por armelio parga lira » Mar Dic 28, 2010 9:22 pm
Sesión 9. Prioridad de la PV: Herejías y Elementos para la construcción de una CV
1. Para poder construir una cultura vocacional, ¿qué actitudes hay que afrontar? antes de construir una cultura vocacional tenemos que afrontar algunas actitudes que nos lo impiden y nos bloquean.
a) El derrotismo: No podemos hacer nada.
Algunos opinan que puesto que las vocaciones son un don del Espíritu Santo, no cabe sino esperar pasivamente las vocaciones que al Espíritu le plazca enviar. Si Dios quiere, ya enviará vocaciones...En absoluto ponemos en tela de juicio que las vocaciones sean don de Dios y sólo de Dios; pero sería malentender la confianza en Dios no cooperar con El.
La resignación no parece que ofrezca demasiados alicientes. El comprobar que otros aciertan a crear una “ecología vocacional” en su entorno pone en entredicho esta afirmación. Podemos ser instrumentos de la gracia y colaboradores de la libertad humana, sin que podamos ni debamos suplantar ni la una ni la otra.
b) El abatimiento: Hacemos lo que podemos y, sin embargo...
Consiste en creer que hacemos todo lo que podemos: ya dedicamos energías a la pastoral juvenil, a ejercicios para jóvenes, a experiencias de verano.
Curiosamente, los grupos con más vocaciones son los que más energías invierten y los que están más convencidos de que deberíamos hacer más, en cantidad y calidad: Mejorar sus ofertas pastorales y adaptarlas; implicar en ellas a más gente; evaluarlas a fondo y regularmente; mantener en formación continua a quienes las dirigen; hacer más equipo entre los miembros de la congregación; ampliar el espectro de publicaciones y materiales de orientación vocacional, elaborando algunos para cada edad específica..
c) La excusa: Ya tenemos un (equipo) encargado.
La animación de vocaciones es asunto de toda la congregación. Es la comunidad entera y la congregación en su totalidad la que atrae o repele las vocaciones. El promotor vocacional es como la comadrona y la comunidad como la embarazada; si la comunidad no es fértil, la comadrona no puede hacer nada.
Esto no impide que pueda y deba existir un encargado de la animación vocacional, con una labor específica, ni que no se requieran contactos individuales con personas que puedan ser modelos significativos de identificación. Hay gran diferencia cuando un carisma es refrendado por una comunidad que va a una o cuando topa con actitudes de indiferencia y resignación. Esta batalla no se gana con francotiradores sino con la participación de todos en una estrategia de conjunto. Cada individuo, cada obra y cada comunidad tienen que hacer una aportación específica.
d) La edad: Eso es cosa de las más jóvenes; a mi edad...
Con frecuencia se oye que la promoción vocacional compete a los jóvenes y que a partir de cierta edad ya no se puede contribuir más que con la oración. Esto no es totalmente verdad. Es verdad que las jóvenes pueden aportar más cercanía y espontaneidad pero las encuestas realizadas entre religiosos que han entrado en los últimos años demuestran que para muchos, el contacto con religiosos/as adultos que vivían la plenitud del trabajo apostólico, fue determinante. Hay ejemplos de sacerdotes y religiosas mayores que envían jóvenes al noviciado. ¿No puede funcionar la edad como una disculpa fácil?
e) Es la hora de los laicos.
El siglo XXI será y habría de ser el siglo del laicado. Los religiosos y sacerdotes deberíamos reconocerlo y preparar el camino a los laicos, cediéndoles nuestro puesto.
El tema es muy complejo. una eclesiología actual saluda con entusiasmo la mayoría de edad del laicado, en cuyo logro efectivo nos faltan muchos pasos. Sin embargo, la misma eclesiología del concilio valora sobremanera toda la diversidad de carismas y ministerios en la Iglesia, al servicio de la edificación de la misma y para el cumplimiento de su misión. No podemos concebir una pugna entre las diversas vocaciones, ni considerar que la valorización del laicado ha de ser en detrimento del valor, la necesidad y la identidad de los otros carismas.
