Pbro. Eduardo Hayen
Desde hace años, en grandes ciudades de México, se realiza Expo Sexo, un evento masivo con bailarines y exhibición de artículos y juguetes sexuales, actores y actrices de la industria del porno que reparten autógrafos, además de sexólogos que dan consejos. El evento por primera vez se presentará en Ciudad Juárez. Presenta la sexualidad como un juego divertido, semejante a la danza o al deporte. Pero me atrevo a decir que muchos que acudirán terminarán, tarde o temprano, hastiados, tristes y con un gran vacío en el corazón, por la simple razón de que no se puede banalizar algo tan misterioso y sagrado como el sexo.
¿Es normal que una persona sienta vergüenza cuando escucha a otros hablar de los detalles del sexo? Es absolutamente normal. ¿Hay algo anormal en sentir pudor al ver escenas sexuales o hablar de sexo? Definitivamente no. Así nos hizo Dios. ¿Por qué nos hizo así? ¿Será porque el sexo es algo malo? Claro que no. En realidad es todo lo contrario. En un artículo anterior había señalado que el sexo es algo “increíblemente bueno” porque a través de él Dios crea nuevas personas. Pero hablar explícitamente de sexo es embarazoso por la sencilla razón de que es algo que pertenece a la esfera íntima de la persona. Y es privado porque es una realidad sagrada.
El término ‘sagrado’ significa ‘puesto aparte’. Una realidad es sagrada cuando se trata de algo muy bueno, santo e importante para nuestra vida. Y es puesto aparte en un lugar especial y relevante. En el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza era colocada en un lugar del todo especial llamado ‘El Santo de los Santos’. Se trataba de una sala del templo en la que solamente entraba el sumo sacerdote. En la Iglesia Católica creemos que cuando el sacerdote consagra la hostia, ésta se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La hostia es algo muy importante. Es sagrada. Y el sacerdote la coloca en el tabernáculo, en una urna dorada con un cirio junto a la puerta, para recordarnos que ahí Jesús está realmente presente.
El sexo también es una realidad sagrada. Dios la creó para unir al hombre y a la mujer en la intimidad del matrimonio. En el acto sexual Dios también se hace presente para traer una nueva vida al mundo. Es, entonces, algo hermoso, importante, privado y sagrado. Dios quiere que lo recordemos. Quiere que lo tengamos en un lugar especial e importante dentro de nuestras vidas. Dios no quiere que nos sintamos cómodamente hablando de sexo de la misma manera en que hablamos de recetas de cocina o de fútbol. Esta especie de incomodidad o de vergüenza para hablar de sexo se llama pudor. Y cuando una persona lo siente, es un recordatorio de Dios sobre la importancia, la dignidad y la sacralidad de la sexualidad humana.
¿Hemos de considerar el pudor como un sentimiento del pasado y desinhibirnos para exhibir las intimidades sexuales o hablar de ellas? De ninguna manera. El pudor es un regalo de Dios, un instinto propio de la dignidad espiritual del ser humano. Es un recordatorio de la sacralidad de la sexualidad humana que aparece con el despertar de la conciencia. De esa manera Dios protege nuestra propia sexualidad para evitar que las fuerzas sexuales, que son para expresar el amor en el matrimonio, se corrompan y obstaculicen el desarrollo de la personalidad.
La cultura en que vivimos busca acabar con el pudor y la sacralidad del sexo. La gran cantidad de mensajes sexuales que recibimos para desinhibirnos han ido engendrando una sociedad de personas tristes, de cuerpos sin alma. Al perder el sentido del pudor en el lenguaje, en el vestir, en el obrar, se pierde también el sentido del cuerpo, que sólo se vuelve materia para ser poseída, disfrutada, usada, abandonada. Y al final una gran tristeza y un enorme vacío. En cambio una visión del sexo como algo íntimo y sagrado, protegido por el pudor, es el camino del amor real, la vía de la armonía entre cuerpo y espíritu.