La experiencia nos ha ido demostrando que existe una “cadena vocacional”. Casi siempre, detrás de cada vocación y de cada cristiano comprometido, ha habido una variedad de personas que se han puesto a su servicio, que lo han formado, que han orado por su vocación, que han descubierto sus capacidades, y que han despertado en él los grandes deseos de hacerse disponible a la llamada del Señor.
Se trata de una verdadera cadena de pastores vocacionales, en la que cada cual tuvo su papel. Parece que es ineludible la exigencia de crear en torno nuestro un ámbito humano que favorezca el nacimiento y el desarrollo de las vocaciones. A ello parece aludir la expresión de “cultura vocacional”21.
Los significados de la palabra cultura, aun considerada sincrónicamente, son múltiples. Pero aquí, por razones de simplificación, únicamente vamos a detenernos en algunos de los significados que ha tenido esta palabra a lo largo de la historia.
Cultura, en su etimología primera latina, significa el conjunto de labores y de frutos inherentes al cultivo de los campos. Cicerón emplea la metáfora “cultura animi”, equivalente a la “paideia” griega, y que se ha trasmitido hasta nuestros días con el significado de “proceso formativo de la personalidad humana”. Cultura, como sinónimo de “saber”, conjunto de conocimientos que tiene una persona. Persona culta sería la persona “cultivada”, por oposición a la ruda que no ha cultivado sus cualidades o capacidad intelectual, artística, literaria, etc.
Baltasar de Castiglione, distinguido representante del Renacimiento italiano, en su obra El Cortesano explicó todo lo que se le exigía al hombre culto en el siglo XVI:
familiaridad con la filosofía y con las lenguas clásicas,
ser autor de algún poema,
ser capaz de ejecutar alguna pieza musical y, por último,
buenas maneras, dignidad y cortesía.
En el antiguo bachillerato previo a la Ley de Educación de 1970, de Villar Palasí, se establecía una asignatura en el curso 6.º de bachillerato intitulada Historia del Arte y de la Cultura. En ella se abundaba principalmente en el arte, pero ya se daba entrada a otras manifestaciones “del espíritu” de diversos pueblos, principalmente del occidente europeo: formas de vida, organización política y social, etc. Estas manifestaciones eran expresión de “cultura”.
Actualmente, por el progreso e influjo de las ciencias antropológicas, el término cultura ha adquirido un significado mucho más amplio, se ha enriquecido. Y así, cultura es el arte, y la forma de organización sociopolítica, y la manera de celebrar las fiestas, la aparición de la vida o el desenlace de la muerte; la forma de vestir y de valorar las cosas y el quehacer humano. Cultura, en sentido antropológico, viene a equivaler a estilo de vida propio de un colectivo, tribu o pueblo; mentalidad que le anima; concepción de la vida.
Elementos de la cultura (D. Mamo): Según este autor, la cultura comprende elementos muy diversos y que abarcan el ser y quehacer de la persona en todas sus dimensiones. Enumera los siguientes:
elementos cognoscitivos: técnicos y científicos; la estructura política, la organización social, etc.
creencias (cultura implícita, sin racionalidad aparente: ritos y fiestas…);
valores y normas (no son los mismos en las diversas culturas, no hay una tipología sistemática de valores de rango universal; los llamados valores humanos son cuestionados por algunos pueblos que los tildan de producto occidental);
símbolos: sistema simbólico que funda expectativas y formas dadas de reacción; cada cultura tiene un sistema de símbolos por los que se expresa, y la lengua es sin duda la sistema simbólico más genuino de cada pueblo.
El CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana) en su asamblea celebrada en Puebla afirma que la cultura “abarca la totalidad de la vida de un pueblo: conjunto de valores que lo animan y desvalores que lo debilitan y que, al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma conciencia colectiva " (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 18). La cultura comprende, asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes” 22.
Es esta concepción que Puebla nos presenta sobre la cultura la que preferentemente vamos a tener en cuenta a lo largo de la exposición.
Está claro que esta comprensión de la cultura se aleja de aquellas que ponen el acento en la dimensión cognoscitiva o de adquisición de destrezas en un campo u otro. Y es esta forma de entender la cultura como conjunto de valores la que aquí nos interesa.