2. Explica brevemente los elementos para la construcción de la cultura vocacional.- la centralidad de Jesucristo, la figura de la Virgen, la experiencia fuerte de Dios, la importancia de la Iglesia, de la vivencia comunitaria de la fe y el aprecio de las diversas vocaciones eclesiales.
a) La centralidad de Jesucristo.- la vocación nace, crece, se discierne y se consolida en el encuentro profundo con Dios.
Una cultura vocacional debe propiciar, por distintos caminos, que el encuentro con Dios sea lo más continuado, afectivo, gustoso, auténtico, radical, transformante, totalizador y profundo posible.
El aspecto que más llama la atención de los nuevos movimientos es la predicación descarada y entusiasta de Jesucristo. La cultura en la que vivimos encuentra dificultades casi connaturales hacia la Iglesia y al mensaje que la Iglesia propone. Ante ello caben diversas alternativas.
Una opción puede ser la de la paciencia dialogante: no tratar de imponer nada, escuchar todas las dificultades que puedan tener los jóvenes actuales para confiar en el Jesucristo que la Iglesia predica, no herir la sensibilidad de los oyentes, ser tolerantes con otras posturas y considerarlas valiosas.
Otra opción, más adaptada quizás al ambiente brutal del mercado que nos envuelve, consiste en presentar, sin tapujos ni miedos ni vergüenza alguna, la propia fe como la mejor opción posible. Partir de la convicción personal, alegre, gozosa, entusiasta, desbordante, que no se puede ni callar ni encerrar; que recoge el grito de Pablo: “Ay de mi si no evangelizare” (1Cor.9, 16).
El entusiasmo y el gozo se tienen que convertir en elementos intrínsecos del anuncio misionero de Jesucristo. No podemos presentar nuestra fe sin un convencimiento firme y esperanzado de que llevamos la buena noticia que los jóvenes están anhelando escuchar. Por último, la animación vocacional deberá ir acompañada de signos de vida verdadera. Es decir, una evangelización que conjuga palabras y hechos. Aquí resultan significativas las formas de celebrar la fe (“perseveraban en la oración y en la fracción del pan”), de compartir la fe (“todo lo tenían en común”), de articular la vida cotidiana desde la fe y de mejorar la vida de los pobres.
b) La figura de María.-María, como figura de la fe de los creyentes, constituye el modelo de discípulo, el arquetipo por antonomasia del joven con vocación.
El acompañamiento constante de María en nuestros procesos de discernimiento es una forma de ir aprendiendo de ella esas actitudes tan suyas y tan propias del creyente: la humildad, la alabanza de la grandeza de Dios, el reconocimiento de la obra que Dios hace en nosotros, la confianza desproporcionada en Dios y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas, el cultivo de la oración, la aceptación de la cruz y de los reveses de la vida, la perseverancia en el camino de la fe a pesar de las oscuridades, el gozo por la preferencia de Dios por los humildes, la lectura creyente de la propia historia y, evidentemente, la respuesta positiva a la llamada de Dios.
c) La experiencia fuerte de Dios.- nuestro tiempo y nuestra cultura están habitados por un anhelo de experiencia espiritual, aunque a veces esté buscado fuera de la Iglesia. Los grupos religiosos que crecen son aquellos que consiguen articular y ofrecer una experiencia fuerte de Dios, que aciertan a acompañar, guiar y suscitar el encuentro directo con el Dios transcendente, con el misterio absoluto. La imagen de nuestra Iglesia, tristemente, está mucho más marcada por la insistencia en la doctrina y en las prohibiciones, sobre todo, en materia de moral económica, social y sexual... No se percibe a la Iglesia proponiendo un Dios amable, como el que hemos encontrado los creyentes en el Padre de Nuestro Señor Jesucristo; no acertamos a invitar a hacer la experiencia fabulosa de encontrarse con Jesucristo. Una Iglesia así tiene pocas posibilidades de ser fecunda.
d) Sentido de Iglesia.- Al pasar a este terreno entramos en un campo mucho más polémico, donde las diferencias entre los distintos grupos eclesiales comportan una fuerte carga emocional e ideológica. Resulta casi imposible, a pesar de la gracia, que se den vocaciones eclesiales en medios donde se muestra una cierta desafección a la Iglesia. A pesar de las razones del malestar de muchos cristianos con la Iglesia, parece claro que las vocaciones solamente florecerán en aquellos grupos en los que, sin cerrar los ojos al pecado eclesial, se viva un fuerte sentido eclesial, radicado en la alegría de la pertenencia a la Iglesia, el deseo de servirla y el reconocimiento de su puesto singular en la economía de la salvación querida por Jesucristo.
