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Rodolfo1971 escribió:Al reflexionar sobre las distintas denominaciones cristianas y su posesión sobre los lugares Santos, una de las que más me impresiona es la Basilica del Santo Sepulcro, allí creo que es una de las estructuras en sitio sagrado donde más se nota la convivencia plena entre La Iglesia Latina, Ortodoxa, Copta, Siriaca, entre otras. Un Plano del Santo Sepulcro sorprende por su multivariedad en las denominaciones, cada capilla o espacio pertenece a cada una de las diversas iglesias cristianas, no a todas, pero si a las más representativas en Tierra Santa, y saber como se logro tal distribución es algo que se supone no surgio en forma inmediata.
Investigando sobre el particular, consegui un concepto ya mencionado por el Padre Peter Madros en la conferencia del domingo 8 de septiembre y quise profundizar en el. Acá anexo lo que consegui.
Status Quo
"Status quo", o bien "Statu quo", como se suele decir en Tierra Santa o como aparece en muchas publicaciones- en su sentido amplio se refiere a la situación en que se encuentran las Comunidades cristianas de Tierra Santa en cuanto a sus relaciones con los gobiernos de la región.
Específicamente, el “Status quo” indica la situación en la que se encuentran las comunidades cristianas en los Santuarios de Tierra Santa: situaciones que se refieren tanto a la propiedad como a los derechos que tienen dichas comunidades, ya sea por sí solas, ya en relación con otros ritos, en el Santo Sepulcro, en la basílica de la Natividad de Belén o en la Tumba de la Virgen en Jerusalén.
La vida de los Santuarios es inseparable de los regímenes políticos de Tierra Santa que han conducido progresivamente a la situación en que nos encontramos hoy. Durante los siglos XVII y XVIII, griegos ortodoxos y católicos estuvieron en continua controversia por algunos santuarios (Santo Sepulcro, Tumba de la Virgen y Belén). Fue un período de “luchas fraternas e intervenciones políticas”. A través de estos sucesos dolorosos se llegó a la situación, ratificada con un firmán de fecha 8 de febrero de 1852, que se conoce con el nombre de “Statu quo”.
El “Statu quo” en los santuarios de Tierra Santa, especialmente en el Santo Sepulcro, determina los sujetos de la propiedad de los Santos Lugares, y más concretamente los espacios dentro del santuario, e incluso los horarios y tiempos de las funciones, colocaciones, recorridos y el modo de realizarlos, tanto en lo que atañe al canto como a la simple lectura.
Es necesario recordar que las comunidades que ofician en el Santo Sepulcro, además de los latinos, son los griegos, los armenios, los coptos y los siríacos y que para cambiar cualquier cosa es necesario contar con todas las comunidades.
Las comunidades del Sepulcro se regulan según el calendario propio de cada rito. En lo que se refiere a la comunidad católica, los franciscanos siguen las fiestas según el grado de solemnidad anterior a la reforma del Vaticano II, pues así lo determina el derecho alcanzado con el “Status quo”, con sus primeras vísperas solemnes, oficio matutino, misa y demás funciones ligadas a ellas (procesiones, incensaciones, etc.)
Para poder entender mejor la situación, es necesario hacer algunas consideraciones históricas. Inmediatamente después de entrar en Constantinopla, Mehmet II proclamó al Patriarca griego de Constantinopla como la autoridad religiosa y civil de todos los cristianos residentes en su imperio.
Desde entonces, las comunidades ortodoxas de Grecia, gracias a que se componían de súbditos del imperio otomano, pudieron llegar hasta Tierra Santa y ejercer una influencia cada vez más eficaz sobre los sultanes para obtener, en su favor, ventajas en los santuarios. El clero heleno fue progresivamente sustituyendo al clero nativo. Desde 1634 el Patriarca ortodoxo de Jerusalén será siempre un griego.
En este período empiezan las reivindicaciones por parte del clero heleno sobre los Santos Lugares. En 1666, el Patriarca ortodoxo germano reivindicó los derechos ortodoxos sobre la Basílica de Belén, como antes habían hecho ya los Patriarcas Sofronio IV (1579-1608) y Teofanio (1608-1644). Reivindicaciones similares se hicieron seguidamente también por el Santo Sepulcro de Jerusalén.
