por Liliana Apolonio » Dom Jun 10, 2012 12:06 am
[color=#0000BF]Las leyendas negras son mentiras repetidas tan frecuentemente que han adquirido credibilidad. El odio contra la Iglesia ha fomentado muchas de estas leyendas que, al aparecer en libros considerados serios y en textos de estudio, llegan a tenerse por ciertas.
No existen tienen límites en el afán de muchos en el momento de atacar a la Iglesia católica. Tan solo parece interesarles adquirir armamento sin importarles su veracidad o procedencia .Es así como se desarrollan las leyendas negras, problema ya viejo pero que ahora se propaga con gran facilidad en el internet, y de esta manera la mentira repetida va tomando credibilidad.
Hay quienes saben muy poco o nada de la Iglesia Católica , o sólo sobre la Inquisición, las cruzadas y el caso de Galileo. Es más en estos asuntos se interesan con el fin de atacar a la Iglesia sin bases de investigación serias.
La búsqueda de la verdad supera la condición de católico o no, pero es nuestra responsabilidad la de buscarla con ahínco y responsabilidad, considerando sobre todo que son muchas las mentiras que se publican sin ningún tipo de base científica, aunque muchos las repitan
Un primer ejemplo de leyendas negras, es la supuesta bula "Taxa Camarae":
Es ésta una fraudulenta bula atribuida al Papa León X (1513-1521) donde el Sumo Pontífice daría los precios que se deben pagar a fin de obtener el perdón de los pecados por diferentes crímenes, precio que se pagaría "a las arcas papales". Entre los actuales propulsores de esta mentira esta el Sr. Pepe Rodríguez quien la publicó en su libro "Mentiras Fundamentales de la Iglesia", estudiosos responsables le han comunicado y probado al Sr. Pepe Rodríguez sobre la falsedad del “documento” pero igual lo continúa difundiendo como si fuese procedente de León X. Esta leyenda negra ha sido promulgada por numerosos grupos denominados cristianos.
Leyendas negras de ayer, hoy y mañana
¿Simple crítica de errores cometidos por miembros de la Iglesia
Cuando se aborda la historia de la Iglesia católica, tarde o temprano nos encontraremos con el fenómeno historiográfico que se ha dado en llamar leyenda negra. Ésta consiste en una labor de propaganda, de desinformación, que, a través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico, procura crear una opinión pública, bien anticlerical, bien anticatólica. Por eso se aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia honesta y rigurosa de los errores cometidos por los miembros de la Iglesia, dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada del pasado de la Iglesia, para convertirla en una descalificación global de una misión milenaria, tanto antes como, sobre todo, en la actualidad.
La leyenda negra de la Iglesia no es un asunto baladí que deba ser objeto de preocupación sólo para los historiadores. Lo cierto es que todos los católicos nos jugamos mucho en la lucha contra sus manipulaciones.
Y es que la descalificación global de esta institución religiosa a largo de toda su historia compromete seriamente ante la opinión pública su legitimidad social y moral de cara al futuro. Un fenómeno reciente como la polvareda social levantada por la novela El Código Da Vinci resulta ser un magnífico ejemplo del peligro que la manipulación de la historia de la Iglesia entraña para su acción pastoral actual.
Los ataques, desde antiguo
En realidad, los ataques demagógicos y panfletarios contra el pasado y el presente de la Iglesia datan de muy antiguo. En efecto, podemos encontrar diatribas furibundas contra el cristianismo católico por parte de autores paganos grecorromanos :Celso, Zósimo, Juliano el Apóstata, etc., de los diferentes heresiarcas medievales y de los polemistas judíos y musulmanes. Pero la polémica anticatólica se acentuó y cobró una especial virulencia en la segunda mitad del siglo XVI, cuando las discusiones entre católicos y protestantes invadieron también el campo historiográfico y literario, surgiendo entonces todo un modelo de difamación sistemática de la Iglesia.
Más en concreto, encontramos el origen del discurso anticatólico actual en la llamada leyenda negra, un conjunto de acusaciones contra la Iglesia y la monarquía hispánica que se generó y se desarrolló en Inglaterra y Holanda, en el curso de la lucha entre Felipe II y los protestantes.
El anticatolicismo llegó a ser, con el tiempo, parte integral de la cultura inglesa, holandesa o escandinava. Escritores y libelistas se esforzaron por inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia persona que obedece al Papa, y difundieron por Europa la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la ignorancia y del fanatismo. Tal idea se generalizó en el siglo XVIII, a lo largo y ancho de la Europa iluminista y petulante de la Ilustración, señalando a la Iglesia como causa principal de la degradación cultural de los países que habían permanecido católicos.