Una de las características de los nuevos movimientos consiste en este sentir eclesial y en estar en sintonía con el Papa. Leen sus documentos, secundan sus iniciativas con entusiasmo y convicción.
La jerarquía, el Papa y los obispos, ocupan un ministerio singular dentro de la comunidad cristiana. El sentir con la Iglesia y una eclesiología sana pasa por el aprecio y la estima de nuestros pastores.
Pero algunas maneras de hablar acerca de nuestros pastores son autodestructivas de nuestro propio ser eclesial. Tenemos que conseguir transmitir una vivencia del misterio de la Iglesia, de su centralidad en el plan de salvación, de algunos de sus aspectos teológicos,-madre de los creyentes, esposa de Cristo, templo del Espíritu Santo-, de tal modo que mostremos una pertenencia eclesial gozosa y agradecida, si queremos crear un campo de cultivo propicio donde las vocaciones eclesiales puedan crecer. Un escándalo grave por parte de algún directivo o la división manifiesta entre ellos, repercute negativamente en las posibilidades de conseguir nuevos miembros o de captar simpatizantes. Para una fe madura no debería resultar un problema descubrir una Iglesia pecadora, necesitada de reforma en mucha de sus instancias. La Iglesia no se identifica con el Reino de Dios (LG5); pero si nos alejamos de ella corremos el peligro de terminar más lejos y apartados del reino, del que ella es germen y al que está íntimamente ligada (LG3;13).
e) Vivencia comunitaria de la fe.- Desde un punto de vista de la cultura vocacional, la vivencia y la expresión comunitaria de la fe es uno de los factores que más ayudan. Son las comunidades vigorosas las que reúnen a su alrededor, a aquellos cristianos que quieren hacer de Jesucristo el centro de su vida. De ahí que el elemento comunitario: compartir la fe, rezar juntos, celebrarla juntos, formarse juntos, discernir juntos...Sea un factor central de la cultura vocacional. El individualismo corre el peligro de rebajar la dimensión corporativa del seguimiento en la vida consagrada. Mientras no superemos la crisis de individualismo y de obediencia en la vida religiosa difícilmente podemos soñar con que quienes nos rodean se sientan atraídos por nuestro modo de vida.
En una vivencia comunitaria de la fe deben estar presentes y bien articuladas las siguientes dimensiones: La liturgia o aspecto celebrativo, orante y sacramental, de encuentro personal y comunitario con el misterio; el aspecto misionero, testimonial, catequético, de anuncio, propagación e instrucción en la fe; la diaconía o dimensión de servicio fraterno en toda la variedad de atención a los pobres, abandonados o despreciados; y la koinonía o vivencia de la fe en armonía eclesial. Las comunidades que consiguen articular estas dimensiones de la fe, representan el lugar propicio para el florecimiento de las vocaciones.
f) Aprecio por las vocaciones sacerdotales y consagradas.- Difícilmente se va a realizar bien o se va a proponer bien la elección de vida si no se aprecian las diversas vocaciones en el interior de la iglesia. No se trata de una guerra entre las diversas vocaciones. Cada una de ellas refleja la excelencia de la vida cristiana, y en todas ellas se puede vivir la santidad y la perfección, la plenitud de la vida cristiana. Ahora bien, como reacción a una insistencia desproporcionada sobre el valor del ministerio ordenado y de la vida consagrada, se ha pasado en algunos ambientes bien a ignorar la cuestión de la elección de vida o bien incluso a considerar, tácitamente, que el laicado es una forma de vida superior o más actual.
En muchos de los nuevos movimientos se celebra vivamente la existencia de vocaciones en su seno, se aprecian las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, las familias se alegran de que broten en su seno, lo entienden como una enorme bendición de Dios, en estas comunidades se reza por estas vocaciones, se presenta su belleza, se vive su atractivo por parte de todos los miembros, ya sean llamados o no. Tales comunidades constituyen un caldo de cultivo propicio para las vocaciones.