por henryjpmatos » Mar Ene 26, 2016 7:16 am
Menciona los tipos de culto público y los tipos de culto privado
Cultos Públicos
a) Solemnidad y procesión del Corpus. se lleva a cabo el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente a Pentecostés (es decir, el Corpus Christi se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección). Específicamente, el Corpus Christi es el jueves que sigue al noveno domingo después de la Pascua. En algunos países esta fiesta ha sido trasladada al domingo siguiente por razones pastorales.
En cuanto a la normativa que regula la Solemnidad y Procesión del Corpus, así como de otras procesiones eucarísticas, y de todo lo relacionado con el culto a la santísima Eucaristía; éstas están contenidas en la Instrucción del Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Al respecto de las procesiones eucarísticas, nos manifiesta:
101. El pueblo cristiano da testimonio público de fe y piedad religiosa hacia el Santísimo Sacramento con las procesiones en que se lleva la Eucaristía por las calles con solemnidad y con cantos,
Corresponde al Obispo diocesano juzgar sobre la oportunidad, en las circunstancias actuales, acerca del tiempo, lugar y organización de tales procesiones, para que se lleven a cabo con dignidad y sin desdoro de la reverenda de debida a este Santísimo Sacramento.
102. Entre las procesiones eucarísticas adquiere especial importancia y significación en la vida pastoral de la parroquia o de la ciudad la que suele celebrarse todos los años en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, o en algún otro día más oportuno, Cercano a esta solemnidad. Conviene, pues, que, donde las circunstancias actuales lo permitan y verdaderamente pueda ser signo colectivo de fe y de adoración, se conserve esta procesión de acuerdo con las normas del derecho.
Pero si se trata de grandes ciudades, y la necesidad pastoral así lo aconseja, se puede, a juicio del Obispo diocesano, organizar otras procesiones en las barriadas principales de la ciudad. Pero donde no se pueda celebrar la procesión en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, conviene que se tenga otra celebración pública para toda la ciudad o para sus barriadas principales en la iglesia catedral o en otros lugares oportunos.
103. Conviene que la procesión con el Santísimo Sacramento se celebre a continuación de la misa, en la que se consagre la hostia que se ha de trasladar en la procesión. Sin embargo, nada impide que la procesión se haga después de la adoración pública y prolongada que siga a la misa.
104. Las procesiones eucarísticas organícense según los usos de la región, ya en lo que respeta al ornato de plazas y calles, ya en lo que toca a la participación de los fieles. Durante el recorrido, según lo aconseje la costumbre y el bien pastoral, pueden hacerse algunas estaciones o paradas, aun con la bendición eucarística. Sin embargo, los cantos y oraciones que se tengan ordénense a que todos manifiesten su fe en Cristo y se entreguen solamente al Señor.
b) Congresos Eucarísticos. Son asambleas convocadas por el Papa, que se reúnen durante unos días en una ciudad determinada por la Santa Sede, para dar culto a la Eucaristía y orientar la misión de la Iglesia Católica en el mundo. Reúne a obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos presididos por el mismo Papa o por un delegado nombrado ad hoc. Hasta la actualidad se han celebrado cincuenta congresos: el último, denominado Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, tuvo lugar en Dublín en el año 2012, su tema fue La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros. El año 2012 marcó el 50° aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y la elección del tema está unida con el Concilio, especialmente con Lumen Gentium n.° 7. El próximo se realizará éste mismo año en la ciudad de Cebú, Filipinas.
En este particular, la Instrucción del Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa, nos explica:
109. Los Congresos eucarísticos, que en los tiempos modernos se han introducido en la vida de la Iglesia como peculiar manifestación del culto eucarístico, se han de mirar como una statio, a la cual alguna comunidad invita a toda la Iglesia local, o una Iglesia local invita a otras Iglesias de la región o de la nación, o aun de todo el mundo, para que todos juntos reconozcan más plenamente el misterio de la Eucaristía bajo algún aspecto particular y lo veneren públicamente con el vínculo de la caridad y de la unión.
Conviene que tales Congresos sean verdadero signo de fe y caridad por la plena participación de la Iglesia local y por la significativa aportación de las otras Iglesias.
110. Háganse los oportunos estudios, ya en la Iglesia local ya en las otras Iglesias, sobre el lugar, temario y el programa de actos del Congreso que se vaya a celebrar, para que se consideren las verdaderas necesidades y se favorezca el progreso de los estudios teológicos y el bien de la Iglesia local. Para este trabajo de investigación búsquese el asesoramiento de los teólogos, escrituristas, liturgistas y pastoralistas, sin olvidar a los versados en las ciencias humanas.