Tales tentativas se frenaron, sobre todo, gracias a la intervención de Venecia y Francia ante la Sublime Puerta (así se llamaba la instancia suprema en el imperio otomano). En 1633 el Patriarca Teofanio consiguió un firmán con efecto retroactivo al tiempo de Omar (638), que confería al Patriarcado griego ortodoxo los derechos exclusivos sobre la Gruta de la Natividad, el Calvario y la piedra de la Unción. Las potencias occidentales, por su parte, bajo la presión del Papa Urbano VII, lograron retirar dicho firmán. No obstante, el mismo firmán fue promulgado una segunda vez en 1637.
En aquel tiempo, Venecia, Austria y Polonia estaban en guerra contra el imperio y no consiguieron ejercer influencia alguna en favor de los franciscanos.La situación se volvió más drástica en 1676 cuando el Patriarca Dositeo (1669-1707) obtuvo otro firmán con el que se le otorgaba la posesión en exclusiva del Santo Sepulcro. Como consecuencia de las protestas occidentales, la Sublime Puerta nombró un tribunal especial para examinar los distintos documentos. En 1690, con otro firmán, el tribunal declaró que los franciscanos eran los legítimos propietarios de la Basílica. Desde entonces, las potencias occidentales fueron cada vez más activas ante el gobierno otomano para garantizar los derechos católicos en los Santos Lugares. Así ocurrió con la paz de Carlowitz (1699), Passarowitz (1718), Belgrado (1739) y Sistow (1791). No obstante, los resultados efectivos de tales intervenciones no fueron suficientes.
En 1767, después de algunos enfrentamientos violentos y hechos vandálicos que afectaron a la población local, los griegos ortodoxos y a los franciscanos, la Sublime Puerta dictó un firmán en el que se asignaba a los griegos ortodoxos la Basílica de Belén, la Tumba de la Virgen y casi toda la Basílica del Santo Sepulcro. A pesar de las repetidas llamadas del Papa Clemente XIII a las potencias occidentales, el firmán fue confirmado y fijó casi de manera definitiva, a excepción de algún pequeño detalle, la situación sobre los Santos Lugares hasta nuestros días.
En el siglo XIX, la cuestión de los Santos Lugares se convirtió en un contencioso político, especialmente entre Francia y Rusia. Francia obtuvo la protección exclusiva sobre los derechos de los católicos, mientras que Rusia lo era sobre los cristianos ortodoxos. En 1808 un gran incendio en la Basílica del Santo Sepulcro destruyó casi por completo el edículo cruzado del Sepulcro. Los griegos obtuvieron el permiso para reconstruir un nuevo edículo, que es el que hay actualmente. En 1829 se reconocen de manera definitiva los derechos de los armenios ortodoxos en la Basílica, que son los actuales.
En 1847 los griegos retiraron la estrella de plata situada sobre el lugar del nacimiento del Señor en la Gruta de Belén. De hecho, sobre la estrella había una inscripción en latín que atestiguaba la propiedad latina del lugar. En 1852 el embajador francés ante la Sublime Puerta, en nombre de las potencias católicas, exigió la devolución de los derechos de los franciscanos anteriores a 1767, y en particular la recolocación de dicha estrella.
El emperador otomano, bajo la presión del zar Nicolás, lo rechazó y publicó un firmán con el que se decretaba que el "Status quo" (es decir, la situación vigente en 1767) debía mantenerse.
Desde entonces, a pesar de los distintos intentos y las diversas guerras que se han sucedido, la situación ha permanecido inalterada, aunque la estrella fue recolocada en su lugar. Ni siquiera tras la caída del imperio otomano y el establecimiento del mandato británico el "Status Quo" ha vuelto a modificarse.
Tal situación se considera hoy como un derecho adquirido de facto.
•Las relaciones entre las distintas comunidades cristianas se regulan todavía por el {Status Quo}, pero son cordiales y amistosas.
•El diálogo ecuménico ha hecho olvidar de forma definitiva los conflictos históricos. No existe ya, al menos por la parte católica, la acusación de “usurpación” de los Santos Lugares.
•Al contrario, la presencia cristiana multiforme en estos lugares se considera como una preciosa riqueza a conservar y un derecho adquirido e irrenunciable.
•Los encuentros periódicos y las negociaciones entre las distintas comunidades hoy se concentran, sobre todo, en la restauración de las basílicas y sobre la posibilidad de una mejor coordinación de las diferentes liturgias.
•Las decisiones se adoptan de común acuerdo entre las distintas comunidades religiosas, sin intervención externa alguna, ni de carácter político ni civil.
