento, glorificando a Dios con plegarias, decide echarse el mundo por montera e invertir sus bienes en conocer ese mismo mundo, paso a paso, con un buen libro, la Biblia, dentro del morral que le sirve de guía espiritual y geográfica en todo aquello que quiere y desea ver.
Es posible que fuese contemporánea de Prisciliano y quizá llegó a conocer sus doctrinas, ya que existen varios pasajes en sus escritos que parecen coincidir con la particular concepción religiosa del célebre hereje.
Y entre los años 381 al 384 empieza a comprender que el mundo es más grande de lo que le habían dicho o de lo que se había imaginado. Se puso camino hacia Jerusalén, pero haciendo parada y fonda en todos aquellos lugares que le llamaran la atención o en el que pudiera encontrar algún recuerdo bíblico. En su viaje atravesó el sur de la Galia (hoy Francia) y el norte de Italia; cruzó en barco el mar Adriático. Es seguro que llegó a Constantinopla en el año 381. De ahí partió a Jerusalén y visitó los alrededores: Jericó, Nazaret, Galilea, Cafarnaum… señalando meticulosamente templos y santuarios. Uno de los valores etnográficos añadidos que tiene su Itinerarium es que describe los ritos y las ceremonias que presencia, lo que permite conocer la liturgia y los cantos de la primitiva Iglesia cristiana.
Durante su peregrinación, Egeria visitó templos, eremitorios y los más variados escenarios bíblicos. En cuanto se encontraba en los lugares descritos por las Escrituras, la monja gallega se detenía para leer y meditar los pasajes correspondientes a ese lugar.
A lo largo de su peregrinaje, Egeria también fue encontrándose con las supuestas reliquias correspondientes a distintos pasajes del Antiguo y el Nuevo Testamento, y así lo anota puntillosamente en su diario de viaje. Así, la monja gallega vio conmovida su alma al contemplar la piedra sobre la que Moisés quebró las primeras Tablas de la Ley, el horno donde los israelitas fundieron el becerro de oro o la zarza ardiente a través de la que Dios se manifestó y, que según la monja, aún seguía viva y continuaba echando brotes. En Jerusalén, por ejemplo, Egeria pudo visitar la columna en la que supuestamente habían azotado a Jesús y que “aún conservaba algunas marcas dejadas por el cuerpo de nuestro Señor”.
Se dice de ella que su energía era inagotable, no así la de sus acompañantes que no podían aguantar su ritmo.
Otro de los pasajes más interesantes es descrito durante su viaje por tierras sirias, en concreto a la ciudad de Edessa. Allí Egeria puede contemplar las cartas originales que según la tradición habrían intercambiado Cristo y el rey Abgar, y llega a hacerse con una copia que conservará como reliquia. Según el relato del obispo de Edessa –“hombre santo” con quien Egeria conversó directamente– las cartas habían ejercido una protección milagrosa frente a los persas, cuando ante un inminente ataque de los mismos, una gran oscuridad invadió los exteriores de la ciudad impidiendo que llevaran a cabo la invasión.
En la ruta de Egeria no podía faltar una visita a Nazaret, y allí vio “una gran y muy espléndida gruta en la que vivió María y en la que se ubicó un altar”. La monja se refiere probablemente a la más grande de las cavernas consagradas en la gruta de la actual basílica de la Anunciación. Según la tradición católica romana, ése sería el lugar en el que el ángel Gabriel se apareció a María.
Además de por su interés descriptivo, el texto de Egeria resulta también de importancia por otras razones, pues ha ayudado a los investigadores a conocer algunos aspectos del cristianismo primitivo. Así, en sus anotaciones del mes de diciembre no hace mención alguna a la fiesta de la Navidad, y en cambio sí lo hace con la de la Epifanía, lo que demuestra que la primera festividad todavía no había sido instaurada en tiempos de la peregrina gallega.
Fuente | Autor : Javier García Blanco y Jesús Callejo
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SAN IGNACIO DE LOYOLADe soldado a sacerdote, de noble a mendigo, por mérito propio san Ignacio de Loyola protagonizó una de las vidas más atípicas e intensas de su siglo. De su pequeño pueblo natal fue capaz de conquistar Roma y desde allí el mundo entero, gracias a una Compañía de Jesús que nunca pensó fundar y que, como tantas otras cosas en él, surgió mientras peregrinaba sin rumbo fijo.
