por Reinaldo Aguilar » Lun Abr 07, 2014 11:01 pm
Lección 12
Participación en el FORO
1. ¿Podríamos decir que nuestra sociedad es feliz? ¿Qué índices en nuestra cultura nos muestran esta situación?
No se puede asegurar que nuestra sociedad es feliz porque aunque se califique de sociedad de bienestar, y las circunstancias en cuotas de satisfacción de las necesidades incluso las superfluas son bastante satisfactorias, también las desigualdades entre los hombres se han acentuado, en proporciones no alcanzadas en ningún momento histórico. Pero mucho más significativo resulta comprobar que incluso en aquellos a los que alcanzan todas las ventajas de la civilización actual, incluso aquellos que gozan de todos los privilegios del mundo presente, distan mucho de sentirse dichosos.
Los índices de nuestra cultura que nos muestran dicha situación son; en primer término, el espectacular número de suicidios, particularmente en los países que se consideran más desarrollados. El progresivo y a veces galopante aumento de divorcios. La proliferación de enfermedades psíquicas, producidas por el hastío ante la vida, por una especie de desilusión perenne y pronunciada, lo que Viktor Frankl ha tipificado como “vacío existencial”. Por fin el recurso indiscriminado al sexo con todas las posibles variantes antinaturales y de promiscuidad y a la droga: manifestaciones, especialmente reveladoras por cuanto en ellas se pretende conseguir, justamente, una especie de lenitivo, un escape a la propia desdicha, o, si se prefiere expresarlo de forma positiva, un sustituto más o menos artificial de la felicidad inalcanzada. Todos estos síntomas proliferan, justamente en una cultura que, como pocas, se empeñan en una lucha obstinada por conquistar la propia fortuna.
2. El autor del artículo habla de una “paradoja”, ¿a qué se refiere?
El autor nos trata de explicar que ni la felicidad ni ninguno de sus hermanos menores, como la alegría o el deleite, pueden eficazmente buscarse por sí mismos, sino que han de sobrevivir, siempre, como algo añadido, como un venturoso corolario, como una consecuencia. No debemos sentir extrañeza, pues esta paradoja no resulta exclusiva de la felicidad y sus aledaños. Muchas otras realidades humanas obedecen a la misma ley fundamental y rigurosa: solo se consigue cuando explícitamente no se las persigue.
3. ¿Podemos deshacer esta paradoja? ¿en qué manera el autor sugiere lograrlo?
De acuerdo con la experiencia más universal y cotidiana, que los hilos del propio contento so se encuentran por completo en nuestras manos; que con la propia dicha nos enfrentamos como con esos objetos que no dependen directamente de nuestro esfuerzo; que muchas veces no sabemos determinar, ni siquiera de forma aproximada, los motivos de nuestro regocijo o, en el extremo opuesto, de nuestros malhumores, depresiones o desánimos. Pero sobre todo, lo que experimentamos de continuo, que, especialmente en los estados de exaltación más hondamente humanos, en las alegrías más entrañables y profundas, el alborozo y la satisfacción interiores se nos ofrecen como algo radicalmente gratuito, como una delicia que viene a colmar nuestras ambiciones mucho más allá de lo estricta justicia considerábamos merecer. En otros términos, la búsqueda de la felicidad es autodestructiva: constituye una contradicción en sí misma. En la medida en que el individuo empieza a buscar directamente la felicidad o a esforzarse por conseguirla, exactamente en la misma medida no puede alcanzarla. Cuanto más se esfuerza por lograrla, tanto menos la consigue.
4. ¿En qué sentido el autor propone el “amor” como medio adecuado para lograr la felicidad?
El amor como medio adecuado para lograr la felicidad el autor lo propone, como el destino terminal de toda persona humana, ya que Dios fue impulsado por amor al extraernos de la nada con su potencia infinita y a la armonía pluriforme que constituye nuestro mundo. En el caso de Dios, autosuficiente y omnipotente, amar significa, en primer término, conferir la existencia a aquellos seres a los que deseaba comunicar bondad; y después hacerles participes, de su propia plenitud y dicha, en la medida que esto fuera posible. El hombre es, radical y terminalmente, un ser para el Amor. En el amor encuentra su cumplimiento último, su perfección decisiva y el fundamento de su felicidad.