Estimado en Cristo felipe:
Sobre lo del Catecismo, te agradezco traer esa última edición.
Es verdad que, por error usé una edición atrasada.
Sin embargo, más allá de las posibles interpretaciones erradas que pudieran haberse dado al texto antiguo, creo que los comentarios que un servidor hizo alrededor de ello en un mensaje largo, pero que pedí fuera leido con cuidado y detenimiento, van muy en la línea de los cambios que finalmente se hicieron. Hago notar en particular que EXPRESAMENTE rechacé, en una exposición detallada y cuidadosa, esa teoría de que únicamente son importanes las "opciones fundamentales", supuestamente imposibilitando el pecado mortal en los casos concretos. Por el contrario, se AFIRMÓ la posibilidad de que el pecado mortal se pudiera cometer en UN acto puntual, PESE a la "tendencia general" de oposición que pudiera existir y PESE a la aplicación de los remedios saludables.
Por consiguiente, es improcedente afirmar que de lo escrito por un servidor pudieran deducirse o interpretarse esas falsas teorías.
De cualquier manera, insisto, agradezco la corrección del texto más actualizado que expresa mejor la Enseñanza de la Iglesia.
Respecto a esto:
Precisamente el remordimiento de la conciencia despues de haber cometido el pecado debería ser motivo suficiente para no acercarse a comulgar sin antes haber confesado su/s falta/s.
Creo que aquí debemos clarificar qué entendemos por remordimiento.
Porque no nos debemos quedar en el mero remordimiento entendido como el dolor del pecado para considerarlo motivo suficiente para no acercarse a comulgar sin haber recurrido al Sacramento de la Reconciliación, potencialmente renunciando de manera gartuita e innecesaria a la Ayuda Sacramental.
Por supuesto que, si, por el contrario, por "remordimiento de la conciencia" nos referimos MUY CONCRETAMENTE a la clara conciencia de haber cometido pecado grave; bueno, eso es otra cosa y, en efecto, salvo un motivo serio previo acto de contirición perfecta, según lo dictaminan las normas de la Iglesia ya citadas, la persona se DEBE abstener de acercarse a recibir la Sagrada Eucaristía.
Pero, regresando a la otra posibilidad, a la de un mero dolor del pecado, insisto en que NO es correcto quedarse con ese mero criterio de decisión.
Porque las normas de la Escritura y de la Iglesia al respecto claramente señalan que, salvo los casos excepcionales y altamente restringidos en los que se confiere al sacerdote o ministro la facultad de negar la Comunión,
es el propio comulgante quien se debe
EXAMINAR a si mismo y determinar si se encuentra en condiciones de recibir la Sagrada Eucaristía o no:
[81.] La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
INSTRUCCIÓN REDEMPTIONIS SACRAMENTUM
En ocasiones se tiene la tentación de pensar que la gente puede juzgar sus actos objetivos, más no sus circunstancias o su intencionalidad, que, en todo caso, eso correspondería exclusivamente al confesor. Y, sin embargo, estas normas de la Iglesia demuestra exactamente LO CONTRARIO. Si, el confesor o el director espiritual pueden dar guías importantes para FORMAR una RECTA CONCIENCIA, una conciencia que no se engañe a si misma con justificaciones bobas. Pero, ni el confesor, ni el director espiritual, pueden REALMENTE sustituir al penitente en esta delicadísima e importantísima tarea de examinarse A SÍ MISMO. Y esa tarea es tan radicalmente importante, porque, en última instancia, de ella depende el verdadero reconocimiento de la propia culpa y, en consecuencia, la AUTÉNTICA petición del perdón del Señor. NO me puedo declarar culpable porque un confesor aplique mis circunstancias como él las percibe o yo se las cuento en una fórmula matemático-moral en un computador en su mente y de ese computador se obtenga el verdicto "si se cometió pecado mortal", veredicto que entonces yo, con humildad, debiera reconocer como indefectible. No, el confesor NO puede hacer eso, simplemente puede ORIENTAR mi conciencia para que sea esta la que juzgue rectamente, reconozca su culpa y pida perdón, porque, insisto, NO ES una fórmula matemático-moral de actos y circunstancias la que me va a culpar o exculpar, sino es la INTENCIÓN de cometer el MAL que SURGIÓ DE MI CORAZÓN (o no) y de ningún otro lado la que en realidad determina mi culpa o inocencia. En esta catequesis, el Beato Juan Pablo II lo explica de manera magistral (mucho mejor que yo, ciertamente), la cual reproduzco íntegramente porque de verdad no parece posible cortar nada (las itálicas son originales, los subrayados son de un servidor):
1. "Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad" (1Jn 1, 9)
Queridísimos hermanos y hermanas: A la luz de las palabras del Apóstol Juan, queremos continuar en esta meditación el descubrimiento de los significados que hay bajo los gestos que estamos llamados a realizar, según la dinámica del sacramento y la pedagogía de la Iglesia, cuando nos acercamos a la confesión. Hoy nuestra atención se fija en ese momento que la ascética cristiana suele llamar examen de conciencia para el reconocimiento de nuestros pecados.
