por enrique4 » Sab Dic 07, 2013 1:28 pm
CAPÍTULO PRIMERO
LA TRANSFORMACIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA
La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús (cfr. Mt 28,19-20) (19). “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan... «Primerear» es experiencia de la iniciativa del Señor, que nos ha primereado en el amor (cfr. 1 Jn 4,10), y como Èl, buscar a los lejanos y excluidos, para brindar misericordia. Como consecuencia, la Iglesia sabe « involucrarse », “achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario... Luego, acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico” (n. 24).
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización... La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras” (n. 27)
“La parroquia… puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad… Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo… La parroquia es presencia eclesial en el territorio” (n. 28) “Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar… es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces” (n. 29).
“Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera” (n. 30). El Obispo debe favorecer los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras, “con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos” (n. 31).
“Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización… El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara (Ut unum sint, 95). Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan… conversión pastoral… por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal… Una excesiva centralización… complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera (n. 32).
“Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores… Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral” (n. 33). “Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (n. 35).
“Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio, cuyo núcleo fundamental es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (n. 36). “Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. « En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias (Summa Theologiae II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1)” (n. 37).
“No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio... Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica… El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos…” (n. 39).
“En su constante discernimiento, la Iglesia también puede reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio… No tengamos miedo de revisarlas… hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa. Santo Tomás de Aquino, citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación” (n. 43).
« La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales » (Catecismo de la Iglesia católica, 1735). Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible” (n. 44).
“Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido” (n. 46). “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre… Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial… La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles… la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (n. 47).
“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida” (n. 49).
REF.: Secretaría General de la Conferencia del Episcopado Mexicano.