111. Para preparar un Congreso se ha de hacer sobre todo:
a) Una catequesis más profunda y acomodada a la cultura de los diversos grupos humanos acerca de la Eucaristía, principalmente en cuanto constituye el misterio de Cristo viviente y operante en la Iglesia.
b) Una participación más activa en la sagrada liturgia, que fomente al mismo tiempo la escucha religiosa de la palabra de Dios y el sentido fraterno de la comunidad.
c) Una investigación de las ayudas y la puesta en marcha de obras sociales para la promoción humana y para la comunicación cristiana de bienes incluso temporales, a ejemplo de la primitiva comunidad cristiana, para que el fermento evangélico se difunda desde la mesa eucarística por todo el orbe como fuerza de edificación de la sociedad actual y prenda de la futura.
112. Criterios para organizar la celebración de un Congreso eucarístico:
a) La celebración de la Eucaristía sea verdaderamente el Centro y la culminación a la que se dirijan todos los actos y los diversos ejercicios de piedad.
b) Las celebraciones de la palabra de Dios, las sesiones catequéticas y otras reuniones públicas tiendan sobre todo a que el tema propuesto se investigue con mayor profundidad, y se propongan con mayor claridad los aspectos prácticos a fin de llevarlos a efecto.
c) Concédase la oportunidad de tener ya las oraciones comunes, ya la adoración prolongada, ante el Santísimo Sacramento expuesto, en determinadas iglesias que se juzguen más a propósito para este ejercicio de piedad.
d) En cuanto a organizar una procesión, en que se traslade al Santísimo Sacramento con himnos y preces públicas por las calles de la ciudad, guárdense las normas para las procesiones eucarísticas, mirando a las condiciones sociales y religiosas del lugar.
c) La exposición del Santísimo Sacramento, es la devoción que tiene por objeto la adoración al Hijo Unigénito del único Dios Vivo, presente realmente en la Santa Forma Consagrada, la cual se coloca en una custodia u Ostensorio con toda la dignidad y sencillez del máximo creador del universo entero. Es una devoción que ha sido recomendada insistentemente por los Papas; particularmente, Benedicto XVI nos dice: “Sólo quería dar gracias a Dios, pues tras el Concilio, después de un periodo en el que faltaba algo del sentido de la adoración eucarística, ha vuelto a renacer esta adoración por doquier en la Iglesia, como hemos visto y escuchado en el Sínodo sobre la Eucaristía” (02/03/2006).
Ciertamente la Constitución conciliar sobre la liturgia, se redescubrió particularmente toda la riqueza de la Eucaristía, celebrada donde se realiza el testamento del Señor; Él se nos dá a nosotros y nosotros le respondemos dándonos a Él. Entrar en comunión sacramental, casi corporal con Él, pierde su profundidad y también su riqueza humana si falta la adoración, como acto que sigue a la comunión recibida.
Las regulaciones litúrgicas sobre esta piadosa devoción, igualmente se encuentran en la Instrucción del Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Ella nos dice:
82. La exposición de la santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y les invita a la unión de corazón con él, que culmina en la comunión sacramental. Así promueve adecuadamente el culto en espíritu y en verdad que le es debido.
Hay que procurar que en tales exposiciones el culto del Santísimo Sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la misa. En el ornato y en el modo de la exposición evítese cuidadosamente lo que pueda oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento, nuestro consuelo y nuestro remedio.
83. Se prohibe la celebración de misa durante el tiempo en que está expuesto el Santísimo Sacramento.
Normas que se han de observar en la exposición
84. Ante El Santísimo Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla.
85. Para la exposición del Santísimo Sacramento en la custodia se encienden cuatro o seis cirios de los usuales en la misa, y se emplea el incienso. Para la exposición en el copón enciéndanse por lo menos dos cirios; se puede emplear el incienso.
Exposición Prolongada:
86. En las iglesias y oratorios en que se reserva la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición solemne del Santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y adorar más intensamente este misterio.
87. Pero esta exposición se hará solamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles.
En caso de necesidad grave y general, el Ordinario del lugar puede ordenar preces delante del Santísimo Sacramento, expuesto durante algún tiempo más prolongado, y que debe hacerse en aquellas iglesias que son más frecuentadas por los fieles.