En los prejuicios difundidos sobre la historia de la Iglesia se observan dos elementos básicos y, en no pocas ocasiones, íntimamente entremezclados: la visión de la Iglesia medieval y moderna como una institución oscurantista, reaccionaria y enemiga de todo progreso intelectual o social; y su caricaturización como una fuerza represiva e intolerante, enemiga de los derechos humanos y promotora de las Cruzadas y la Inquisición.
Se suele afirmar, por ejemplo, que las Cruzadas fueron guerras de agresión provocadas contra un mundo musulmán pacífico. Esta afirmación es completamente errónea. En la película de estas épocas, El reino de los cielos, se nota una angelización de los musulmanes del medievo. Pero lo cierto es que, desde los mismos tiempos de Mahoma, los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano. E incluso habían obtenido éxitos notables. Tras varios siglos de continuas conquistas, los ejércitos musulmanes dominaban todo el norte de África, Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España. En otras palabras, a finales del siglo XI, las fuerzas islámicas habían conquistado dos terceras partes del mundo cristiano: Palestina, la tierra de Jesucristo; Egipto, donde nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde san Pablo había plantado las semillas de las primeras comunidades cristianas... Estos lugares no estaban en la periferia de la cristiandad, sino que eran su verdadero centro.
¡Así se escribe la Historia!
Otro lugar común de la leyenda negra anticatólica es –no podía ser de otro modo– la acción de la Inquisición en la Edad Media y la Moderna. Por ejemplo, todo el mundo ha oído hablar del caso de Galileo Galilei, casi siempre de modo deformado, ya que no se suele explicar que el sabio italiano apenas sufrió otro castigo que un cómodo arresto domiciliario en un palacio cardenalicio.
Por el contrario, son pocos los colegiales que saben que Antoine Lavoisier, uno de los fundadores de la Química, fue guillotinado a causa de sus ideas políticas, por un tribunal durante el Terror jacobino, al grito de ¡La Revolución no necesita científicos!
No olvidemos tampoco que, en Ginebra –la Meca del protestantismo–, Juan Calvino no dudó en mandar a la hoguera al ilustre descubridor de la circulación de la sangre, Miguel Servet. El científico aragonés fue tan sólo una de las quinientas víctimas de diez años de intolerancia calvinista en una ciudad con apenas diez mil habitantes.
Si bien no podemos ni debemos alabar a, la Inquisición española porque en trescientos años las víctimas “sólo” fueron tres mil, ( en comparación para equiparar la proporción deberían haber sido más de un millón de personas asesinadas en un siglo) Aun así, Torquemada ha pasado al argot popular como sinónimo de intolerancia, y Calvino es ponderado por muchos como uno de los padres de las democracias liberales del norte de Europa. ( No es mi intención considerar inocente a Toruqemada, pero pongamos en igualdad de criterios a Calvino)
Un ejemplo reciente de cómo la leyenda negra ha cobrado nuevos bríos últimamente lo hallamos en el ya mencionado Código Da Vinci. Su autor, Dan Brown, deja caer que la Iglesia habría quemado a cinco millones de brujas, cuando todos los especialistas, con Brian Pavlac a la cabeza, limitan la cifra a 30.000, a lo sumo, para el período 1400-1800 (por cierto, el 90% víctimas de la Inquisición protestante, y no de la católica).
Esto fomenta la idea del genocidio de las mujeres, que han acuñado el feminismo y el lesbianismo radicales en las universidades norteamericanas. Así la Iglesia católica, cargaría con una mancha histórica tan negra como el Holocausto nazi. Así como el nazismo ha quedado desacreditado para siempre en la conciencia del mundo por su ejecutoria asesina contra los judíos; la Iglesia sufre un descrédito como institución por su pasado criminal en relación a las mujeres. Barbaridades como ésta se leen y se escuchan en algunos departamentos de Gender studies de los Estados Unidos.
El Código Da Vinci, por ejemplo se basa en una serie de absurdas creencias neo-gnósticas y feministas que entran en oposición directa no sólo con el cristianismo, sino con la Historia académica tal y como es enseñada en todas las universidades respetables del mundo.
Mucho se ha hablado de la inverosímil hipótesis de Dan Brown de que Cristo y María Magdalena estaban casados y tuvieron descendencia, pero eso sólo un ejemplo de mentiras camufladas tras la atractiva trama de un thriller policíaco, el autor va deslizando aquí y allá ideas propias de un cristianismo violento y sangriento, que la Iglesia católica es una institución siniestra y misógina, y que la verdad es, en última instancia, creación y producto de cada persona.
