por Damares » Mar Abr 01, 2014 11:34 pm
1) ¿Cómo puede el dolor dejar de ser un obstáculo para la felicidad?
El dolor y el sufrimiento forman parte de la vida humana, existe una gran desigualdad en el sufrimiento de las diversas personas: desde el que casi lo ha sufrido hasta el que sufre lo indecible. El hombre sufre de manera más profunda si no encuentra una respuesta satisfactoria. Aceptar plenamente el sufrimiento, se requiere comprender su valor y su sentido. Si esto se consigue, se hará realidad lo que Julián Marías afirma: "se puede ser feliz -radical y sustancialmente feliz- en medio de considerables sinsabores, privaciones o sufrimientos".
2) ¿Cuál es la trayectoria que ordinariamente se sigue a partir de un suceso doloroso?
El porqué del sufrimiento se refiere a la causa que pudiera explicar su aparición, se trata de una oportunidad que se me ofrece para obtener algún bien, el dolor mantendrá en todo momento su negatividad; descubrir el sentido del sufrimiento, para valorarlo y, en esa medida, aceptarlo -incluso amarlo, en el grado más elevado de la aceptación- "el amor al dolor no equivale ni a la destrucción de la negatividad del dolor, ni al masoquismo, sino al descubrimiento de un horizonte en el que el dolor, lejos de destruir a la persona, es un instrumento que la transforma y perfecciona, la hace "ser más", consiste en la transformación y el perfeccionamiento que el sufrimiento puede producir en quien lo padece
3) ¿Qué beneficios humanos pueden derivar del sufrimiento?
El dolor nos puede transformar y perfeccionar aplicando nuestras facultades de inteligencia, voluntad y afectividad (amor), haciéndonos mejores personas, cuando es bien enfocado y aceptado.
1) El sufrimiento enriquece la inteligencia
Nos hace pensar e invita a reflexionar, a plantearse la vida de una manera nueva, hace más aguda nuestra percepción de las cosas: lo trivial, lo insubstancial cede paso a lo que es importante, a lo substancial. En consecuencia, la persona se hace más profunda, el dolor le demanda definir y clarificar sus propias convicciones, así como la jerarquía de sus valores. El dolor nos enfrenta con nosotros mismos, sin dejar espacio al fingimiento o a la falsedad, la persona se encuentra en condiciones de manifestarse como realmente es, con naturalidad, porque el dolor ayuda a quitarse las máscaras y a eliminar las falsas apariencias. Se vive entonces con más paz interior, porque no hay nada que ocultar y se está en presencia de la verdad sobre uno mismo.
2) El dolor perfecciona la voluntad
Aceptar las propias limitaciones y debilidades, quien se cree invulnerable, ante una enfermedad u otro proceso doloroso, tiene que bajar la cabeza y reconocer que no es autosuficiente, que no se basta a sí mismo sino que necesita de los demás, ser humilde es fundamental para estar centrados en la vida y alcanzar la paz interior, porque “la humildad es la verdad” y deriva la solidaridad con los demás sabiendo que los necesitamos y ellos también requieren de nosotros y el apoyo reciproco influye directamente en la felicidad, ya que compartir es indispensable para ser feliz.
3) El sufrimiento transforma el corazón Afectividad
La primordial importancia del amor con relación a la felicidad es algo en cierta manera evidente, ya que no resulta difícil constatar que "las personas que de verdad se aman son las más felices del mundo. En principio un niño aprende a amar en la medida en que experimenta el amor de sus padres-, y de aquí deriva la felicidad, porque "la apetencia de ser amado es esencial a la felicidad; cuando alguien nos quiere, nuestra vida se dilata, se abre literalmente a la posibilidad de ser feliz. Sin embargo, no basta con ser amado, sino que es preciso, además, saberse y sentirse amado. Se experimenta una especial intensidad, como consecuencia de sentirse amado y de amar. Por ello se puede concluir algo de importancia capital, y es que "la esencia de la felicidad es simple y eterna: consiste en amar y ser amado.
, "quien se niega a sufrir no puede amar de verdad, pues el amor implica siempre alguna forma de morir a sí mismo, de sentirse arrancado y, con ello, liberado de sí mismo. Este amor que nace del sufrimiento se manifiesta especialmente en la comprensión de los demás: la persona, al tener más clara conciencia de sus limitaciones, se hace más capaz de ponerse de verdad en el lugar de los otros, para entenderlos desde ellos mismos y aceptarlos como son. Además, la experiencia del dolor le hace más sensible frente al sufrimiento ajeno, que se comprende con mayor profundidad. Quien gana en comprensión, suele ser también más cordial, más amable, más acogedor, cualidades todas de gran importancia para la convivencia humana y para el perfeccionamiento personal, y que colaboran de manera determinante a la felicidad.
4) ¿Se puede ser realmente feliz si no se cree en Dios y en la vida después de la muerte? ¿Qué sentido da Jesucristo al sufrimiento?
La felicidad aumenta en paralelo con la práctica religiosa. "Hay gente que lo tiene todo y no es feliz y, sin embargo, no es difícil encontrar enfermos que con una gran alegría dan gracias a Dios por el maravilloso mundo que descubren gracias a su enfermedad".
Las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, "disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad [...]. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna". Esto significa que "no estamos destinados a una felicidad cualquiera, porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo". estas virtudes convierten el sufrimiento en camino hacia la felicidad.