88. Donde, por falta de un número conveniente de adoradores, no se puede tener la exposición sin interrupción, está permitido reservar el Santísimo Sacramento en el sagrario, en horas determinadas y dadas a conocer, pero no más de dos veces al día; por ejemplo, a mediodía y por la noche.
Esta reserva puede hacerse de modo más simple; el sacerdote o el diácono, revestido de alba (o de sobrepelliz sobre traje talar) y de estola, después de una breve adoración, hecha la oración con los fieles, devuelve el Santísimo Sacramento al sagrario. De mismo nodo, a la hora señalada se hace de nuevo la exposición.
Exposición Breve:
89. Las exposiciones breves de Santísimo Sacramento deben ordenarse de tal manera que, antes de la bendición con el Santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la Oración en silencio prolongada durante algún tiempo.
Se prohibe la exposición tenida únicamente para dar la bendición.
Cultos Privados o Personales
a) Visita Eucarística.
Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su corazón». Allí esta presente por excelencia, en el modo como Él quiso permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo, ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo – nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica - «tienen gran necesidad del culto Eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».
b) Comunión espiritual a lo largo del día.
Es una devoción bien establecida en la Iglesia y muy recomendada por muchos santos. De acuerdo con el Papa Juan Pablo II, la práctica de este deseo constante de Jesús en la Eucaristía, tiene su raíz en la perfección última de la comunión eucarística, que es el fin último de todo deseo humano.
Erróneamente se ha considerado la Comunión Espiritual como un premio de consolación: no puedo comulgar sacramentalmente, entonces hago una Comunión Espiritual.
La Comunión Espiritual no es primordialmente una sustitución de la Comunión Sacramental, sino más bien anticipación y extensión de sus frutos. Según la Iglesia, las Comuniones espirituales deben siempre tener la Comunión sacramental como meta.
Un acto de comunión espiritual, expresado mediante cualquier fórmula devota, es recompensado con una indulgencia parcial.
¿Cómo son tus visitas a Jesús Eucaristía?
Como inicio, busco en el interior de mi espíritu, un espacio de silencio y recogimiento, para hacer que en ese espacio habite Dios, que su paz permanezca en lo más íntimo de mí, para el amor hacia Él se arraigue en mi mente y en mi corazón, y de esta forma motive mi oración. Lo primero que hago es un acto de fe y tomo consciencia de que estoy en presencia del único Dios vivo.
En ocasiones mi visita es espontanea, para lo cua, mi corazón ora abiertamente; dejando fluir en la mente lo que el mismo Dios quiera manifestar; casi siempre lo realizo de esta forma cuando la visita es por unos cuantos minutos. Cuando es por un tiempo más prolongado, dedico unos minutos a un dialogo personal con el Señor, luego del acostrumbrado acto de fe; ese dialogo se estructura de la siguiente forma:
1.- Alabanzas: La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: “un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Co 8, 6). (CIC, 2639)
2.-Acción de Gracias: La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5, 18). “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4, 2). (CIC, 2637 – 2638)
3.- El Desagravio o la Petición de Perdón, por los pecados propios, de nuestros hermanos o de la propia comunidad en la que habitamos: La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón. (CIC, 2631)
4.- Las Peticiones: …está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino. (CIC, 2632)
5.- Las Intercesiones: Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino [...] el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (cf. San Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc23, 28. 34). (CIC, 2635)
Si el tiempo es mucho mas prolongado, observo en las sagradas escrituras, leo y medito un pequeño pasaje. Y finalmente, rezo las Preces de Desagravio y Reparación a Dios, para luego culminar solicitando la bendición.
Quisiera concluir recomendando que cuando nos acerquemos a Jesús Sacramentado, tengamos siempre presente su promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Es una invitación a confiar en Él, con alegría, sabiendo que Él está ahí siempre, paciente, gozoso, dispuesto a escucharnos y a ayudarnos. De la misma manera, recordemos que el Señor nos ha querido dejar una Madre que nos acompaña y nos ayuda a acercarnos cada vez más a Él. Ella, como alguna vez lo expresó San Juan Pablo II: «que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza, Sagrario vivo del Dios Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y devoción ferviente a Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo».
¿Cómo vives el compromiso de caridad en la Eucaristía?
Tener caridad, es un acto de amor benévolo, es decir, es de un comportamiento que tiene buena voluntad, simpatía y comprensión hacia los demás y sin distinción de personas; "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque así acumulas lumbres sobre su cabeza, y el Señor recompensará" (Romanos 12,20).
