El Pecado de omisión y la ignorancia.
Para el Misionerismo es uno de los grandes pecados por evitar.
Todo el sufrimiento que se genera en el mundo, se genera por la maldad que en él existe, pero también se produce por la apatía o la omisión de las personas de buena fe.
El mal actúa mientras el Bien lo permite.
Tenemos que encontrar mecanismos que nos permitan levantar la voz o testimoniar nuestra oposición a tantos crímenes y aberraciones cometidas muchas veces por los gobiernos de diferentes países.
No debemos permitir que la gente se esté muriendo de hambre, que existan las guerras, los maltratos a la naturaleza, asesinatos, robos, abortos, etc. Así mismo, resulta muy caro para una sociedad la poca formación de sus integrantes.
Como sociedad debemos de entender que la pérdida de tiempo y la ignorancia, son lujos que no nos podemos permitir. El precio que se paga, por esto, es muy alto.
La omisión también está en la falta de formación, cuando siendo conscientes de que debe ser integral, permitimos que sea parcial y generamos personas incompetentes.
Cometemos, también, pecado de omisión contra la Iglesia, a la cual pareciera que la abandonamos en un asilo y la vamos a ver de vez en cuando, para descargar nuestra conciencia.
Todo lo malo que ocurre en el mundo, ocurre porque dejamos que ocurra, pero lo más importante que debemos de concientizar, es...que si dejamos que esto ocurra, que si dejamos que el mal actué, esto siempre nos va a alcanzar.
El mal o el bien, se haga donde se haga, siempre acaba repercutiendo a toda la humanidad.
Debemos de ser conscientes que nuestro mundo cada día es más pequeño, por la velocidad de las comunicaciones.
Debemos de concientizar que, a nivel espiritual, todos estamos conectados, no somos seres independientes, sino que pertenecemos a un todo.
El Mar es Mar porque cada gota que lo forma tiene la conciencia de unidad, tiene la conciencia de que es Mar.
Somos seis mil millones de gotas humanas, de las cuales sólo podemos formar un pequeño charquito con las que sí tienen esa conciencia de unidad.
Pero el resto de los demás miles de millones de gotas humana, tienen que concientizar, que con la omisión de nuestros actos a favor del Bien, se fortalece el mal, y que no podemos pensar que no nos va a afectar en nuestras vidas cotidianas, tanto a nosotros, como a nuestros hijos.
Debemos de darnos cuenta de la pequeñez de nuestra conciencia, cuando pensamos que, con que nosotros estemos bien, lo demás no importa.
Somos tan pequeños y retrogradas, que no alcanzamos a ver que no podemos quedarnos sentados en casa, y dejar que el mundo continúe girando sin pensar y tomar conciencia de que si el bien no actúa, el mal sí actúa.
Todo el mal que permitamos que se haga, no importa en que parte del mundo, algún día nos alcanzara.
Extracto de tesisEl pecado en el Misionerismo(1)Ya hemos hablado en la introducción a esta propuesta de la crisis que vivimos hoy día y del círculo vicioso que han representado los sistemas económicos que no han logrado extinguir la pobreza y las lastimosas desigualdades entre las personas.
Si bien no somos autores directos de esta situación mundial tampoco podemos cruzarnos de brazos y esperar a que otros la solucionen.
La solución está en todos. Y es por eso que, como dijimos en el tema anterior, los empresarios son responsables de dar no sólo capacitación sino también formación a todos los miembros de la empresa, a todos los niveles para despertar la conciencia de la solidaridad. Juan Pablo II nos dice: "No os contentéis con este mundo más humano, haced un mundo explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe y en el que ésta inspire al progreso moral, religioso y social del hombre. No perdáis de vista la orientación vertical de la evangelización, ella tiene fuerza para liberar al hombre porque es la revelación del amor."(2)
Si los empresarios de hoy no miran más allá de su empresa, y son ajenos a su vida cívica, serían como el hombre que se desliza despreocupadamente por la corriente del río sin notar que se acerca ya a las tormentosas cataratas que lo precipitarán al abismo. De esto se desprende que el empresario que descuida el ejercicio de sus derechos sociales y el cumplimiento de sus deberes para con la comunidad, contribuye con su omisión a la expansión de las carencias de nuestro medio y a las deficiencias del desarrollo social.