Nació en fecha indeterminada entre 1491 y 1496. Su apellido entroncaba con la alta nobleza guipuzcoana y también con una pequeña localidad colindante con Azpeitia, en la que la familia tenía su casa señorial, además de sus tierras y el origen de sus ingresos. Íñigo o Ignacio, como le llamarían sus allegados tras su prodigiosa transmutación, nunca conoció a su madre, que muy posiblemente murió durante el parto. Tampoco a sus abuelos, por lo que esa parte de calor familiar le estuvo siempre vedado. De su amamantamiento se ocupó María Garín, esposa del herrero de la localidad, y de su cuidado su padre, Beltrán de Oñaz. Era el menor de 13 hermanos y según el derecho consuetudinario vasco, únicamente tenía derecho a la parte legítima del testamento, quedando el resto para el primogénito vivo. Fue la primera lección de su vida: ser más implicaba tener más. Sus primeros años discurrieron como la de tantos otros muchachos, entre juegos, algarabías y travesuras. Existencia desenfadada que preocupaba a don Beltrán, el cual, sintiéndose enfermo de muerte, puso a su hijo al cuidado de un viejo amigo y familiar lejano, el Contador mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar. Este cargo, que hoy identificaríamos con el de ministro de Hacienda, situaba a su protector en una posición muy cercana al entonces monarca Fernando el Católico, otorgándole al joven Íñigo una ocasión única para introducirse en la corte y labrarse en ella su porvenir. El único precio: abandonar su pequeña y verde Gipuzkoa, para adentrarse en la vasta y seca Castilla. El nuevo hogar se encontraba en la localidad abulense de Arévalo, donde Íñigo fue acogido con amor por el matrimonio Velázquez y por sus doce hijos, que no escatimaron en darle todas las comodidades posibles y la educación exigible a su alcurnia. En aquella mansión conoció al rey Fernando, oyéndole en propia voz calificar a su padre ya difunto como “leal vasallo” y “perfecto caballero”, dos adjetivos que quedarían impresos en su mente por siempre y que guiarían sus pasos, primeramente para servir a la Corona española y años más tarde para servir, no a otro señor, sino al Señor. Pero no adelantemos acontecimientos. Durante su estancia en Arévalo, Íñigo se aficionó a las novelas de caballerías y también a las cuestiones amatorias y a las reyertas nocturnas, que en alguna ocasión desembocaron en pleitos con la Justicia. Uno de los procesos plenamente documentados lo sitúa en su localidad natal durante el carnaval de 1515, seguramente una escapada fugaz de Arévalo que terminó en trifulca sin especificar y que motivó la personación del Corregidor de Gipuzkoa, Juan Hernández de Gama, y la huida de Íñigo a Pamplona, donde fue arrestado y encarcelado. En este punto la documentación se pierde en divagaciones, pero es seguro que Íñigo logró escapar de la Justicia mediante algún ardid, regresando a la protección de Arévalo. Líos de faldas, peleas, ensoñaciones caballerescas… En aquellos instantes nada hacía presagiar que el joven modificara su carácter, pero la vida estaba a punto de hacerlo por él. Con la muerte del rey Fernando el 23 de enero de 1516 llegaba un joven príncipe desde Alemania llamado Carlos, que impuso a sus hombres de confianza en las tareas de gobierno, desalojando a los del anterior rey. Uno de los caídos en desgracia fue don Juan Velázquez de Cuéllar y por ende el propio Íñigo, que debió mudarse a la corte del duque de Nájera y virrey de Navarra, don Antonio Manrique de Lara. A las órdenes del duque de Nájera participó en el sofoco de las revueltas comuneras en la propia villa de Nájera y en Gipuzkoa, destacando por su valor en el combate, pero también por su nobleza, ya que jamás participó en saqueo alguno y siempre antepuso la palabra a la espada. La notoriedad alcanzada por tales gestas hacía presagiarle un futuro prometedor en la carrera de las armas, y a ella siguió dedicándose.
Fuente | Autor : Janire Rámila
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EL APÓSTOL SANTIAGOEl 25 de julio, día de Santiago Apóstol patrón de España, alcanza especial relevancia cuando cae en domingo y da lugar a la celebración del Año Santo Compostelano, lo que ocurrió en el año 2010. Con tal pretexto, podemos hacer un recorrido por la vida, historia, tradiciones y leyendas relacionadas con el Apóstol y su venida a España, que manteniendo todo su vigor han navegado a través de los siglos hasta llegar a nosotros.