¿Qué rasgos caracterizan la cultura de los llamados pueblos noroccidentales?
Numerosos estudios y análisis dan respuesta a esta cuestión que ha preocupado y sigue preocupando a tantos pensadores y a amplios sectores de la Iglesia y que el Papa en sus intervenciones también ha subrayado, principalmente en la encíclica Fides et ratio.
José María Mardones23 considera que la racionalidad funcional, la globalización, el pluralismo y el relativismo son características de nuestra sociedad occidental -que afectan también a otros amplios sectores de la humanidad-, que incapacitan para la captación de los símbolos, la contemplación del misterio, la comprensión de la gratuidad, etc.
Son conocidos también los análisis que reiteradamente ha realizado sobre este tema Luis González-Carvajal, quien incluso valora éticamente los rasgos de la cultura dominante en Occidente y, más concretamente, en España. Según este autor, los rasgos prevalecientes son: la secularización, la mentalidad científico-técnica, la voluntad emancipatoria, la fe en el progreso, la tolerancia, el espíritu capitalista-burgués y el talante de la postmodernidad24, cuyas características son bien conocidas y, en mayor o menor medida, experimentadas por todos.
Si puede ser oportuno esclarecer el significado de “cultura”, no lo es menos aclarar qué hay que entender por “vocación”.
Vocación es el pensamiento providente del Creador, es su idea-proyecto, el sueño amoroso de Dios sobre cada criatura, que lo quiere distinto y específico para cada viviente; es una propuesta, un proyecto divino a realizar en el devenir de la historia personal e irrepetible. Se trata, pues, de un elemento constitutivo de la persona humana en su ser de creatura “a imagen” del que le ha llamado a la existencia. La consumación más plena del hombre consiste en realizar este proyecto. Nuestra cultura, por el contrario, rechaza esta manera de concebir la plenificación humana; piensa que lo que el hombre debe perseguir con todo ahínco es su mejor “autorrealización”. Sin embargo la fe cristiana mirando a Jesús, nos propone la “heterorrealización” como plenitud del hombre; Jesús vive continuamente de cara al Padre para cumplir su voluntad (Jn 4,34)25.
Cuando el Papa Juan Pablo II ya en 1992 declaraba: “Deseo, ante todo, llamar la atención hacia la urgencia de promover las que podemos llamar ‘actitudes vocacionales de fondo’, que originan una auténtica cultura vocacional”26 es consciente de las especiales dificultades que el hombre moderno encuentra para responder a la llamada de Dios y vivir la propia vida en clave vocacional. Precisamente por estas dificultades es urgente intentar crear una cultura vocacional; es decir, desarrollar una atmósfera en la que los jóvenes católicos puedan disponerse a verificar con cuidado y abrazar libremente la propia vocación como forma permanente de vida a la que están llamados en la Iglesia.
La nueva cultura vocacional: “Es una componente de la nueva evangelización. Es cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado del vivir, pero también del morir”, que frente a la ‘cultura de la muerte’, subraya algunos valores, tales como:
- la gratitud, la acogida del misterio,
- el sentido de lo imperfecto del hombre,
- la apertura del hombre a la trascendencia,
- la disponibilidad a dejarse llamar por otro (por Otro) y preguntar por la vida,
- la confianza en sí mismo y en el prójimo,
- la libertad de conmoverse ante el don recibido,
- el afecto, la comprensión, el perdón,
- la capacidad de soñar y anhelar
- el asombro que permite apreciar la belleza y elegirla por su valor intrínseco
- el altruismo que nace del descubrimiento de la dignidad de cualquier ser humano
- la búsqueda del sentido de la vida, el deseo de encontrar la verdad 27.
La vida es don totalmente gratuito y no existe otro modo de vivir digno del hombre, fuera de la perspectiva del don de sí mismo (...) La vocación nace del amor y lleva al amor, porque el hombre no puede vivir sin amor. Esta cultura de la vocación constituye el fundamento de la cultura de la vida nueva, que es vida de agradecimiento y gratuidad, de confianza y responsabilidad; en el fondo, es cultura del deseo de Dios, que da la gracia de apreciar al hombre por sí mismo, y de reivindicar constantemente su dignidad frente a todo lo que puede oprimirlo en el cuerpo o en el espíritu28.
La cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores, debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a la convicción universal de no poder construir ningún futuro sobre un modelo de hombre sin vocación.
La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación29.
Sigamos profundizando en esta “cultura vocacional”…
Tal vez no alcancemos a definirla de manera rigurosa y comprensible a la vez. Pero bastaría con percibir que cuando hablamos de cultura vocacional nos estamos refiriendo a una “atmósfera”, un ambiente, un ecosistema que, en sí mismo, irradia valores vocacionales, los ampara y los hace eficaces.
Podríamos acercarnos a identificarla con algunas descripciones que se complementen.
Es aquella situación que permite que la Pastoral Vocacional sea la vocación de la pastoral normal: pastoral de todas las vocaciones, indistintamente; en toda fase o momento de la vida, sin distinciones; pastoral ofrecida a todos los creyentes sin excepción ni excusa, dado que un creyente se hace adulto en la fe sólo cuando de persona llamada pasa a ser persona que llama.
Es un ambiente, una mentalidad creyente adulta, un hábitat eclesial y comunitario, que favorece el que cada persona, cada familia, cada entidad, se comprenda a sí misma en función de una misión encomendada por Dios para la construcción del Reino. Supone un tejido de valores y de ideales, una serie de concepciones de la vida, un legado de convicciones de fe y expresiones pastorales que propician el que las personas se descentren de sí mismas, que miren más allá de sus propios proyectos, que se pongan a la escucha y al servicio de una misión que las trasciende y que les ha sido confiada por Dios mismo.
Una cultura vocacional es tal cuando invita y conduce a hacerse preguntas vitales y cuando también da pistas y herramientas para responder a ellas. El hecho de constatar que hay preguntas indica que estamos ante un ambiente que favorece la gestación de ellas y por lo tanto que pone el sentido de la vida como telón de fondo a las búsquedas y a las respuestas de estas preguntas vitales. La pregunta es el motor que impulsa y mueve a buscar. Sin preguntas no hay búsqueda y si no se busca, la vida se vuelve plana, chata, sin horizontes que desafíen a la aventura. Es una atmósfera que valora y defiende la fidelidad a la propia vocación.
Esta cultura cultiva las actitudes vocacionales de fondo, promueve una cultura del espíritu, invita a reconocer y acoger la aspiración más profunda del hombre, reacciona contra una cultura de la muerte con una cultura de la vida, es, en su raíz, la cultura del deseo de Dios, compromete la mente y el corazón del hombre en el discernimiento de lo bueno. Crear esta cultura es uno de los urgentes servicios a prestar al Dueño de la mies, que llama a colaborar con Él.
¿Cómo fomentar, en concreto, la “cultura pro-vocacional” en nuestros ambientes?
La instauración de una cultura vocacional es, sin duda, el primer objetivo de la pastoral vocacional, o quizás de la pastoral en general30. ¿Qué pastoral es aquella que no cultiva la libertad de sentirse llamado por Dios ni produce cambio de vida? Para generarla de forma adecuada se deben alentar ciertas acciones, cargadas en sí mismas de fuerza vocacional, pero sin pretender que ellas desvelen de pronto y de forma automática la llamada de cada uno y suplan el camino de respuesta. Señalamos algunas.
Posibilitar el nacimiento y crecimiento del sujeto vocacional, es decir, de comunidades de creyentes que viven coherentemente su llamada personal y se sienten responsables de la de los otros. Comunidades en las que se tratan de forma normal y frecuente los planteamientos vocacionales de todos y de cada uno. El objetivo no es, sin más, que surja alguna vocación (al sacerdocio o a la vida consagrada), sino de que todo creyente llegue a ser persona llamada que llama, en un clima de fidelidad vocacional.