Las responsabilidades de los dirigentes empresariales no acaban con el hecho de alcanzar los objetivos económicos de las organizaciones sino que deben de ir más allá, hasta alcanzar a sus propios colaboradores a quienes se les debe tratar no como meros agentes económicos sino como personas únicas e irrepetibles con una vida moral perfectible. En este proceso de perfeccionamiento hay que tener motivaciones y fines por encima de uno mismo. Cuando uno tiene como fin la propia satisfacción personal o la intención única de agradar a los demás, es decir actitudes egocéntricas y vanidosas, los propósitos con frecuencia no fructifican. Los fines deben ser nuestra familia, la sociedad y Dios como motores supremos. Debemos trabajar para promover y no para dominar. En la promoción del otro encontraremos nuestra verdadera realización porque dando es como se recibe. El dejar de dar y de hacer es lo que conocemos como pecado de omisión.
Por esta razón, dedicamos un capítulo específico al tema del pecado, preocupación esencial del Misionerismo, para darnos cuenta de las graves consecuencias de nuestras acciones que si bien no han provocado de forma directa la enorme desigualdad e ignorancia que generan pobreza y desesperanza entre otras cosas, no las han sabido prevenir cuando se podía y debía hacer.
Empezaremos por definir qué es pecado, sus manifestaciones, sus diversidades, sus distintas niveles de gravedad, las consecuencias y su efecto multiplicador, así como las herramientas sobrenaturales que están a nuestro alcance, como son la gracia y la misericordia de Dios para erradicarlo de nuestras vidas y transformarnos en personas virtuosas y lograr la integración humana de la empresa.
1. DefiniciónSe entiende por pecado un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo. Es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones.(3)
En términos filosóficos al pecado se le conoce como mal moral que genera la responsabilidad que tiene una persona cuando decimos que es culpable de algo. Se dice que una persona es moralmente responsable o culpable de una lesión o de un pecado cuando la realiza con conocimiento y libertad.
Para que una persona sea moralmente responsable de un mal moral o pecado se requieren por lo menos una de las siguientes condiciones:
1) Que la persona los provocó o ayudó a provocarlos o no los previno cuando pudo y debió hacerlo (pecado de omisión)
2) la persona lo hizo sabiéndolo (pecado venial o mortal)
3) la persona lo hizo por su libre voluntad (pecado venial o mortal)
Para comprender la profundidad de la visión cristiana sobre el pecado, tenemos que castellanizar sus palabras: ¿Qué significa el pecado?
Algo que en su realidad defina al pecado, in culpas, pues es lo que también ha paralizado y destruido al hombre y le impide la única oportunidad que tiene de verdaderamente llegar a ser, crecer y desear seguir perfeccionándose por un enorme peso de culpas que sin deberla ni temerla anda cargando con él durante su vida por las circunstancias en las que le tocó nacer, crecer y formarse, pero que han marcado su pensar, su actuar y sus falsas creencias, pensando que todo seguirá igual al mundo en el que se desarrolló, aunado al también enorme peso de la sociedad.(4)
2. Manifestaciones del pecadoLa raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre, en el ejercicio libre de su voluntad. Sus especies y su gravedad se miden principalmente en su objeto. Se pueden agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo y se pueden dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. Mateo 15, 19-20 nos dice: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre". Sin embargo, también, en nuestro corazón reside la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.