Ya es empresa ardua admitir que el pecado en sí es decisión que contrasta con la norma ética que el hombre lleva grabada en el propio ser; es difícil reconocer en la opción que se hace contra Dios, verdadero "Fin" en Cristo, la causa de una disociación intolerable de nuestra intimidad entre la tendencia necesaria hacia el Absoluto y nuestra voluntad de "bloquearnos" en bienes finitos. El hombre se resiste a admitir que la opción mala rompa la armonía que debe reinar entre él y los hermanos, y entre él y la realidad del cosmos.
La dificultad aumenta desmesuradamente cuando hay que reconocer no el pecado en su abstracción teórica y general, sino en su densidad de acto realizado por una persona concreta o en las condiciones en que se halla esta determinada persona. Entonces se pasa de la comprensión de una doctrina a la admisión de una experiencia que nos afecta directamente y que no se puede delegar, porque es fruto de nuestra responsabilidad: estamos llamados no a decir: "Existe el pecado", sino a confesar: "Yo he pecado", "Yo estoy en pecado". A esta dificultad alude San Juan cuando en su primera Carta, nos advierte: "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros" (1Jn 1, 8).
2. Quizá tengamos que insistir: reconocer las propias culpas no significa sólo recordar los sucesos en su escueta realidad, dejando que vuelvan a salir al corazón como recuerdo de simples comportamientos, de gestos casi desprendidos de la libertad, y hasta, de algún modo, "alejados" de la conciencia. Reconocer las propias culpas implica, más bien, poner en claro la intencionalidad que está detrás y dentro de cada uno de los hechos que hemos consumado.
Esto requiere la valentía de admitir la propia libertad puesta en juego en el mal. Esto nos impone la confrontación con las exigencias morales, que Dios ha grabado en nuestra intimidad como imperativos que llevan a la perfección, al crearnos "a su imagen y semejanza" (cf. Gén 1, 26) y al "predestinarnos a ser conformes con la imagen de su Hijo" (cf. Rom 8, 29). Esto nos impone, en particular, "entrar en nosotros mismos" (cf. Lc 15, 17) para dejar hablar a la evidencia: nuestras opciones malas no pasan a nuestro lado; no existen antes de nosotros; no se cruzan en nuestro camino como si fueran sucesos que no nos envuelven. Nuestras opciones perversas, en cuanto perversas, nacen en nosotros, únicamente de nosotros.
Dios nos presta su "concurso" para que podamos actuar; pero la connotación negativa de nuestra actuación depende sólo de nosotros. Somos nosotros los que decidimos nuestro destino por Dios o contra Dios, mediante la libertad que Él nos ha confiado como don y como tarea. Más aún: cuando, con dificultad, logramos reconocer nuestros pecados, nos damos cuenta también, con mayor dificultad todavía, de que no podemos liberarnos de ellos nosotros solos, con nuestras solas fuerzas. Paradoja de esta aventura de la culpa humana: sabemos realizar actos que no podemos reparar. Nos rebelamos contra un Dios a quien luego no podemos obligar a que nos ofrezca su perdón.
