por Carlos64 » Sab Ene 25, 2014 1:10 am
Pregunta: "El número 1 de este capítulo es un resumen de lo anterior… ¿Has comprendido todo de esta manera? ¿Tienes algún problema con la visión integral que presenta?"
Si, estimada doctora Pilar, lo he comprendido todo del mismo modo. En el realismo sobrenatural de nuestra fe cristiana, todo lo que edifica nuestra vida y nos acerca a Cristo posee una dimensión moral y una dimensión carismática, estando ambas dimensiones estrechamente ligadas. Los dones del Espíritu, que nos son dados en virtud del misterio redentor de Cristo, implican en nosotros el compromiso moral de corresponderles de forma concreta, con fidelidad y santidad. Y esto es particularmente así en lo que concierne a la pureza y a la santidad del cuerpo.
No tengo ningún problema con la visión integral que nos presenta esta reflexión.
Pregunta: "¿Qué añade a la necesidad de la pureza el que hayamos sido comprados con la Sangre de Cristo? Como dice San Pablo en la Carta a los Corintios cap. 6."
Añade una nueva perspectiva teológica de la virtud de la pureza, la cual viene ahora a comprenderse desde el Misterio de Cristo. La nueva dignidad del cuerpo humano, hecha realidad en la Encarnación de Jesucristo a través de la unión de la naturaleza humana y la divinidad del Verbo, nos es conferida como don (participación) de la Redención. Al redimirnos del pecado mediante su muerte en la Cruz, Cristo nos otorga nuevamente el propio ser, incluido nuestro cuerpo, como don de Dios, de manera que nuestro cuerpo pertenece ahora a Dios y como tal es consagrado en tanto templo del Espíritu. La dignidad del cuerpo viene así a tener dos orígenes: el humano, dado que el cuerpo es expresión de la persona (hombre interior) que lo habita, y el divino, que es el mismo Espíritu de Dios. Vemos así que en la pureza como virtud y como don divino fructifica el misterio de la redención del cuerpo como parte del misterio de Cristo presente en nosotros a través de su Espíritu. De esta realidad sobrenatural, dada en Cristo y por Cristo a través del Paráclito, surge el compromiso ético del cristiano por mantener su cuerpo (y el de las demás personas) con dignidad y respeto, esto es, con santidad y en pureza, evitando activamente todo aquello que proviene de la concupiscencia de la carne y da impureza e irrespeto al cuerpo.
Dios la bendiga.
Discípulo de Cristo por amor del Padre y unción del Espíritu. Miembro de la Iglesia por gracia divina. Amar a Jesús es mi mayor alegría.
Dios te salve, María, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.