El primer pecado lo constatamos con la desobediencia, una rebelión contra Dios por querer hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal.(5) Es colocar en primer término el "amor de sí hasta el desprecio de Dios".(6) Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación.(7)
Las manifestaciones del pecado más evidentes las podemos encontrar en La Pasión de Cristo con la violencia y su multiplicidad, la incredulidad, el rechazo y las burlas por parte de los jefes y del pueblo, la debilidad de Pilatos y la crueldad de los soldados, la traición de Judas tan dura a Jesús, las negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, es aquí donde se manifiesta en plenitud la misericordia de Cristo que vence al pecado pues es dentro de estas grandes tinieblas.(8) En las que el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente inagotable del perdón de nuestros pecados.
3. Diversidad de pecadosLa variedad de pecados es grande. En la Escritura encontramos varias listas entre ellas, la referida en los Gálatas que opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios".(9)
Por otro lado, debemos tener presente que la naturaleza humana, obra de Dios, está herida por el pecado original. Esto significa que hay en ella un desorden en las apetencias que produce impulsos que tienden a hacerse autónomos y a realizar acciones que no son coherentes con la finalidad de la naturaleza. Consciente de poseer una naturaleza "herida", el hombre puede comprender que su regla de conducta no puede ser la de "dejarse llevar" por sus impulsos, como si fueran siempre buenos, sino que debe vivir alerta, vigilante, ejercitando el señorío de su razón, iluminada por la fe, sobre sus apetencias.
4. Los pecados según su gravedada. Pecado Original.- Es a partir del pecado original que entra el mal en el corazón del Hombre, dividiéndolo en su interior. Las consecuencias del pecado original son en todas las áreas de la vida del ser humano, en la vida personal, conyugal, familiar, social, política, económica, etc. Es el primer pecado del hombre que tentado por el diablo dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador y abusando de su libertad desobedeció al mandamiento de Dios. En adelante todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad, es decir, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios. Contra las exigencias de su estado de criatura, y por tanto, contra su propio bien. El hombre creado en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios.(10) El pecado original es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado, lo que se conoce como concupiscencia.
b. Pecado Venial.- Entendemos por pecado venial el desorden moral que puede ser reparado por la caridad que tal pecado deja subsistir en nosotros. Éste debilita la caridad; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral. Si permanece en nosotros sin arrepentimiento alguno, nos lleva poco a poco a cometer el pecado mortal. Sin embargo, no rompe la Alianza con Dios y es reparado mediante su Gracia.
c. Pecado Mortal.- El pecado mortal se refiere a elegir deliberadamente el mal, es decir, sabiendo y queriendo una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre. Éste sí destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna.
La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales, llamados así porque generan otros pecados, otros vicios entre los cuales están la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza.
d. Pecado de Omisión.- Como dijimos antes, el pecado es un acto personal. Sin embargo, nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos: participando directa y voluntariamente; ordenándolos, aconsejándolos, halagándolos o aprobándolos; no revelándolos no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo, es decir, dejar de hacer lo que tenemos que hacer; o bien, protegiendo a los que hacen el mal.
De esta manera, el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Estos pecados que crean situaciones sociales e institucionales son totalmente contrarios a la bondad divina. En consecuencia, inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal sin que se den cuenta, es un mal expansivo. En sentido analógico constituyen el "pecado social" con enormes repercusiones que podemos constatar el día de hoy cómo nuestra sociedad está viviendo tantas diferencias y tan extremosas, así como con una indiferencia total de lo que le ocurra a su ser más próximo y con un costo de reparación muy alto para todos.
La implicación del pecado de omisión se comprende mejor si nos remontamos a la Alemania Nazi en la que no todos fueron responsables directos por las muertes de muchos inocentes pero sí fueron co-responsables ante la omisión de su actuación. Dejaron hacer libremente a los causantes de estas acciones que afectaron no sólo a los nacionales sino a las naciones vecinas en todos sentidos: graves secuelas psicológicas en los implicados, desintegración familiar, pérdida del verdadero sentido de la dignidad humana. Permitieron la intervención directa del demonio dando rienda suelta a sentimientos de odio, rencor, venganza que han sido muy difíciles de erradicar. Es justamente el Misionerismo el que pretende eliminar estas conductas de inconciencia del ser humano y ofrece un auténtico cambio a través del conocimiento de sí que reivindique la dignidad humana creada a imagen y semejanza de Dios.
