por Joaquin Caldevilla » Sab Nov 23, 2013 11:16 am
Y ahora algunas observaciones sobre el tema de la Esperanza, teniendo en cuenta vuestros comentarios:
- Claudia Corchado: excelente resumen el que haces en tu respuesta a la pregunta 2. Es muy claro.
- anyshaw01: mejor diría que el pensar en la vida eterna no es incompatible con implicarse en mejorar este mundo. Lo decisivo es qué relación establezco entre la otra vida y ésta: si veo todas las cosas y ocupaciones del mundo como medio para unirme con Dios y realizar su plan, o como enemigos que me "distraen" de Dios (quizá porque pienso que mientras no estoy rezando ninguna oración no estoy unido a Dios). Éste es el punto que históricamente ha marcado la diferencia. Esto se vio muy claro en la teología inmediatamente anterior al Concilio Vaticano II, donde había dos corrientes teológicas:
a) Escatologistas: al final del mundo Dios destruirá todo para el Juicio final, pues el pecado siempre estará afectando a toda la realidad, por lo tanto no vale la pena esforzarse demasiado por mejorar el mundo, sólo lo imprescindible para que siga funcionando, y dedicarse a la oración y la contemplación.
b) Encarnacionistas: Dios tendrá en cuenta lo que hayamos hecho por mejorar el mundo al llegar el Juicio final, no será indiferente, y el misterio de la Encarnación supone que Dios se ha ligado de manera permanente con la materia que Él ha creado: en el Cielo sigue encarnado Jesucristo, con su cuerpo glorioso.
Ahora intentaré comentar las preguntas:
1) ¿Asegura el desarrollo material o tecnológico, por sí solo, el progreso también humano? ¿Qué significa que “el verdadero desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico, para ser autentico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” (Pablo VI, Enc. Populorum progressio)?
Cada vez vamos viendo más claro que progreso no es lo mismo que desarrollo tecnológico o económico, aunque estos ayuden; y ya advirtió Guardini, en su famosa obra "El poder", que nuestra sociedad había logrado un dominio increíble de las fuerzas de la naturaleza, lo que le otorga un enorme poder nunca antes alcanzado, pero que ahora falta a los hombres un dominio o autocontrol sobre su propio poder. Y eso puede tener consecuencias desastrosas, tanto a nivel personal (neurosis, rupturas familiares, adicciones, por falta de autodominio: con el móvil, el ordenador, internet, videojuegos, etc.) como a nivel global (una sociedad desquiciada, súper acelerada, que no sabe a dónde va, como descontrolada éticamente, como se aprecia en la biotecnología).
Para que haya verdadero progreso hace falta aprender a controlar el propio poder alcanzado, y orientarlo hacia el verdadero bien del hombre y de la sociedad, con ayuda de la reflexión y la contemplación (la oración), que hacen de contrapeso interior: ésta será, decía Guardini, la tarea del siglo XXI, en la que jugarán un papel fundamental los cristianos. Si lo conseguimos, el mundo avanzará adecuadamente; si no, podemos esperar lo peor: la selva, el desprecio absoluto por la persona humana.
2) ¿Es incompatible tener “esperanzas humanas”, deseos de bienes materiales y logros humanos, con esperar en Dios? ¿Por qué?
Ya he esbozado algo al responder a anyshaw01. La cuestión es qué grado de esperanza pongo en cada cosa. Nunca ha de ser absoluta, pues ésta corresponde sólo a Dios. De modo que, aunque pierda todo lo material, incluso a parientes y amigos, siempre me queda Dios, que es para mí la razón de todos los bienes humanos. En cambio, cuando he puesto mi confianza-esperanza absoluta en algo que no es Dios, al perderlo me encuentro que ya no me queda nada. Esto le sucede a algunos cristianos: creen en Dios y dicen esperar en Él, pero cuando pierden algunos bienes o personas (hijos, marido,mujer, trabajo) se vuelven rabiosos, se enfadan con Dios y se alejan de Él: esta es la prueba más clara de que no era Dios su esperanza más honda.
No hay incompatibilidad, si pongo a Dios en el vértice, en el centro, y busco todo lo demás en la medida en que Dios lo quiere y me lo da para que lo disfrute y lo participe con los demás.
Me parece interesante la distinción entre "esperar de mis propias capacidades" (sperare) y "esperar de otro" (exspectare), pues ayuda a entender que la esperanza en Dios y las esperanzas humanas están a distinto nivel, y por eso no se oponen, cuando las esperanzas humanas se buscan como Dios quiere. La esperanza en Dios siempre es esperar de Él, de su gracia, no de mis propias fuerzas (este fue el error de Pelagio, contestado fuertemente por san Agustín), aunque Dios quiera contar con ellas para realizar cosas.
3) ¿Bajo qué supuestos el pensamiento en la vida eterna después de la muerte paraliza y anula el deseo de mejorar este mundo? ¿Son correctos esos supuestos? ¿Por qué?
Lo ha resumido muy bien Claudia Corchado. Lo que mueve a actuar es el fin, el objetivo final que nos planteamos. Por eso, si vivo esta vida y sus ocupaciones como medios para preparar la llegada del Reino de Dios y de prepararme para el encuentro con Él, no sólo no me paraliza sino que me estimula.
Me paraliza cuando tengo una idea de la vida cristiana en la que el mundo es un lugar de tentaciones y peligros y hay que huir de él (al menos mentalmente, aunque no pueda hacerlo físicamente); o cuando pienso que las cosas de este mundo no tienen nada que ver con mi relación y mi unión con Dios. En este sentido hay unas palabras de san Josemaría que son muy claras al respecto, de una homilía pronunciada en 1967 en la Universidad de Navarra:
"Esta verdad tan consoladora y profunda, esta significación escatológica de la Eucaristía, como suelen denominarla los teólogos, podría, sin embargo, ser malentendida: lo ha sido siempre que se ha querido presentar la existencia cristiana como algo solamente espiritual –espiritualista, quiero decir–, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo, o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu, mientras vivimos aquí.
Cuando se ven las cosas de este modo, el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana; y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino. La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él" (Conversaciones, n. 113). Sería, sigue diciendo, como una esquizofrenia, una doble vida, y no haber entendido la profundidad que tiene el misterio de la Encarnación del Verbo, que se "mezcla" con la materia y santifica así todas las realidades materiales y humanas corrientes.
Con esto no es mi intención criticar ninguna espiritualidad aprobada por la Iglesia, sólo mostrar un posible error que afecta a muchos laicos, sobre todo de cierta edad (entre los más jóvenes es más raro, después del Conc. Vaticano II).
Espero que todo esto os ayude.
Que Dios os bendiga.