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San Basilio le describe como "un interlocutor que conoce todo lo que es verdad" ; San Jerónimo, al recopilar los nombres de los grandes escritores cristianos, le menciona con estos términos: "Efrén, diácono de la iglesia de Edessa, escribió muchas obras en sirio y llegó a tener tanta fama, que en algunas iglesias se leen en público sus escritos, después de las Sagradas Escrituras. Yo leí en la lengua griega un libro suyo sobre el Espíritu Santo; a pesar de que sólo era una traducción, reconocí en la obra el genio sublime del hombre". (Edessa, hoy llamada Urfa o Sanliurfa, está en Turquía)
San Efrén narra que en un sueño vio que de su lengua nacía una mata de uvas, la cual se extendía por muchas regiones, llevando a todas sus racimos. Este sueño llegó a ser profético por la gran propagación de sus obras.
A San Efrén debemos, en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio de instrucción.
Efrén (o Efraín) de Siria, también conocido como Efraín de Nísibe o Nisibi, fue un diácono y escritor, santo, Padre de la Iglesia y Doctor de la Iglesia sirio nacido en Nusaybin (Turquía) —entonces en la provincia romana de Mesopotamia— en 306 ca.1 y muerto en Edesa en 373. Ya en su tiempo fue conocido como «el Místico», con el apelativo de «El arpa del Espíritu».
Desde joven quedó marcado por la vida intolerante de su padre, que era un tenaz pagano. Efrén, hostigado por su padre porque había abrazado el cristianismo, huyó de casa para evitar malos tratos y acudió a su obispo, quien lo acogió. El obispo Jacobo de Nisibe logró su plena formación y conversión (324). Más tarde, le ordenó diácono y, a pesar de la insistencia del obispo para que se ordenara como presbítero, él siempre renunció porque no se veía digno.
Fundó una escuela de teología en Nesaybin que se distinguió por su alto grado de preparación y por el esplendor de sus alumnos. Cuando la escuela estaba en su apogeo, llegó una invasión persa y los sasánidas se apoderaron de su región natal. Efrén cruzó la frontera y fundó la escuela en Edesa dentro del Imperio romano. Aquí se convirtió en el gran defensor de la doctrina cristológica y trinitaria en la Iglesia siria de Antioquía. Escribió mucho: hizo el comentario de toda la Biblia, compuso poemas que sustituyeron a los cantos empleados en las fiestas populares de los paganos. La Iglesia antioquena se unió a él y sus himnos fueron el inicio de la práctica del canto en la liturgia cristiana.
Es uno de los poetas más grandes en lengua siria. Vivía con absoluta austeridad.1
Fue proclamado Doctor de la Iglesia por Benedicto XV en 1920.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general, en la que meditó sobre la figura de San Efrén, considerado como el más grande de los padres de la Iglesia en Siria.
* * *
Queridos hermanos:
Según una opinión común hoy, el cristianismo sería una religión europea, que habría exportado la cultura de este continente a otros países. Pero la realidad es mucho más compleja, pues la raíz de la religión cristiana se encuentra en el Antiguo Testamento y, por tanto, en Jerusalén y en el mundo semítico. El cristianismo se alimenta siempre de esta raíz del Antiguo Testamento. Su expansión en los primeros siglos tuvo lugar tanto hacia occidente, hacia el mundo greco-latino, donde después inspiró la cultura Europa, como hacia oriente, hasta Persia, la India, ayudando de este modo a suscitar una cultura específica, con lenguas semíticas, y con una propia identidad.
Para mostrar esta multiformidad cultural de la única fe cristiana de los inicios, en la catequesis del miércoles pasado hablé de un representante de este otro cristianismo, Afraates el sabio persa, para nosotros casi desconocido. En esta misma línea quisiera hablar hoy de san Efrén el sirio, nacido en Nísibis en torno al año 306 en el seno de una familia cristiana.
Fue el representante más importante del cristianismo en el idioma siríaco y logró conciliar de manera única la vocación de teólogo con la de poeta. Se formó y creció junto a Santiago, obispo de Nísibis (303-338), y junto a él fundó la escuela teológica de su ciudad. Ordenado diácono, vivió intensamente la vida de la comunidad local hasta el año 363, en el que Nísibis cayó en manos de los persas. Entonces Efrén emigró a Edesa, donde continuó predicando. Murió en esta ciudad en el año 373, al quedar contagiado en su obra de atención a los enfermos de peste.
No se sabe a ciencia cierta si era monje, pero en todo caso es seguro que decidió seguir siendo diácono durante toda su vida, abrazando la virginidad y la pobreza. De este modo, en el carácter específico de su cultura, se puede ver la común y fundamental identidad cristiana: la fe, la esperanza --esa esperanza que permite vivir pobre y casto en este mundo, poniendo toda expectativa en el Señor-- y por último la caridad, hasta ofrecer el don de sí mismo en el cuidado de los enfermos de peste.
San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su considerable producción puede reagruparse en cuatro categorías: obras escritas en prosa (sus obras polémicas y los comentarios bíblicos); obras en prosa poética; homilías en verso; y por último los himnos, sin duda la obra más amplia de Efrén. Es un autor prolífico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.
