por JAIME ALONSO LOPEZ » Dom Oct 07, 2012 11:44 am
APORTACIÓN SOBRE MÚSICA RELIGIOSA ROMÁNTICA
El Papa Benedicto XVI, además de buen músico, es un gran escuchador de la música. Comentando el “Requiem” de Verdi, nos viene a decir que en esta obra, Giuseppe Verdi describe el drama espiritual del hombre. Para esto, Verdi, aunque libre de elementos escénicos, utiliza los medios técnicos que tiene a su alcance y que conoce muy bien, como son la dramatización, la orquestación y la utilización de los coros y arias; características tan comentadas en la lección 7 sobre la música religiosa romántica. Lo coloco aquí, por si a alguien le interesa esta penetración tan interesante del papa en la música religiosa de Verdi.
EL “REQUIEM” DE VERDI, DESCRIPCIÓN DEL DRAMA ESPIRITUAL DEL HOMBRE
Comenzó el Papa su discurso en italiano:
Señores cardenales, venerados hermanos, ilustres señores y señoras:
Al término de una escucha tan intensa, el ánimo querría permanecer recogido, pero siente al mismo tiempo la necesidad de manifestar su gratitud.
Dijo en alemán:
Deseo dirigir mi cordial agradecimiento al maestro Enoch zu Cuttenberg por las amables palabras que me ha dirigido y por haber querido ofrecerme este concierto junto con la espléndida orquesta «Die KlangVerwaltung», la Sociedad Coral de Neubeuern y la familia de los barones de Cuttenberg. Vaya mi grato aprecio a él, que ha dirigido la ejecución, a los solistas y a cada miembro de la Orquesta y del Coro. ¡Gracias de todo corazón!
Prosiguió en italiano:
Me complace saludar a los señores cardenales, a los prelados —especialmente a los Padres sinodales—, a las distinguidas autoridades y a cuantos —entre ellos los pobres asistidos por la Caritas diocesana de Roma— han podido disfrutar de esta excelente ejecución de la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi. Este la compuso en 1873 a la muerte de Alessandro Manzoni, a quien admiraba y casi veneraba. En una carta se pregunta: «¿Que podría deciros de Manzoni? ¿Cómo explicaros la sensación suavísima, indefinible, nueva, que se produce en mí en presencia de ese santo, como lo llamáis?». En la mente del gran compositor, esta obra debía ser la cumbre y el momento final de su producción musical; no se trataba tan solo del homenaje al gran escritor, sino también de la respuesta a una exigencia artística, interior y espiritual que la confrontación con la estatura humana y cristiana de Manzoni había despertado en él.
Giuseppe Verdi dedicó su existencia a escudriñar el corazón del hombre; en sus óperas puso de relieve el drama de la condición humana: con la música, con las historias que representa, con sus diferentes persona-jes. Su teatro está poblado de infelices, de perseguidos, de víctimas. En muchas páginas de su Misa de Réquiem resuena esta visión trágica de los destinos humanos. En ella tocamos la realidad inevitable de la muerte y la cuestión fundamental del mundo trascendente, y Verdi, libre de elementos escénicos, representa, únicamente con las palabras de la liturgia católica y con la música, la gama de los sentimientos humanos ante el término de la vida: la angustia del hombre confrontado a su propia y frágil naturaleza; su sentido de rebelión ante la muerte; su ansiedad ante los umbrales de la eternidad. Esta música invita a reflexionar sobre las postrimerías, con todos los estados de ánimo del corazón humano, en una serie de contrastes de formas, tonos, coloridos, en la que se alternan momentos dramáticos y momentos melódicos, marcados por la esperanza.
Giuseppe Verdi, quien en una famosa carta al editor Ricordi se definía «un poco ateo», escribe esta Misa, que se nos antoja una gran invocación al eterno Padre, en el intento de superar el grito de la desesperación ante la muerte, para recobrar ese anhelo de vida que se convierte en oración silenciosa y acongojada: «Libera me, Domine». El Réquiem verdiano se abre, en efecto, con una frase en la menor, que parece casi bajar hasta el silencio -pocos compases a cargo de los violonchelos, pianísimo, con sordina-, y se cierra con la suave invocación al Señor «Libera me». Esta catedral musical se revela una descripción del drama espiritual del hombre ante Dios todopoderoso, del hombre que no puede eludir el interrogante eterno sobre su propia existencia.
Tras la Misa de Réquiem, Verdi vivirá una suerte de segunda «tempo¬rada compositiva» que se cerrará nuevamente con música religiosa: las Piezas sacras, signo de su inquietud espiritual, signo de que el anhelo de Dios está grabado en el corazón del ser humano, porque nuestra esperanza descansa en el Señor. «Qui Mariam absolvisti, / et latronem exaudisti, / mihi quoque spem dedisti», hemos escuchado: «Tú que perdonaste a María [Magdalena] y al buen ladrón escuchaste, a mí también me has dado esperanza». El gran fresco musical de esta tarde renueva en nosotros la certeza de las palabras de San Agustín: «Inquietum est cor nostrum, doñee requiescat in te — Nuestro corazón permanece inquieto mientras no descanse en ti» (Confesiones, I, 1).
Volvió el Santo Padre a decir en ale¬mán:
Queridos amigos: Una vez más debemos dar gracias al Señor, que nos ha regalado un momento de belleza auténtica, capaz de elevar nuestro espíritu. Y al mismo tiempo debemos dar gracias también a quien se ha hecho instrumento de la Divina Providencia: gracias pues, una vez más, al profesor Enoch zu Cuttenberg, a los solistas, a la Orquesta y al Coro y a cuantos de diferentes maneras han colaborado en la realización de esta hermosa velada. ¡Que el Señor dé a cada uno su recompensa!
Concluyó en italiano: ¡Gracias y feliz velada! •
(Original plurilingüe procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)