Nos corresponde como cristianos, practicar la caridad que nos ha enseñado el Señor, en especial con los más pobres, y si no lo hacemos, ofendemos a Dios, porque el que tiene compasión del miserable honra al Creador; “Quien oprime al débil, ultraja a su Hacedor; mas el que se apiada del pobre, le da gloria”. (Proverbios 14,31). Asimismo el que se burla del pobre ofende al Señor, que lo ha creado; “Quien se burla de un pobre, ultraja a su Creador” (Proverbios 17,5); por el contrario, el que practica la caridad con el pobre hace un préstamo al Señor; “Quien se apiada del débil, presta al Señor, el cual le dará su recompensa”. (Proverbios 19,17). Amar a Dios es desearle a Él todo honor y gloria y todo bien, y, en la medida de nuestras posibilidades, empeñarse en obtenerla por Él.
El amor a Dios, es un sentimiento infundido por un don o una gracia que comunica al alma con Dios, es algo superior a esa inclinación que traemos desde el nacimiento, es algo diferente a los hábitos que hemos adquirido. Por tanto su origen, es por infusión divina y es una gracia santificante.
San Juan, (14, 23) nos destaca y nos resalta el aspecto de reciprocidad que hace de la caridad una amistad verdadera del hombre con Dios. Cuando le preguntan a Jesús: “Señor, ¿por qué hablas de mostrarte a nosotros y no al mundo?” Responde; “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará”, Jesús se muestra a los que le aman. El que ama su palabra la guardará, la cuidará, vigilara y defenderá, la colocara en un lugar seguro y apropiado, pero además la conservara y la cumplirá.
Luego Jesús nos dice; “Y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. (Juan 14, 23) En efecto, vienen a nosotros si vamos a ellos; vienen con su auxilio, amorosa ayuda, con todo su amor a socorrernos, nos amparan y nos asisten. Y aún hay más, nos iluminan y nos llenan de gracia. Para mayor premio a nuestro amor y obediencia, harán su morada en nosotros.
También nos dice el Señor; “El que no me ama no guarda mis palabras”, (Juan 14, 24) En efecto, viene en verdad al corazón de algunos, pero no hacen morada en ellos. Esto sucede porque si bien se vuelven a Dios por la contrición, luego caen nuevamente en la tentación y se olvidan del arrepentimiento. Para mayor gravedad, vuelven a sus pecados como si nada.
Pero en el corazón del que ama a Dios verdaderamente, con lealtad y fidelidad, Él desciende y mora en su corazón. El que esta empapado del amor divino, supera la tentación. Verdaderamente ama a Dios aquel que no se deja dominar ningún instante en su alma por los malos placeres ni por nada que atente contra los hombres.
Cierto fariseo, le preguntó con ánimo de ponerle a prueba al Señor: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?”, y Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mateo 22, 36-40).
En el Evangelio de Lucas, dice que el Señor respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. (Lucas 10, 27). Este es nuestra más importante obligación, que no es para cumplirla hoy y mañana olvidarse de ella, es una actitud permanente y en cada instante. El amor a Dios, no permite la desidia en ningún aspecto, y las palabras "con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tus fuerzas y con toda tu mente”, significa que Dios está por encima de todo. Dice San Pablo; “la caridad que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera”. (1 Timoteo, 1,5)
Y también tenemos obligaciones con nosotros mismos, ¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? (Cfr. Mateo 16, 26) Y también tenemos obligaciones con amar al prójimo, y lo hacemos por amor a Dios, no porque solo queremos ser solidarios o compasivos.
Jesucristo amo a los hombres al extremo, y se entregó hasta la muerte y una muerte de cruz, esa es la caridad que debemos tener por nuestros semejantes, total, sin considerar en los hombres sus rasgo o característica propias que diferencian del resto, no solo amamos a los miembros de la familia o a los amigos íntimos, también a los que nos son conciudadanos, a los extranjeros y a los extraños, en otras palabras a la humanidad, sean estos pobres, marginados, condenados socialmente y aún a los que nos consideran sus enemigos.
