por maguisena » Lun Sep 02, 2013 10:41 pm
¿De que nos habla la felicidad en sus principios? Uno de los principios de la felicidad es la realidad del don y del acto de donar, es decir del darse como pareja por medio del amor, creando el bien y, en definitiva, sólo puede ser percibido en todas sus dimensiones y perfiles a través de las cosas creadas y sobre todo del hombre. La felicidad originaria, el “principio” beatificante del hombre a quien Dios creó “varón y mujer” (Gén 1, 27), el significado esponsalicio del cuerpo en su desnudez originaria: todo esto expresa el arraigo en el amor.
Este donar coherente, que se remonta hasta las raíces más profundas de la conciencia y de la subconciencia, a los últimos estratos de la existencia subjetiva de ambos, varón y mujer, y que se refleja en su recíproca “experiencia del cuerpo”, da testimonio del arraigo en el amor. La felicidad es el arraigarse en el amor. La felicidad originaria nos habla del “principio” del hombre, que surgió del amor y ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de modo irrevocable, a pesar del pecado sucesivo y de la muerte.
Con la voz «esponsales'" se entiende la primera de las dos fases de que constaba en la antigüedad, entre todos los pueblos, y por tanto también entre los judíos y los cristianos, la celebración matrimonial.
La primera fase (esponsales) consistía en un acuerdo o pacto entre dos familias en orden a la convivencia matrimonial dedos de sus miembros. La segunda fase (bodas) tenía lugar regularmente después de algunos meses y consistía en una fiesta solemne, de carácter público y religioso, con la que comenzaba la cohabitación. Por eso, la fase esponsal no era una simple "promesa" (como nuestro noviazgo), sino un compromiso formal estipulado entre las dos familias con vistas a la convivencia matrimonial, todavía futura.
A su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del Creador y Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia de la inocencia originaria. Y por esto también el “principio” común del varón y de la mujer, es decir, la verdad originaria de su cuerpo en la masculinidad y feminidad, hacia el que dirige nuestra atención el Génesis 2, 25, no conoce la vergüenza. Este “principio” se puede definir también como inmunidad originaria y beatificante de la vergüenza por efecto del amor.