3. El "examen de conciencia" se nos revela así no tanto como esfuerzo de introspección psicológica, o como gesto intimista que se circunscribe al perímetro de nuestra conciencia, abandonada a sí misma. Es sobre todo confrontación: confrontación con la ley moral que Dios nos dio en el momento creador, que Cristo asumió y perfeccionó con su precepto del amor (cf. 1Jn 3, 23), y que la Iglesia no cesa de profundizar y actualizar con su enseñanza; confrontación con el mismo Señor Jesús que, siendo Hijo de Dios, ha querido asumir nuestra condición humana (cf. Flp 2, 7) para cargar con nuestros pecados (cf. Is 53, 12) y vencerlos con su muerte y su resurrección.
Sólo a la luz de Dios que se revela en Cristo y que vive en la Iglesia, sabemos percibir con claridad nuestras culpas. Sólo ante el Señor Jesús que ofrece su vida "por nosotros y por nuestra salvación", logramos confesar nuestros pecados. Lo conseguimos también porque sabemos que ya están perdonados, si nos abrimos a su misericordia. Podemos dejar que nuestro corazón "nos arguya", porque estamos seguros de que "Dios es mejor que nuestro corazón" (1Jn 3, 20). Y "todo lo conoce" (ib.). Y nos ofrece su benevolencia y su gracia para cada una de las culpas.
Entonces surge dentro de nosotros también el propósito de la enmienda. Pascal observaría: "Si conocieses tus pecados, te desanimarías... A medida que los expías, los conocerás, y se te dirá: Tus pecados te han sido perdonados" (Pensées, 553: éditions León Brunschvicg).
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de marzo de 1984
¡Qué texto! Creo que, sin pretender adelantar juicios de la Iglesia, muchos creemos que pronto tendremos no sólo otro gran Santo -para lo que, Dios mediante, ya hasta fecha tenemos-; sino otro gran Doctor de la Iglesia.
En fin, volviendo al tema, vemos que simplemente NO ES POSIBLE delegar sobre el confesor esa responsabilidad de determinar la culpa personal, el confesor o el director espiritual, como lo habíamos dicho, simplemente pueden orientar y guiar nuestra conciencia para que se examine de manera recta y veraz. Y ciertamente es bueno y prudente acudir a esa orientación cuando sabemos que nuestra conciencia NO está tan rectamente formada como debería, o cuando la situación es confusa y necesitamos de un toque de objetividad que nos ayude a ver más claramente las cosas. Pero no pueden ellos en modo alguno entrar en esa EXPERIENCIA de la que habla el Beato Juan Pablo II ni descubrir esa INTENCIONALIDAD con la que, si es el caso,
YO, Y NADIE MÁS QUE YO,
ELEGÍ ESE ACTO PERVERSO.
Y bueno, claro está, si bien le texto, dadas esas dificultades de las que habla el Papa que suele tener la persona para reconocer el mal que comete, no en pequeño grado ayudadas por esas tendencias del mundo moderno a desconocer la realidad del pecado, hacen que sea más pertinente expresar estos principios, como lo hace el Papa en esa catequesis, de manera tal que nos muevan a reconocer la culpa cuando nuestra mente quiere auto-engañarse y exculparnos con pobres argumentos; no por ello es menos cierto que esos mismos principios aplican con esa misma fuerza A LA INVERSA, es decir, cuando la persona, por el motivo que sea, equivocadamente se inculpa de un crimen que NO cometió. Si tuvieramos que juzgar sobre el particular respecto a un tercero, nos parecería en extremo injusto acusarle de un delito grave cuando en realidad es parcialmente inocente.