Crear signos y lugares permanentes donde cultivar y mostrar la experiencia de Dios compartida, sólida y fundamentada que se dirige al corazón de la persona y le plantea llamadas, exigencias, invitaciones. La reflexión y la tradición de la Iglesia indican que normalmente el discernimiento vocacional se hace presente a lo largo de estos itinerarios comunitarios: la celebración comunitaria y la oración (liturgia), la comunión eclesial y la fraternidad (koinonía), el servicio de la caridad (diakonía), el anuncio y testimonio del evangelio (martiría). Estas dimensiones que deben estar siempre presentes y armónicamente coordinadas, están cargadas de fuerza vocacional y movilizan Es una atmósfera que valora y defiende la fidelidad a la propia vocación al sujeto al situarlo ante una interpelación imposible de ignorar, una toma de decisión que no se puede dejar indefinidamente.
Sentir la Iglesia como cosa propia y sentir con la Iglesia... siendo no solamente colaboradores, sino también intercesores y testigos transfigurados por su misterio. La desafección por la Iglesia no lleva al nacimiento de las vocaciones, sino a la aridez estéril e infunde rechazo. Las vocaciones que no nacen de esta sana experiencia y de esta inserción en la vida y acción comunitaria eclesial tienen el peligro de estar viciadas de raíz y es dudosa su autenticidad.
Difundir y consolidar el acompañamiento vocacional personalizado,en particular en aquellos momentos existenciales de encrucijada donde se tejen las grandes decisiones de la vida. Es una relación pastoral que ha de cuidar las dos etapas de todo proceso de crecimiento de la fe: La educación (ayudar al joven a sacar fuera su verdad, a conocerse, a descubrir sus miedos y resistencias, fragilidades y dependencias) y la formación (proponerle un ideal que dé a su vida forma, consistencia y solidez, para que invierta en ella sus mejores recursos).
Hacer visible nuestro carisma misionero en expresiones significativas. Esa visibilidad es una opción exigente y al mismo tiempo arriesgada. No se reduce a pura exterioridad si está sostenida por una intensa experiencia de Dios y por un discernimiento lúcido sobre los signos usados. Es preciso que se pueda “ver” el carisma. Carteles, folletos, días reservados a presentar la historia, vida y misión de los claretianos... debe ser moneda común en todo lugar donde nos hagamos presentes.
Fomentar, además, un ambiente general de conocimiento de nuestro Fundador como don del Espíritu a la Iglesia y en particular a la Iglesia donde vivimos. Y creando un ambiente de simpatía hacia nuestra congregación, de manera que, por contagio, nuestra historia y nuestra vida impregne nuestros ambientes y toque a las personas. Y, sobre todo, facilitar que la expresión y comunicación normal de nuestra espiritualidad y vida misionera consiga que otros tengan los mismos “ojos” del P. Fundador, esto es, su sensibilidad, su corazón sus ideales, su percepción, su lógica misionera.
No olvidar jamás que una homilía, la administración de un sacramento, cualquiera que sea, una catequesis, una adoración del Santísimo, un retiro, una misa, una confesión, una reunión, una novena, una iniciativa del tipo que sea, si no es vocacional, es decir, si no apunta a la pregunta estratégica dirigida a todos (“y a mí, ¿qué me pide Dios a partir de esta Palabra, de este don...?”)no es acción pastoral cristiana, sino otra cosa, no bien definida, pero de cualquier modo inútil y a veces contradictoria por no decir persona que finge sentir lo que no siente.
Recrear una vida comunitaria fraterna, acogedora, hospitalaria y calurosa donde se vive la identidad claretiana y la pertenencia sin subterfugios; y donde, a la vez, existe cercanía, roce y trato directo con todos, abriendo la comunión y la corresponsabilidad también a laicos (hombres y mujeres).
Cuidar pastoralmente de las familias. Hubo un tiempo en el que los padres católicos fueron nuestros mejores aliados en la tarea de suscitar vocaciones. Hoy, en cambio, muchos padres no ven claro lo de la vida religiosa, ni su naturaleza y utilidad, ni la forma en la que se vive. Por haber decrecido esa confianza, debemos hacer un esfuerzo por restaurarla y conseguir su apoyo nuevamente.