Nuestra actitud como cristianos, se califica y encuentra su centro en el regalo amoroso con los semejantes, es decir, en una donación sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de Dios, bien como imitación de la persona de Jesús, que se mostró como caridad viva en todos sus gestos. “Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes”. (Juan 13,15)
Jesucristo, en la parábola del buen samaritano, (Lc 10,30-37), nos invita a considerar quien es el verdadero prójimo, en el cual nos llama a perdonar a quienes nos consideran sus enemigos, a reconciliarnos con ellos, ayudarles y amarles y a socorrerles con sincera caridad en cualquier circunstancia, a diferencia de quienes evitaron pasar y ayudar al hombre herido, el buen samaritano "se compadeció" del desgraciado judío, "enemigo" de raza, y cuidó de él, por lo que merece ser señalado como modelo de caridad con el prójimo por haberse "compadecido de él".
El socorro a nuestros hermanos, debe hacerse siempre por amor, por caridad, por amor a Dios, no tiene otra condición. “Procuremos, “ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza” (1 Timoteo, 4- 12)
Nada tiene el hombre tan divino –tan de Cristo– como la mansedumbre y la paciencia para hacer el bien. «Busquemos aquellas virtudes –nos aconseja San Juan Crisóstomo– que, junto con nuestra salvación, aprovechan principalmente al prójimo... En lo terreno, nadie vive para sí mismo; el artesano, el soldado, el labrador, el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo. Con mayor razón en lo espiritual, porque este es el vivir verdadero. El que solo vive para sí y desprecia a los demás es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje». Las múltiples llamadas del Señor –y especialmente su mandamiento nuevo – para vivir en todo momento la caridad han de estimularnos a seguirle de cerca con hechos concretos, buscando la ocasión de ser útiles, de proporcionar alegrías a quienes están a nuestro lado, sabiendo que nunca adelantaremos lo suficiente en esta virtud. En la mayoría de los casos se concretará solo en pequeños detalles, en algo tan simple como una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto amable... Todo esto es grande a los ojos de Dios, y nos acerca mucho a Él. Al mismo tiempo, consideramos hoy en nuestra oración todos esos aspectos en los que, si no estamos vigilantes, sería fácil faltar a la caridad: juicios precipitados, crítica negativa, falta de consideración con las personas por ir demasiado ocupados en algún asunto propio, olvidos... No es norma del cristiano el ojo por ojo y diente por diente, sino la de hacer continuamente el bien aunque, en ocasiones, no obtengamos aquí en la tierra ningún provecho humano. Siempre se habrá enriquecido nuestro corazón.
La caridad nos lleva a comprender, a disculpar, a convivir con todos, de modo que «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa deben ser también objeto de nuestro respeto y de nuestro aprecio (...). «Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa». «Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto; si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar», y esa es la mayor muestra de amor y de caridad.
La unión con Dios que procuramos hacer fructificar con su gracia en nuestra conducta nos debe llevar a tener presente la dimensión entrañablemente humana del apostolado. La actitud del cristiano, su convivencia con todos, debe parecerse a un generoso caudal de cariño sobrenatural y cordialidad humana, procurando superar la tendencia al egoísmo, a quedarse en sus cosas. En nuestra oración personal pedimos al Señor que nos ensanche el corazón; que nos ayude a ofrecer sinceramente a más personas nuestra amistad; que nos impulse a hacer apostolado con cada uno, aunque no seamos correspondidos, aunque sea necesario a menudo enterrar nuestro propio yo, ceder en el propio punto de vista o en un gusto personal. La amistad leal incluye un esfuerzo positivo –que mantendremos en el trato asiduo con Jesucristo– «por comprender las convicciones de nuestros amigos, aunque no lleguemos a compartirlas, ni a aceptarlas» porque no puedan conciliarse con nuestras convicciones de cristianos. El Señor no deja de perdonar nuestras ofensas siempre que volvemos a Él movidos por su gracia; tiene paciencia infinita con nuestras mezquindades y errores; por eso, nos pide –así nos lo ha enseñado en el Padrenuestro de modo expreso– que tengamos paciencia ante situaciones y circunstancias que dificultan acercarse a Dios a personas, conocidos o amigos, que encontramos a nuestro paso. La falta de formación y la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, incluso una aparente indiferencia, no han de apartarnos de esas personas, sino que han de ser para nosotros llamadas positivas, apremiantes, luces que señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual en quienes los padecen: han de ser estímulo para intensificar nuestro interés por ellos, por cada uno. Nunca motivo para alejarnos. Formulemos un propósito concreto que nos acerque a los parientes, amigos y conocidos que más lo necesitan, y pidamos gracias a la Santísima Virgen para llevarlo a cabo.