El Apóstol Santiago el Mayor nació en Betsaida, Galilea, cerca del río Jordán, y falleció por martirio en Jerusalén en el año 44. Fue el hermano mayor del Apóstol Juan, e hijo del pescador Zebedeo y de Salomé. Se le suele llamar “el Mayor” o “de Zebedeo” para distinguirlo de otro Apóstol también llamado Santiago, hijo de Alfeo, y conocido como “el Menor” o “de Alfeo”. Su nombre original era Jacobo, del que derivaron otros nombres como Yago, Jaime y Diego, por lo que Santiago también es conocido como San Yago, San Jacobo, San Jaime o San Diego. Según muchos autores, existe la posibilidad de que su madre Salomé haya sido hermana de la Virgen María, en cuyo caso ambos apóstoles serían primos del Mesías.
Santiago fue uno de los primeros apóstoles llamados por Jesús, cuando junto con su hermano Juan se encontraba pescando en el lago de Genesaret (Mateo 4; Marcos 1; Lucas 5), fue uno de sus discípulos más queridos, y le que acompañó en diferentes ocasiones, como la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5; Lucas 8), la transfiguración del monte Tabor (Mateo 17; Marcos 9; Lucas 9) o la oración de Getsemaní (Mateo 26; Marcos 14). Por otra parte, tanto Santiago como Juan tenían fuerte temperamento, por lo que Jesús les llamó “hijos del trueno” (Marcos 3).
Cuando tras la muerte de Cristo y el Pentecostés, los Apóstoles se desperdigaron por el mundo para predicar el Evangelio, entran de lleno las leyendas y tradiciones que nos hablan de la venida de Santiago desde Jerusalén a Hispania cruzando el Mediterráneo. Según unas versiones, desembarcó en Cádiz, donde no tuvo un buen recibimiento pero logró convertir a algunos discípulos. Más tarde predicó en Granada, donde fue hecho prisionero con algunos seguidores, y terminó predicando por Galicia. Otras versiones dicen que tras pasar las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar), Santiago navegó a lo largo de las costas béticas y portuguesas para comenzar sus predicaciones por Galicia. También las hay que dicen que tras cruzar el Mediterráneo llegó a Tarragona, viajó por el valle del Ebro, y siguiendo la vía romana llegó a Galicia. Todas las versiones lo sitúan antes o después predicando en Galicia, aunque no existen datos históricos ni arqueológicos que corroboren su estancia en el noroeste de España. Aunque se sabe que la expansión del cristianismo por la Península Ibérica fue muy rápido y en el siglo II había importantes núcleos cristianos en las zonas bética y tarraconense, de su presencia en Galicia no hay constancia antes de mediados del siglo III.
Las tradiciones y leyendas también hablan de dos visitas de la Virgen a Santiago en España para animarle en su labor. Una fue en Muxia, en la costa de Galicia, donde María apareció en una barca hoy convertida en piedra. La otra fue en Zaragoza, donde apareció sobre un pilar de mármol y pidió a Santiago que en aquel lugar edificara una capilla, que con el tiempo se convirtió en la actual basílica donde es venerada la Virgen del Pilar.
Siguiendo con la tradición, tras haber permanecido en España unos 7 años, Santiago regresó a Jerusalén, donde, junto con otros cristianos fue hecho prisionero por el rey de Judea Herodes Agripa I (nieto de Herodes el grande), y fue degollado (Hechos de las Apóstoles, 12) en el año 44, con lo que se convirtió en uno de los primeros mártires cristianos. Fue entonces cuando de nuevo la tradición y las leyendas vuelven a escena, para contarnos como sus discípulos Teodoro y Atanasio huyeron de Jaffa en barco llevándose el cuerpo del Apóstol. Cruzaron el Mediterráneo, navegaron por el Atlántico, continuaron por la ría de Arosa y el río Ulla hasta Iria Flavia, y siguieron a pie hasta un lugar donde dieron sepultura al cuerpo del Apóstol en un arca de mármol y construyeron un altar.
Fuente | Autor : Marcelino González Fernández