No olvidar de aquellos con quienes compartimos la misión. A menudo de entre aquellos que colaboran con nosotros en parroquias, colegios, centros pastorales, actividades misioneras, voluntariados,... hay algunos que han pensado en la vida religiosa y en nuestra vida en particular; pero no saben cómo abordar este asunto. Debemos asegurarnos que existan abundantes posibilidades para tratarlo.
PREGUNTAS
REFLEXIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA¿Cuáles de estos elementos veo más decisivos?
¿Qué otros elementos agregaría según mi experiencia pastoral?
¿Qué elementos de una cultura antivocacional difundimos consciente o inconscientemente en el trabajo pastoral que estamos haciendo? (sea en la pastoral juvenil, familiar, escolar, parroquial, ministerial...)
Cualquiera que sea el área pastoral donde trabajo, ¿qué medios concretos descubro para promover una cultura vocacional?
¿Podría poner ejemplos de cómo fomentar la cultura vocacional en?
El acompañamiento de una pareja de novios.
La misa dominical de la Parroquia.
La relación con los profesores de un colegio nuestro.
La reunión de comunidad.
Una convivencia con adolescentes.
NOTAS21 Cf. JUAN PABLO II, XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (1993).
22 CELAM, n. 387.
23 Cf. Cultura contemporánea, pp. 594-605, en Nuevo Diccionario de Catequética I, Ed. San Pablo, Madrid 1999.
24 González-Carvajal, Luis, Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander 1996; Entre la utopía y la realidad, pp. 283-284, Sal Terrae, Santander 1998
25 Cf. Royón, Elías, La familia primer agente de la pastoral vocacional, pp. 85-97. TODOS UNO-143, 2000.
26 Mensaje del Santo Padre con motivo de la XXX jornada mundial de oración por las vocaciones, 2. Según el Papa, las actitudes vocacionales son: “la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y morales, la promoción y defensa de los ideales de la fraternidad humana, del carácter sagrado de la vida humana, de la solidaridad social y del orden civil. Se trata de lograr una cultura que permita al hombre moderno volverse a encontrar a sí mismo, recuperando los valores superiores de amor, amistad, oración y contemplación”.
27 NVNE, 13.
28 Mensaje del Santo Padre con motivo de la XXX jornada mundial de oración por las vocaciones, 2.
29 Cf. NVNE, 13; Discurso del Santo Padre al Congreso europeo sobre las vocaciones sacerdotales y religiosas, en L’Osservatore Romano, 16.V.1997, 4.
30 Cf. NVNE 13b.
Participación en el Foro1. De manera breve menciona lo que dice el autor sobre la definición de cultura y cuáles son sus elementos
2. ¿Cómo puedes crear o promover la cultura vocacional en tu comunidad?
3. ¿Cuáles de estos elementos vez más decisivos
4. ¿Qué otros elementos agregarías según tu experiencia pastoral?
5. ¿Qué elementos de una cultura “antivocacional” difundimos consciente o inconscientemente en el trabajo pastoral que estamos haciendo? (sea en la pastoral juvenil, familiar, escolar, parroquial, ministerial...)
Cualquiera que sea el área pastoral donde trabajo, ¿qué medios concretos descubro para promover una cultura vocacional?
6. ¿Podrías poner ejemplos de cómo fomentar la cultura vocacional en:
El acompañamiento de una pareja de novios.
La misa dominical de la Parroquia.
La relación con los profesores de uno de los colegios que dirigimos.
La reunión de comunidad.
Una convivencia con adolescentes.
Bibliografía recomendada/ artículos de apoyo :- Una cultura vocacional :
http://es.catholic.net/vocaciones/639/2 ... p?id=18758Mensaje del Santo Padre con ocasión de la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 1993
- Nuevas vocaciones para una nueva Europa:
http://es.catholic.net/religiosas/806/2 ... p?id=29615La nueva evangelización debe reanunciar el sentido fuerte de la vida como "vocación".
- Carta del Papa Benedicto XVI en el congreso europeo de Pastoral Vocacional:
http://www.es.catholic.net/religiosas/8 ... p?id=47993Carta del Papa Benedicto XVI a los participantes en el congreso europeo de pastoral vocacional el pasado 4 de julio en el Vaticano.