Y si bien en caso duda, más que inculparnos, es mejor guardar una prudente actitud conservadora; por otra parte tampoco se debe extrapolar eso a juzgarnos culpables o a tener esa misma actitud cuando el examen BIEN HECHO, cuando esa confrontación con el mismo Señor Jesús de la que nos habla el Beato Juan Pablo II, lleva CLARAMENTE a la persona, con una conciencia YA bien formada, a concluir que ESE pecado SI TUVO atenuantes importantes que impidieron que se tratase de una falta mortal. Por consiguiente, si, pese al dolor de SI haber pecado, de SI haber caido en el vicio una vez más, la persona, en un contexto tan serio del examen de conciencia como el que hemos descrito, puede reconocer que su falta NO ES mortal pese a la materia grave, entonces se cumple eso mismo que hemos ya señalado en mensajes anteriores: que abstenerse de acercarse a recibir la Sagrada Eucaristía no sólo es innecesario e inútil, sino que GRATUITAMENTE la persona SE PRIVA de la inmensa Ayuda que Cristo le ofrece en la Gracia del Sacramento para vencer su vicio y muchos otros propósitos.
Y eso, insisto, NO ES relativizar NADA. Al contrario, esa confrontación con el Señor Jesús de la que nos ha hablado el Papa es lo más absoluto y objetivo que podemos hacer al respecto. Y si esa confrontación nos revela culpables, nos revela la maldad con la que hemos actuado, pues culpables somos y así lo debemos reconocer pidiendo Perdón al Señor. Pero si, por el contrario, esa confrontación revela la inocencia, aunque sea parcial, pues inocentes somos y como tales podemos acutar también.
Hay, pues, un gran equívoco en este criterio que señalas:
Nadie puede dejar a su criterio ético personal la decisión libre de comulgar habiendo cometido un pecado objetivamente grave por muchos atenuantes que quiera alegar a su favor.
Que es el de suponer que la persona que se examina a sí misma necesariamente está dejando a su criterio ético personal la gravedad de su pecado. Pues sabemos que en la AUTÉNTICA Doctrina Católica SIMPLEMENTE NO BASTA la materia objetivamente grave del pecado para producir un pecado mortal. Justamente A ESO nos referíamos al señalar la "no-aplicabilidad" de una "fórmula matemático-moral". Sino lo crucial y fundamental en esto es esa EXPERIENCIA de la que nos habla el Beato Juan Pablo II del "YO PEQUÉ" (o no). Y eso no se puede determinar o conocer por la gravedad objetiva del acto EXTERNO. Sino que, como lo dijo el Papa, la culpa del pecado NACE ÚNICAMENTE EN NOSOTROS... o simplemente NO nace.
Y eso tampoco tiene NADA que ver con ese texto del Venerable Pío XII que nos has hecho el favor de compartir. Porque NADA tiene que ver el afirmar que la pureza en la juventud es posible, lo que por supuesto así es. Con pretender que al afirmar que DE HECHO EXISTEN atenunates a la culpabilidad moral de actos concretos, y que la persona en su examen de conciencia hecho con seriedad y una recta conciencia así lo reconozca, se esté afirmando entonces que la impureza es inevitable o que la pureza no fuese posible. Lo que por supuesto NO ES EL CASO.
Por último, respecto a lo de la fila de la Comunión, antes que nada quiero subrayar que NO se trata meramente de la opinión de un servidor (p.ej. es algo que enseñó el P. Jorge Loring, quien, por ciertó recién falleció el pasado 25 de Diciembre), pero que tampoco es algo de lo que al menos un servidor sepa que tiene un respaldo sólido en el Magisterio; se trata más bien de una opinión más o menos común entre moralistas.
Y es preciso subrayar también, como de hecho se hizo en su momento, pues en el mismo comentario traté con detalle de los respetos humanos como algo claramente distinto a lo que se exponía en el párrafo que has citado:
En general un cristiano NO debe utilizar como criterio de acción la vergüenza del "qué dirán", eso se llama "respeto humano" y, de suyo, cuando el hombre no respeta la Ley de Dios por quedar bien con los hombres de cualquier manera, se trata de una actitud pecaminosa (la que es adicional a los pecados concretos que a causa de esa actitud se pudieran llegar a comenter).
...