"Para el Misionerismo, el pecado de omisión es uno de los grandes pecados a combatir. Resulta muy costosa para una sociedad la falta de formación en sus integrantes. Como sociedad debemos de entender que la pérdida de tiempo y la ignorancia son lujos que no nos podemos permitir. El precio que se paga por esto es muy alto. No somos seres individuales individualistas. Somos seres individuales, interdependientes, pertenecientes a un todo. Debemos de ser conscientes que cada una de nuestras decisiones, o la falta de las mismas afectan a los demás y que todo lo que ocurre en el mundo, si bien no somos responsables directos, sí somos co-responsables, por lo cual no debemos permitir que la gente se esté muriendo de hambre, que existan las guerras, los maltratos a la naturaleza, asesinatos, robos, abortos. etc."(11).
5. La concupiscenciaLa palabra "concupiscencia" pertenece al lenguaje bíblico. San Pablo nos dice que "el pecado suscitó en mí toda suerte de concupiscencias... Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros".(12) Recomienda a los cristianos que "no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias".(13)
Santiago por su parte, enseña que "cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte".(14)
Estos textos y otros, ilustran la advertencia de Jesús en la parábola del sembrador, cuando señala, como una de las causas por las que la Palabra de Dios no da fruto en algunos, que; "... las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias los invaden y ahogan la Palabra".(15) De ahí que la carta a los Gálatas presente la vida cristiana como una denodada lucha entre el espíritu y la carne, advirtiéndonos que el espíritu y la carne tienen apetencias antagónicas irreductibles, de tal manera que los que verdaderamente "son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias".(16)
Esta lucha y esfuerzo para dominar las concupiscencias implican constancia y negaciones: "los atletas se privan de todo, y eso para alcanzar una corona perecedera"; nosotros en cambio, para lograr una corona incorruptible...
Ciertamente, cuando Jesús dice que "si alguno quiere venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame",(17) está incluyendo la lucha contra el desorden interior o concupiscencia, y así debe haberlo entendido "San Pablo cuando habló de crucificar la carne con sus pasiones y concupiscencias".
La enseñanza de la Sagrada Escritura acerca de la concupiscencia indica que es un desorden, que su origen está en el pecado, que contradice al espíritu, que no es en sí misma pecado, pero que induce a él, y que hay que sostener contra ella una dura y permanente lucha.
De la lectura de los textos bíblicos acerca de la concupiscencia, aparece que ella se manifiesta en el apetito sexual, pero no únicamente en ese campo, aunque sea mencionado con frecuencia.(18) Hay también un apetito desordenado de poseer bienes materiales, y lo hay también en la búsqueda de honores o de poder. En todos los casos se trata de un bien creado que es intensamente apetecido, y en forma desordenada, al punto que la apetencia ya no es coherente con el papel que ese determinado bien tiene en los designios de Dios, los que coinciden con la dignidad y la santidad del hombre.
Puede decirse que los bienes apetecidos en forma desordenada llegan a convertirse en ídolos que intentan ocupar el lugar que sólo le corresponde a Dios. Así como la Verdad es la que establece al hombre en su correcta relación con Dios, así los ídolos son intrínsecamente falsos porque nacen de un engaño y falsean la relación con Dios.
Conviene hacer aún un ulterior análisis acerca de la concupiscencia. Es, ante todo, una apetencia, una inclinación del hombre hacia un objeto que se le presenta como un bien capaz de complacer su deseo. Esta apetencia se produce antes de que la razón alcance a juzgar sobre la rectitud o el desorden del deseo, y puede ser más o menos vehemente. En este sentido se dice que la concupiscencia es "antecedente". Si el juicio de la razón establece que la apetencia es básicamente correcta y que, en consecuencia, la voluntad puede adherir al objeto deseado, el impulso del apetito sigue haciéndose sentir y acompaña el movimiento de la voluntad. Es, pues, "concomitante".