Fuente: http://es.custodia.org/default.asp?id=500
ayga127 escribió:Esto es parte del libro Fray Artemio Vítores: Los franciscanos amor al santo sepulcro
LA DIFÍCIL MISIÓN DE CONSERVAR
EL SANTO SEPULCRO
Conservar los Lugares de nuestra Redención, en especial el Santo Sepulcro, no fue una misión fácil para los franciscanos. Tuvieron que combatir en muchos frentes y recurrir a muchos apoyos. Por una parte estaban los musulmanes, mamelucos primero y otomanos después, que querían aprovecharse de la situación para sacar dinero y cuya voracidad nunca se satisfacía con los caudales provenientes de los católicos, especialmente los que venían de España y su Imperio. Tenían además muchas dificultades legales. Sí, los dueños de los Santuarios eran los franciscanos, pues los habían comprado, los cuidaban y oficiaban en ellos; pero los amos eran siempre los venales gobiernos musulmanes, que se servían de los Santuarios para sacar dinero a los cristianos. Los Santuarios son del Sultán, el cual los concede a quien le place.
Los apoyos políticos juegan un papel importante en esta disputa de las Iglesias. Si hasta bien entrado el siglo XVI Nápoles, Aragón, Castilla ayudan mucho a los franciscanos, después de la batalla de Lepanto (1573), España queda prácticamente al margen de la política en Oriente Medio y su influencia en Tierra Santa será nula. Francia y Venecia serán más activas, pero faltará esa relación que había existido en los siglos anteriores entre los franciscanos y los reyes cristianos. Los hijos de san Francisco se encuentran sin un respaldo internacional. A ello hay que añadir -como reacción a lo anterior- el acercamiento más estrecho entre Rusia y el Imperio Otomano, con lo cual los intereses de los católicos quedaban muy al margen. Hay dificultades para los franciscanos provenientes de la misma Iglesia, cuando otras instituciones católicas intentan romper ese trato de favor que la Santa Sede había dado a la Custodia franciscana sobre los Santos Lugares; todo terminó con la llamada «Sentencia de Mantua» (1420), en la que la Iglesia da la razón a los franciscanos. Finalmente, están las otras iglesias cristianas, especialmente la greco-ortodoxa, quienes, especialmente a partir del 1757, lograron eliminar el casi monopolio que tenían los franciscanos sobre el Santo Sepulcro y cambiarlo a su favor.
Todo lo que los hijos de san Francisco habían logrado recuperar y conservar durante siglos se perdió en una noche. La catástrofe tuvo lugar la víspera del Domingo de Ramos, el 2 de abril de 1757. Las cosas se complicaron aún más con el "misterioso" incendio del Santo Sepulcro el 12 de octubre de 1808 que destruyó casi todo el Santo Sepulcro. Se desplomó la cúpula de la Basílica, aunque permaneció incólume el interior de la Tumba de Cristo, lo cual fue considerado por todos como un milagro. Sufrió mucho el Calvario, pues se quemaron el altar de la Crucifixión y el de la Dolorosa; la estatua de la Virgen Dolorosa fue salvada gracias al coraje del sacristán franciscano Fr. Manuel Sabater, quien pasó, abrazado con ella, en medio de las llamas. Después de la expulsión del Cenáculo en 1551, la pérdida de gran parte del Sepulcro, de Belén y la Tumba de la Virgen, fue el golpe más duro en la historia, siempre difícil, de la conservación de los Santos Lugares por parte de los hijos de san Francisco. La situación quedó cristalizada en lo que se llama "Statu quo", con el firmán del Sultán Abdul Majid del 1852, en el que se bloquean todas las peticiones de los franciscanos y las cosas deben estar «en el estado en que están», es decir, como están ahora, sin cambiarse.
«Los hijos de san Francisco -según palabras de Juan Pablo II- han interpretado de un modo genuinamente evangélico el legítimo deseo cristiano de custodiar los lugares donde están nuestras raíces cristianas». La Iglesia Católica ha perdido gran parte del Santo Sepulcro por el que los hijos de san Francisco habían servido y sufrido tanto en los últimos siglos. Y, lo que es peor, las naciones cristianas, que durante siglos habían trabajado con tantos sufrimientos, pero también con tanto amor, por venerar el centro de la fe, que es el Santo Sepulcro, habían perdido completamente el interés por las raíces del cristianismo.
tralalá escribió:BEATA MARIA GABRIELA SAGHEDDU.