Ahora bien, una cosa es no revelar la información a quien indebidamente y sin derecho la solicita, y otra cosa sería cometer un pecado con el fin de ocultar la información, cosa que si bien sería correcta en cuanto a no revelar la información, por supuesto que no quitaría de ningún modo el pecado que se cometiera. Así, por ejemplo, si se realizara un acto sacrílego (como lo es comulgar en pecado mortal) con el solo fin de no permitir que alguien que no tiene derecho se entere de algo, pues no hay problema en cuanto a no revelar aquello que esa persona no tiene derecho a saber, pero SI habría problema, y mucho, en cuanto al sacrilegio cometido.
No cabía razonablemente, pues, confundir el texto que has citado con ese respeto humano porducto del deseo de evitar una vergüenza personal. Sino estrictamente se está hablando de una situación en la que la fama de la persona y un posible escándalo pudieran estar involucrados. Mira, para no darle más vueltas, de hecho esto se tocó hace ya varios años en el foro en un tema en el que un servidor puso una respuesta en la que, igual que ahora, señalaba que esto no lo he encontrado sustentado en el Magisterio, pero que no me parece una opinión errada:
http://foros.catholic.net/viewtopic.php?t=53816&view=next&sid=ab76c800856bcbda57eca4182e357aecY donde, para mejor ejemplificarlo y distinguirlo del respeto humano, un servidor desarrolló un ejemplo que ahora cito con algunas "mejoras" para que en el se vea claramente qué es lo que distinguiría a ese caso del mero respeto humano:
El ejemplo es que había una persona (la identificamos entonces como "Séneca") que era temerosa de Dios, que tenía sus fallas como muchos, pero que estaba siendo acusada injustamente de un crimen que no había cometido.
Esta persona NO vivía en una gran ciudad donde nadie se conoce y donde todos ignoran los motivos y acciones de los demás, sino en un pueblo pequeño donde TODOS se conocen y saben muchas cosas de los demás. Y en ese pueblo la mayoría sabía que Séneca era una persona temerosa de Dios que NO cometería un sacrilegio. Por lo que, si Séneca se aproximaba a comulgar sin confensarse (claramente nadie lo vio en la fila en el único momento en el que el cura que todos conocen vino al pueblo a confesar antes de celebrar la Santa Misa), para muchos eso sería prueba más que suficiente de la inocencia de Séneca, quien, lo saben todos, no cometería un sacrilegio bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para salvaguardar su libertad terrena, pues su libertad eterna podría estar en riesgo.
Pero ocurre que, ya en la fila, Séneca recuerda que intencionalmente defraudó al tendero del pueblo y le robó al llevarse algo sin pagar. Por lo que piensa que no debería acercarse a Comulgar, y, sin embargo, Séneca, que conoce a la gente del pueblo, sabe que esta juzga fácilmente, que se fija en esas cosas, que el juez que juzgará su caso está entre la feligresía; y sabe que, si él se retira de la fila, pocos podrán evitar pensar que fue por lo del asesinato y el remordimiento que le causó cometer un posible sacrilegio con ese crimen en su conciencia, sin siquiera poder ellos imaginar el asunto del tendero que desconocen por completo. No importa si está bien o no que la gente juzgue así, el hecho es que la gente del pueblo SI juzga así y Séneca lo sabe. E incluso sabe que puede llegar a influir en el criterio que pueda tener el juez al juzgar su caso en el tribunal, quien se prejuiciará a admitir evidencia inculpatoria si él se sienta ("lo sabía, por eso se sentó"), en vez de admitir la evidencia exculpatoria (que Séneca sabe que es real) si él continua formado, hace su acto de contrición perfecta y recibe al Señor habiendo obtenido el perdón por ese medio extraordinario y con ese motivo tan serio.
Se puede discutir si esto es legítimo o no, pero de que no es algo que involucre meramente que la persona se pueda sentir avergonzada o no, y de que, por lo mismo, se trata de algo bastante más grave que un simple respeto humano convencional, eso es un hecho.