1 )La fe
La fe es una virtud por la que creemos en Dios y creemos a Dios. Creer en Dios significa reconocer la existencia de un ser creador, infinitamente bueno y poderoso, en quien podemos confiar y con quien podemos contar en todo momento. Por la fe, el creyente centra su vida en Dios y se esfuerza por conocer y hacer Su voluntad. Ve a Dios como un padre amoroso y experimenta, en consecuencia, la seguridad del hijo que se sabe protegido y acompañado en todo momento. Esto repercute directamente en la felicidad, por la consiguiente tranquilidad y paz interior que se experimenta.
Creer a Dios quiere decir aceptar todo lo que Él ha querido revelarnos. Entre otras, aquellas verdades que orientan nuestra existencia hacia la felicidad definitiva, que consistirá en la unión con Dios para siempre en la otra vida, y que señalan también el camino que es preciso recorrer - por ejemplo, el cumplimiento de los mandamientos- para alcanzar esa meta. La fe nos asegura que quien vive de acuerdo con el plan de Dios, conseguirá su felicidad, pero no sólo en la otra vida, sino ya ahora, aunque con las limitaciones propias de quien está en camino. De esta manera, la felicidad en la tierra viene a ser como un preludio de la felicidad definitiva en el cielo. La fe, por tanto, nos proporciona una claridad tal, sobre las verdades últimas de la existencia, que la vida se ve iluminada y llena de sentido, con la consiguiente alegría y felicidad que de ahí derivan. Muchos santos se han abierto a la fe y han tomado la decisión de orientar su vida hacia Dios, precisamente a raíz de un suceso doloroso; se han transformado y han iniciado el camino que les conduciría a la felicidad plena.
2) La esperanza
La esperanza es la virtud por la que aspiramos a la unión definitiva con Dios en la vida eterna. Incluye poner nuestra confianza en las promesas que El mismo ha hecho y en los medios que ha prometido para alcanzarla. "La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre. Él se siente feliz en la medida de la esperanza razonable que abrigue de conseguir la verdadera felicidad. Esta convicción sólo es posible si tengo esperanza, si experimento la seguridad de que, viviendo conforme al querer de Dios, al final de mi vida en la tierra llegaré al definitivo encuentro con Él, única fuente de felicidad absoluta. : Si Dios quiere que seamos felices ahora -con los límites propios de la condición humana- y felices en la otra vida, solo la encontraremos en Jesucristo, quien señaló el camino mediante las Bienaventuranzas que enseñó en el Sermón de la Montaña Mat. (5.1 – 7,29) . Baste recordar algunas de ellas recogidas por San Mateo: «bienaventurados los que lloran, porque serán consolados»; «bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados»; «bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos»; «bienaventurados cuando los injurien, los persigan y, mintiendo, digan contra ustedes todo tipo de maldad por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo». Por tanto, puede decirse que «las bienaventuranzas son la respuesta de Jesús, de Dios mismo, a la cuestión tan humana acerca de la felicidad, bajo la forma de una serie de promesas y advertencias». De ahí que "las Bienaventuranzas del Evangelio nos harán encontrar, bajo la arena movediza de las alegrías intermitentes y de los placeres engañosos, el camino de nuestra verdadera felicidad". Su conocimiento será una luz que oriente el rumbo de esa felicidad profunda que todos anhelamos.
3) El amor
La caridad -el amor- es la virtud por la cual amamos a Dios y amamos al prójimo. Acabamos de decir que la capacidad de amar proviene de haber sido amado previamente. "Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor", Benedicto XVI. Por tanto, quien se sabe amado por Dios experimenta "la alegría en Dios que se convierte en su felicidad esencial", y quien corresponde a ese amor, se siente feliz, porque "amar a Dios sobre todas las cosas es además el secreto para conseguir la felicidad incluso ya en esta vida". Pero el pecado, que consiste en transgredir voluntariamente el orden que Dios ha establecido por nuestro bien, para facilitarnos el camino. El pecado nos aparta de Dios, nos mancha interiormente y merece una pena por la culpa cometida. Entre otros medios, el sufrimiento ofrecido a Dios se puede convertir en camino privilegiado para pagar la deuda contraída, para purificar el alma de las manchas que han derivado de esas ofensas a Dios, y para recuperar el bien que se perdió al apartarse de Él. El sufrimiento es, además, un medio privilegiado para demostrar y manifestar el amor. El mejor ejemplo lo encontramos en Jesucristo, que experimentó hasta lo indecible el dolor físico y el dolor moral, especialmente en los momentos de su Pasión, para salvar al hombre. . Cristo ha sufrido en vez del hombre y por el hombre. Y todo hombre, mediante su propio sufrimiento, puede hacerse participe del sufrimiento redentor de Cristo, que no termina en la cruz, sino en la alegría de la resurrección.
El amor al prójimo se puede manifestar de manera efectiva mediante el sufrimiento: si se ofrece a Dios por los demás, se convierte en una oración de incalculable valor, porque una persona que es capaz de pedir por otra a través de su propio dolor está demostrando un amor generoso como el de Jesucristo; está uniendo su dolor al de Cristo, con el consiguiente beneficio para el prójimo: "Con su Pasión y Muerte, Jesús da un nuevo sentido al sufrimiento, el cual, unido al suyo, puede convertirse en medio de purificación y salvación, para nosotros y para los demás". Si cualquier servicio realizado por el prójimo suele traer consigo un incremento de felicidad en quien lo realiza, cuando la ayuda se dirige a lo más importante de la persona -su relación con Dios- se comprende que la felicidad que deriva de ahí adquiera unas dimensiones especialmente elevadas. Por eso no es de extrañar que San Pablo expresara: "Me alegro de mis padecimientos por ustedes".
Todo es posible cuando la persona ha centrado su vida en Dios.