Si el juicio de la razón califica el objeto como incorrecto, e indica a la voluntad que debe ser rechazado y ésta de hecho lo rechaza, no por eso desaparece automáticamente la apetencia: sigue inclinando hacia el objeto deseado aún contra el juicio de la razón y el rechazo de la voluntad, lo que exige del hombre una lucha mediante diversas estrategias para dominar la apetencia no deseada ni consentida, pero que no está a su alcance hacer desaparecer por el solo imperio de su rechazo. Es la concupiscencia "subsiguiente".
Todo cristiano debe ser consciente de la fuerza que la concupiscencia lleva en sí y contra la que habrá de luchar hasta el día de su muerte. Es un error pensar que la concupiscencia se aquieta satisfaciéndola en todas sus apetencias: la conducta cristiana frente a ella exige ascesis, lucha, "dominio de sí."(19)
La concupiscencia despierta ante lo que puede ser un objeto de su apetito. No siempre está en nuestras manos evitar la presencia de estímulos de nuestras concupiscencias, pero es un deber moral evitar los que pueden serlos. La espiritualidad cristiana habla de la "guarda de los sentidos", es decir de soslayar la presencia o no fijar la atención en de objetos que pueden ser motivo de apetencias más o menos violentas y contrarias a la virtud cristiana, a las que se podría ceder o que al menos pondrían en peligro la limpieza del corazón.
6. Proliferación del pecadoEl pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos y de aquí se derivan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia, la van haciendo cada vez más difícil de recuperar, se da en el interior de la persona una serie de confusiones que llega a perder el rumbo de su vida y la manera de dirigirlo, corrompen la valoración concreta del bien y del mal, tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no al grado de llegar a destruir el sentido hasta su raíz.
7. La GraciaEn toda acción humana el cristiano sabe que interviene la gracia de Dios, esa fuerza misteriosa, y no por ello menos real, que lo impulsa a obrar en conformidad a la voluntad de Dios, sanando el desorden causado por el pecado original y los pecados personales, devolviendo al hombre a la amorosa familiaridad con Dios y rehaciendo en la criatura la imagen y semejanza del Creador. La gracia de Dios ejerce su poder tanto en nuestra inteligencia, a fin de hacernos capaces de juzgar según la sabiduría de Dios, como sobre nuestra voluntad, haciéndole posible imponer su decisión sobre las apetencias desordenadas y querer lo que Dios quiere.
Para que el pecado original sea borrado se requiere del Bautismo que, dando la vida de la Gracia de Cristo, devuelve al hombre a Dios.
Para que la gracia haga su obra, ésta debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para la vida eterna por Cristo"(20) Para ello, requiere primero y ante todo, del reconocimiento del mismo por nuestra parte. Ahí descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. Como dice San Pablo: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"(21)
Otra herramienta con la que cuenta el hombre para su redención es la Misericordia de Dios que en el Evangelio es la revelación en Cristo, para la salvación de los pecadores (22) manifestada una y otra vez, en la institución de la Eucaristía. Sin embargo, para que la Misericordia dé sus frutos en cada persona, requiere que ésta sea acogida por cada una y a su vez, responder a su exigencia del sacramento de la Reconciliación.
Preguntas de reflexión que debes responder en los foros del curso1.- ¿Qué es para ti el pecado de Omisión?
2.- ¿Cometemos pecado de Omisión contra la Iglesia cuando la atacan y no decimos nada, o cuando no la promovemos?
3.- ¿Cometemos pecado de Omisión contra el Gobierno o los políticos, cuando vemos que actúan mal y no decimos nada?
4.- Es claro que vivimos como gotas independientes. ¿Cómo crees que deberíamos de hacer para concientizar que somos gotas inter-dependientes, que todo el bien o mal que hacemos tarde o temprano nos afecta?
Aspectos varios importantes:Los consultores del curso están a tu disposición aquí
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