Pero en fin, subrayo una vez más que, incluso al pasar los años desde ese mensaje, no he encontrado sustento sólido en el Magisterio sobre esta posibilidad, por lo que la seguimos considerando una mera opinión de moralistas; y concedo que siempre es mejor tener fundamento en el Magisterio Universal para dar un consejo a un hermano en un tema tan delicado, que en una mera opinión de moralistas.
Peeeeerooo:
Con todo el respeto que me mereces, estimado hermano felipe, al igual que el respeto que me merece el señor Obispo, que sabes que en ambos casos es mucho, si vamos a desechar así la opinión del P. Loring y otros moralistas por no encontrar respaldo sólido del Magisterio Universal, tampoco debieramos sustentarnos en las opiniones de otros clérigos, como Mons. Munilla.
Como dice la sabiduría popular: " o todos coludos, o todos rabones", de modo que todo con Documento del Magisterio Universal en mano.
Bueno, la verdad escuché casi toda la exposición de Mons. Munilla y no tengo nada en contra de ella ni veo contradicción alguna con lo expuesto por un servidor en este tema, he, he. Pero a lo que voy es que no nos empeñemos en desechar cosas de manera simplista, sobre todo cosas que tienen un sustento no despreciable a pesar de no tener el soporte concreto del Magisterio pero que no entran en lo absoluto en contradicción con el, y que pueden responder dudas específicas y concretas. O, si lo hacemos para poder aprovechar la máxima garantía en el Magisterio, entonces hagámoslo consistentemente y no de manera selectiva.
Ahora bien, reconozcamos que este caso de una persona con el vicio frecuente de la masturbación pero con deseo de frecuentar la Sagrada Eucaristía no es precisamente el caso más común en la población actual. Pero, curiosamente, y por el perfil de los ususarios del foro SI es un caso bastante frecuente aquí.
A lo que voy con ello, es que es muy difícil que documentos y enseñanzas dirigidas al grueso de la población se enfoquen en el caso concreto que es frecuente en estos foros, pero infrecuente en la población general. Y el enfoque que da Mons. Munilla es consistente con esta observación, porque él insiste en que, en general, es poco útil quebrarse la cabeza para identificar el grado concreto de culpabilidad; y, sin embargo, justamente ESO es lo que hemos venido discutiendo por resultar absolutamente crítico según la preocupación y prioridad que tienen muchos usuarios de estos foros. Luego, es evidente que la exposición de Mons. Munilla NO está dirigida a personas con esta inquietud, sino a personas con situaciones muchísimo más comunes. Creo que a la mayor parte de los jóvenes católicos que todavía asisten con alguna regularidad a la Eucaristía, no les causa el menor problema masturbarse y cometer sus otros 39 vicios que se podrían considerar opuestos a la participación en el Banquete Sagrado (relaciones prematrimoniales, borracheras, etc.) y bueno, recibir la Eucaristía una vez cada 6 meses que deciden "limpiar la casa" e ir al confesionario. En esos casos, está claro, es realmente poco útil ese "quebrarse la cabeza" para determinar el grado exacto de culpabilidad. Simplemente se confiesa el pecado junto con los otros y punto. De modo que son muy pocos realmente los que tienen esta preocupación de participar frecuentemente en la Eucaristía, pero sentir que no pueden hacerlo porque la masturbación frecuente se opone a ello, y donde acudir al Sacramento de la Reconciliación sistemáticamente en cada ocasión no es una opción que se pueda aplicar de manera tan sencilla y ni siquiera necesariamente una opción correcta. Tanto es así, que esto ni siquiera es mencionado (ni a favor ni en contra) por Mons. Munilla en su exposición, de por si bastante extensa.
Por eso creo que, si bien, por ejemplo, en los temas en los que hemos hablado de posible infalibilidad de una doctrina ha sido muy pertinente buscar documentos ultra-recontra-seguros; me parece a mí que en este caso es mucho mejor tomar lo que existe y deducir con fundamentos serios los principios aplicables a esta situación tan particular, en vez de pretender que el Magisterio aborde estos casos que hoy en día son bastante excepcionales en sus documentos generales.
Que Dios te bendiga en la alegría del Nacimiento del Redentor.