El carácter específico de su trabajo consiste en unir teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, tenemos que insistir desde el inicio en esto: hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se hace liturgia, se hace música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto, alabanza a Dios, van juntos; y, precisamente por este carácter litúrgico, aparece con nitidez en la teología de Efrén la verdad divina. En la búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.
Ahora no puedo hablar mucho de él, en parte porque es difícil de traducir la poesía, pero para dar al menos una idea de su teología poética quisiera citar pasajes de dos himnos. Ante todo, y de cara también al próximo Adviento, os propongo unas espléndidas imágenes tomadas de los himnos «Sobre la natividad de Cristo». Ante la Virgen, Efrén manifiesta con inspiración su maravilla:
«El Señor vino a ella
para hacerse siervo.
El Verbo vino a ella
para callar en su seno.
El rayo vino a ella
para no hacer ruido.
El pastor vino a ella,
y nació el Cordero, que llora dulcemente.
El seno de María
ha trastocado los papeles:
Quien creó todo
se ha apoderado de él, pero en la pobreza.
El Altísimo vino a ella (María),
pero entró humildemente.
El esplendor vino a ella,
pero vestido con ropas humildes.
Quien todo lo da
experimentó el hambre.
Quien da de beber a todos
Sufrió la sed.
Desnudo salió de ella,
quien todo lo reviste (de belleza)» (Himno «De Nativitate» 11, 6-8).
Para expresar el misterio de Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz) por la lanza
podemos regresar» (Himno 49, 9-11).
Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:
«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede digerirse;
en tu vino está el fuego, que no puede beberse.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino:
ésta es la maravilla acogida por nuestros labios.
El serafín no podía acercar sus dedos a las brasas,
a las que sólo pudieron acercarse los labios de Isaías;
ni los dedos las tomaron, ni los labios las digirieron;
pero el Señor nos ha concedido a nosotros ambas cosas.
El fuego descendió con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece.
En vez del fuego que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados» (Himno «De Fide», 10, 8-10).
Un ejemplo más de los himnos de san Efrén, donde habla de la perla como símbolo de la riqueza y de la belleza de la fe:
«Coloqué (la perla), hermanos, en la palma de mi mano
para poder examinarla.
La observé por todos los lados:
tenía el mismo aspecto desde todos los lados.
Así es la búsqueda del Hijo, inescrutable,
pues es totalmente luminosa.
En su limpidez, vi al Límpido,
que no se opaca;
en su pureza,
vi al símbolo del cuerpo de nuestro Señor,
que es puro.
En su carácter indivisible, vi la verdad,
que es indivisible» (Himno sobre la Perla 1, 2-3).
La figura de Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de varias Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que a partir de la Sagrada Escritura reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarando. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, adecuados para ser recitados en el canto litúrgico. Efrén se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el pasar del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.
Es importante la reflexión de Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios. Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos. Para Efrén, dado que no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María. Las dimensiones divinas y humanas del misterio de nuestra redención se encuentran en los escritos de Efrén; de manera poética y con imágenes tomadas fundamentalmente de las Escrituras, anticipa el trasfondo teológico y en cierto sentido el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Efrén, honrado por la tradición cristiana con el título de «cítara del Espíritu Santo», decidió seguir siendo diácono de su Iglesia durante toda la vida. Fue una decisión decisiva y emblemática: fue diácono, es decir servidor, ya sea en el ministerio litúrgico, ya sea de manera más radical en el amor a Cristo, cantado por él de manera sin par, ya sea por último en la caridad a los hermanos, a quienes introdujo con maestría excepcional en el conocimiento de la Revelación divina.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Efrén puede ser considerado el más grande de los Padres siríacos, así como el poeta más renombrado de toda la época patrística. Permaneció como diácono hasta su muerte en Edesa, a causa de la peste contraída mientras curaba a los enfermos. En sus muchas obras consiguió armonizar su vocación de teólogo con la de poeta, sirviéndose de imágenes, símbolos y paradojas, para expresar y profundizar sus reflexiones teológicas. En efecto, Efrén compuso muchas poesías e himnos litúrgicos para difundir entre los fieles la doctrina de la Iglesia. Destaca ante todo su reflexión sobre Dios creador; para él la creación, junto con la Sagrada Escritura, es como una Biblia de Dios. La presencia de Jesús en el seno de María le lleva a considerar la altísima dignidad y el papel fundamental de la mujer, hablando siempre de ella con sensibilidad y respeto. Además, en los textos de Efrén se encuentran ya las dimensiones humana y divina del misterio de la redención, anticipando así el trasfondo teológico y hasta el mismo lenguaje de las grandes definiciones cristológicas de los Concilios del siglo V.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los distintos grupos venidos de Argentina, España, México, y de otros países latinoamericanos. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de san Efrén, os invito a dejaros guiar en vuestras vidas por el amor de Cristo, para servir a Dios y a los hermanos con generosa y alegre dedicación. Muchas gracias.
Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana
iCristinai escribió:Un bello video, https://www.youtube.com/watch?v=B2QoBv14qMo
La Iglesia Maronita en Tierra Santa
Paz y bien,
Cristina
Dorys Bencomo escribió:Buenas tardes; hola peregrinos....................
.............La iglesia maronita es uniata, es decir, que se ha reintegrado en la iglesia católica sin renunciar por ello a sus estructuras y rituales propios.............. .
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