por ANA LAURA LOIS » Dom Ene 24, 2016 4:40 pm
1. La humildad es la virtud que modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, del propio valer. Es una virtud que nos lleva a reconocer la grandeza de Dios y, al mismo tiempo, al conocimiento exacto de nosotros mismos; es una virtud que como dice Santa Teresa de Avila nos hace andar en la verdad. Nos permite reconocer lo bueno que hay en nosotros, para agradecer a Dios de quien viene todo lo bueno que somos y tenemos, sin apropiarnos nada. La virtud de la humildad nos permite reconocer los propios límites y defectos, no para desanimarse, sino para superarlos con la ayuda de Dios.
La eucaristía es el sacramento del abajamiento, del ocultamiento. Más no podía bajar Dios. Él, que podría manifestarse en el esplendor de su gloria divina, se hace presente del modo más humilde. Se pone al servicio de la humanidad, siendo Él el Señor. Se queda oculto en la especies de pan y vino, donde se da, se parte, se comparte, se reparte, sin llamar la atención, escondiendo no sólo su divinidad sino también su humanidad.
2. La eucaristía es fuente de alegría porque festeja la Alianza que hizo Jesús con nosotros, porque es imagen del banquete celestial, porque da sentido a nuestros dolores ofrecidos al Señor. "Vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16, 20). Es una alegría que se abre a los demás, para compartir con ellos un gozo superior a los demás.
3. La generosidad es la virtud de las almas grandes, que encuentran la satisfacción y la alegría en el dar más que en el recibir. La persona generosa sabe dar ayuda material con cariño y comprensión, y no busca a cambio que la quieran, la comprendan y la ayuden. Da y se olvida que ha dado. La generosidad abarca a Dios y a los demás, sobre todo con los más necesitados. La persona generosa sabe olvidar con prontitud los pequeños agravios, tiene comprensión y no juzga a los demás, se adelanta a los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia, perdona con prontitud todo y siempre, acepta a los demás como son, da, sin mirar a quién, da hasta que duela, da sin esperar.
La Eucaristía es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo. Jesús eucaristía, abre nuestro corazón a la generosidad.
Respecto a la generosidad de parte de Dios: Generoso es Dios que nos ofrece este banquete de la eucaristía y nos sirve, no cualquier alimento, sino el mejor alimento: su propio Hijo, no se reserva nada para Él.
Generoso es Dios en su misericordia al inicio de la misa, que nos recibe a todos arrepentidos y con el alma necesitada. Generoso es Dios cuando nos ofrece su mensaje en la liturgia y lo va haciendo a lo largo del ciclo litúrgico.
Generoso es Dios cuando considera fruto de nuestro trabajo lo que en realidad nos ha dado Él, no mira la pequeñez y mezquindad de nuestro corazón al entregarle esa poca cosa, y Él la ennoblece y diviniza convirtiéndola en el cuerpo y la sangre de su querido Hijo.
Generoso es Dios que nos manda el Espíritu Santo para que realice ese milagro portentoso. El Espíritu Santo es el don de los dones. Generoso es Dios cuando acoge y recibe todas nuestras intenciones, sin pedir pago ni recompensa. Generoso es Dios cuando nos ofrece su paz, sin nosotros merecerla.
Generoso es Dios cuando se ofrece en la Comunión a los pobres y ricos, cultos e ignorantes, pequeños, jóvenes, adultos y ancianos. Y se ofrece a todos en el Sagrario como fuente de gracia.
Generoso es Dios, que va al lecho de ese enfermo como viático o como Comunión, para consolarlo y fortalecerlo. Generoso es Dios que está día y noche en el Sagrario, velando, cuidándonos, sin importarle nuestra indiferencia, nuestras disposiciones, nuestra falta de amor. Generoso es Dios que se reparte y se comparte en esos trozos de Hostia y podemos partirlo para que alcance a cuántos vienen a comulgar. Es todo el símbolo de darse sin medida, sin cuenta, y en cada trozo está todo Él entero. Generoso es Dios que no se reserva nada en la eucaristía. Y en todas partes, latitudes, continentes, países, ciudades, pueblos, villas que se esté celebrando una misa, Él, omnipotente, se da a todos y todo Él.
Respecto a la generosidad de la Eucaristía y lo que produce en nosotros: a la Eucaristía, traemos nuestra vida, con todo lo que tiene de luces y sombras, y se la queremos dar toda entera a Dios. Le presentamos todos, lo que somos y tenemos.
Venimos con espíritu generoso para dar, en el momento de las lecturas, toda nuestra atención, reverencia, docilidad, obediencia, respeto. En el momento del ofertorio ponemos en la patena todas nuestras ilusiones, sueños, alegrías, problemas, tristezas. En el momento de la colecta se nos ofrece una oportunidad para ser generosos. En el momento de la paz se nos ofrece una oportunidad para saludar a quien tal vez está a nuestro lado y hace tiempo que no saludamos. Salimos con las manos llenas para repartir estos dones de la eucaristía.
4. Uno de los fines de la eucaristía y de la misa es el propiciatorio, es decir, el de pedirle perdón por nuestros pecados. La misa es el sacrificio de Jesús que se inmola por nosotros y así nos logra la remisión de nuestros pecados y las penas debidas por los pecados, concediéndonos la gracia de la penitencia, de acuerdo al grado de disposición de cada uno. En la Eucaristía Dios nos perdona nuestros pecados veniales. Nuestras distracciones, rutinas, desidias, irreverencias, faltas de respeto. Él aguanta y tolera el que no valoremos suficientemente este Santísimo Sacramento.
Si vemos la misa está permeada de espíritu de perdón y contrición. En la misma misa comenzamos con un acto de misericordia, el acto penitencial (“Reconozcamos nuestros pecados”). En el Gloria: “Tú que quitas el pecado del mundo...”. Después del Evangelio dice el sacerdote: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados...”. En el Credo, decimos todos: “Creo en el perdón de los pecados...”. Después de las ofrendas y durante el lavatorio el sacerdote dice en secreto: “lava del todo mi delito, Señor, limpia mis pecados”. En la Consagración, “...para el perdón de los pecados”. “Ten misericordia de todos nosotros . . .” En el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas . . .”. “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo . . .”.. Y no olvidemos que Jesús nos pide, para recibir el fruto de la eucaristía, tener un corazón lleno de perdón, reconciliado, compasivo.