23 de abril beata María Gabriela Sagheddu, la niña rebelde que se hizo santa.
(1914-1939)
María Sagheddu (1914-1939) nació en Dorgali (Cerdeña), Italia; en el seno de una familia de pastores. Lo que la conocieron en su infancia y adolescencia, nos hablan de un carácter obstinado, crítico, contestatario, rebelde, pero con un fuerte sentido del deber, de la fidelidad, de la obediencia, a pesar de su apariencia contradictoria. "Obedecía refunfuñando, pero era dócil".
A los dieciocho años, ocurre una gran transformación en ella: poco a poco se fue haciendo más dulce, desaparecieron los estallidos de ira, adquirió un perfil pensativo y austero, dulce y reservado; crecieron en ella el espíritu de oración y la caridad; lo que desembocaría en su inscripción en el movimiento laical de la Acción Católica. Tres años más tarde, después de un buen discernimiento, pide ser admitida en el monasterio de clausura de Grottaferrata.
En el noviciado temía ser despedida, pero después de la profesión venció este temor inicial y se entregó con tranquilidad y seguridad a la vida a la que el Señor la había llamado. Sus hermanas recuerdan gestos que la pintan de cuerpo entero: su rapidez para reconocerse culpable y pedir perdón sin justificarse; su humildad; su disponibilidad para hacer voluntariamente cualquier trabajo, incluso los más difíciles, entre otros detalles.
Su abadesa, M. Pía Gullini, a petición del P. Couturier, abrazó con entusiasmo la causa ecuménica y pidió a sus hermanas que en adelante ofrezcan sus oraciones y sacrificios por la unidad de los cristianos. Pero para María Gabriela fue más que un entusiasmo, la joven religiosa experimentaba que Dios le pedía que ofreciera su vida entera por este importante asunto. "Siento que el Señor me lo pide" – le dijo a su superiora - me siento impulsada incluso cuando no quiero pensar en ello".
El mismo día que comunica a la madre Gullini su ofrecimiento, se enferma de tuberculosis. Serán en adelante quince meses de ofrecimiento y oraciones. La tarde del 23 de abril, Domingo del Buen Pastor en el cuál se proclama el Evangelio que dice: "Y habrá un solo rebaño y un solo pastor"; Gabriela concluyó su larga agonía y el Señor acepta la ofrende de su vida llevándola al cielo. Hermanos anglicanos y cristianos de otras denominaciones reconocen el sacrificio de esta joven religiosa. La gran cantidad de vocaciones que ha despertado su vida, ha sido un signo palpable de la intercesión de María Gabriela por su comunidad.
Su cuerpo, encontrado intacto con ocasión del reconocimiento en 1957, reposa ahora en una capilla adyacente del monasterio de Vitorchiano, donde se ha transferido la comunidad de Grottaferrata.
Sor María Gabriela fue beatificada por Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, a los cuarenta y cuatro años de su muerte, en la basílica de San Pablo Extramuros, el último día del Octavario de oración por la unidad de los cristianos.
DIOS los bendiga. Tralalá
jaime a. mejía rosales escribió:Hola a todos mis compañeros de curso: me gustaría compartirles que la Custodia de los Franciscanos en Tierra Santa tiene su orígen con el encuentro que San Francisco de Asís tuvo con el Sultán Al-Kamil allá por el año 1219. En su libro "El Mendigo Alegre" Louis de Wohl describe esta extraordinaria hazaña de San Francisco en su intento de llevar la paz a esa parte del mundo y rescatar el control de los lugares Sanatos en manos del Islam:
El encuentro de San Francisco de Asís con el sultán Al Kamil
En agosto de 1219, Francisco de Asís desembarcó en Egipto a pocos kilómetros de la desembocadura del Nilo. En la víspera, el ejército cristiano de la quinta cruzada –comandada por el cardenal Pelagio y Juan de Brienne, rey sin trono de Jerusalén- había intentado una vez más, y sin éxito, doblegar la fortaleza mameluca de Damieta, en poder del sultán Al Kamil, hijo y heredero del todopoderoso sultán de El Cairo, Al Adil.
Se encontró con el escenario de una inmensa tragedia. El campamento cristiano –o lo que quedaba de él- mostraba las huellas de un sin número de calamidades. Primero, una brutal inundación como consecuencia de la irrupción de la estación de las lluvias; luego la peste y el hostigamiento de los mamelucos. Apenas unas horas atrás, en un nuevo y desesperado intento por vencer aquellas murallas, casi cien de los mejores guerreros de la Orden del Temple y del Hospital habían dejado su vida bajo los pendones desafiantes de Al Kamil.
La noticia de la llegada de Francisco causó una profunda conmoción en el diezmado campamento. La moral de aquellos miles de miserables soldados, aturdidos por la guerra y la peste no podían recibir un bálsamo mejor: Uno de los hombres más santos de la cristiandad, un icono de la paz y la piedad llegaba al centro de la llaga cruel en la que se consumían musulmanes y cristianos.
Tal era el grado de aquella calamidad, que hasta el duque Leopoldo de Austria –uno de los grandes campeones de la cruzada- hastiado de tanta muerte como no había visto en toda su vida, había decidido regresar a Europa con sus tropas, debilitando aún más al ejercito de Pelagio.
Pero este otro hombre venido de Asís no traía consigo refuerzos ni víveres para estas tropas hambrientas. Su aspecto tampoco se diferenciaba mucho del de los sorprendidos cruzados que se apretujaban a su alrededor para escuchar al monje más famoso de la cristiandad.
Francisco no podía comprender esta guerra que ya llevaba más de un siglo y que se devoraba lo mejor de ambas culturas.
El primer problema se presentó con el legado papal. El cardenal Pelagio sentía una gran preocupación acerca de cómo podría afectar a su autoridad la presencia de un hombre tan virtuoso y respetado. Pero lo que lo dejó estupefacto fue que Francisco le demandara una inmediata autorización para reunirse con Al Kamil.
Los hombres del sultán tampoco estaban muy seguros de la conveniencia de tal petición, pero la mayoría de los historiadores coincide en que finalmente concluyeron en que un hombre tan sencillo, piadoso y extremadamente sucio –por decisión propia- debía estar completamente loco.
El cardenal Pelagio, a su vez, quería continuar su guerra lo antes posible, por lo que decidió despacharlo con embajada y bandera blanca a la corte de Al Kamil lo antes posible. El sultán recibió al monje y lo escuchó atentamente; estaba íntimamente convencido –al igual que su huésped- de que la paz era necesaria, convicción esta de la que daría muestras en el futuro. Pero el principal escollo para esa ansiada paz era Jerusalén.
Al Kamil y Francisco mantuvieron extensas conversaciones. A Francisco le impresionaba que un hombre sabio y refinado como el sultán repudiase, por considerarlo una herejía, al dogma trinitario; mientras que Al Kamil, subyugado por el carisma de su iluminado visitante, lidiaba por tolerar su maloliente suciedad.
Cuando las posiciones se tornaron inclaudicables, Francisco propuso al sultán someterse a una ordalía de fuego para demostrar la verdad de Jesucristo. Pero Al Kamil, encantado con su amigo cristiano, se negó a permitir semejante acto de fe, convencido del daño que esto le causaría al monje. Algunos historiadores afirman que la amabilidad del sultán fue la que el Islam impone a sus fieles para con los locos. Otros creen que, a sus ojos, Francisco era una suerte de “derviche” considerado un hombre santo en el mundo musulmán.
El destino y la trascendencia de estos dos hombres –paradójicamente unidos por sus anhelos de paz en medio de un mundo violento- siguió por senderos muy diferentes.
Francisco regresó a Italia, predicó hasta su muerte -acaecida en 1226- y fue elevado a los altares en 1228 para ser venerado entre los grandes santos de Occidente. Solo un año después, en 1229, Al Kamil firmaba el tratado de Jaffa con Federico II, comandante de la sexta cruzada, y reconocía por diez años la soberanía de los francos sobre Jerusalén. Esta acción le valió la condena de todo el Islam por traición.
De una forma u otra, la originalidad del encuentro entre el santo y el sultán nos habla de una inmensa ausencia de diálogo entre ambas culturas que se combaten la una a la otra –con diferente suerte- desde que comenzó, hace catorce siglos, la expansión del Islam. Sin embargo, Maalouf coloca en el centro de la disputa al eje del conflicto: La soberanía sobre la Ciudad Santa, el control sobre sus santuarios, particularmente el antiguo emplazamiento del Templo de Jerusalén, que es el símbolo máximo de la alegoría masónica y razón de ser de la Orden de los Caballeros Templarios.
Paradójicamente, pesa sobre los templarios la sospecha de haber estrechado vínculos con el Islam tan intensos como sus combates.
Volver a Tierra Santa, lugar de tres religiones
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