La realidad, como es
Volviendo al espinoso asunto de la Inquisición, si queremos ser rigurosos, hay que señalar que el Santo Oficio era un tribunal dedicado a investigar si entre los católicos había herejes, un tema gravísimo entonces, al que ahora no se da importancia porque las sociedades no son confesionales. Pero es que entonces las disputas teológicas daban lugar a guerras y conmociones sin cuento (las guerras de religión en Europa provocaron un millón de muertos entre 1517 y 1648). Por consiguiente, la Inquisición era un instrumento básico para el mantenimiento de la paz en un reino. Por otro lado, un hecho no suficientemente conocido es que la Inquisición no tenía jurisdicción alguna sobre los no bautizados. Por tanto, ni judíos ni musulmanes podían ser juzgados, detenidos o acosados por la Inquisición.
Ciertamente, el Santo Oficio usaba el tormento como todos los tribunales de la época, pero generalmente con mayores garantías procesales, ya que se realizaba siempre en presencia del notario, los jueces y un médico, y sin que se pudieran causar al reo mutilaciones, quebrantamiento de huesos, derramamiento de sangre ni lesiones irreparables. Finalmente, hay que llamar la atención sobre el hecho de que la mayoría de las penas eran de tipo canónico, como oraciones o penitencias. Las condenas a muerte fueron rarísimas, y sólo en casos muy graves sin arrepentimiento, pues si había arrepentimiento había indulgencia con el reo. Como ya se ha dicho, en sus tres siglos de historia, la Inquisición ajustició a unos 3.000 reos (de un total de 200.000 procesados). Esta cifra, con ser alta, representa tan sólo la décima parte de los asesinados en Francia por el régimen del Terror jacobino en el periodo 1792-1795. Es decir, en tan sólo tres años, los hijos de la Ilustración iluminista habían multiplicado por diez las víctimas fruto de trescientos años de actuación de la Inquisición católica. ¿Y quien se atreve hoy en día a mentarle este hecho a un defensor de la democracia liberal, cuyos fundamentos mismos sentó la Revolución Francesa? ¿Por qué, entonces, tenemos los católicos que soportar día a día también que algunos sectarios nos recuerdan la Inquisición cada vez que nos identificamos como hijos de la Santa Madre Iglesia?
Entre otras leyendas negras podemos citar algunas:
• Pío XII y el Nazismo
• Antisemitismo
• Las Cruzadas
• caso Galileo
• Indigenismo y Conquista de América
• II República y Guerra Civil Española
• Las riquezas de la Iglesia
• Evangelio de San Judas
• Modernidad e Iglesia
• Pinochet y la Iglesia
• Los templarios: más allá de la leyenda
• Algunos escándalos en la Iglesia y el misterio de la libertad humana
• Constantino no inventó el cristianismo
• Liberalismo e Iglesia
• El timo de los cinturones de castidad, desmontado en una exposición histórica en Roma
La leyenda negra de las nulidades
La nulidad matrimonial es un tema muy trillado en la opinión pública, pero de la que existe un grave desconocimiento. En el aire flota cierto malestar debido a la leyenda negra que persigue a las nulidades, alimentada básicamente por muchos medios de comunicación, que han contribuido a extender que la nulidad matrimonial es una cuestión de dinero y de influencias, que en ocasiones se concede a personas de una moralidad muy dudosa, y que resulta una dificultad económica para toda aquella persona de la calle que quiera pedirla.
Pero de los datos de los procedimientos de actuación para probar, o no, una nulidad, y los testimonios de las personas que trabajan en este ámbito, resultan cosas muy distintas. ¿Qué hay de cierto, y qué hay de leyenda, respecto a las nulidades matrimoniales?
En el discurso que les dirigió a los miembros del Tribunal de la Rota Romana, el Papa Benedicto XVI recalcó algunos detalles que no se pueden perder de vista cuando se habla de nulidades. Para la mayor parte de los cristianos que piden la declaración de nulidad de su matrimonio, el motivo fundamental es poder rehacer su vida de nuevo, y rehacerla siendo fieles a la doctrina católica. “Es mucho lo que uno se juega cuando pide la nulidad” . Y es así. De hecho, el último Sínodo de los Obispos, sobre la Eucaristía, como recordó en el citado discurso Benedicto XVI, tuvo presente, en diferentes ocasiones, el tema de la nulidad matrimonial. Es una preocupación constante, en teólogos y expertos, el debate, o la aparente contradicción, entre el deseo de que los fieles puedan regularizar su situación matrimonial para participar de la Eucaristía, y, al mismo tiempo, la necesidad de ser justos en los Tribunales Eclesiásticos, dándole, al concepto de nulidad matrimonial, toda su importancia y rectitud. Lo que resaltó Benedicto XVI, entonces, fue que los procesos de nulidad del matrimonio no pretenden «complicar inútilmente la vida a los fieles, ni mucho menos fomentar su espíritu contencioso, sino sólo prestar un servicio a la verdad». Y añadió: «El proceso canónico de nulidad del matrimonio constituye esencialmente un instrumento para certificar la verdad sobre el vínculo conyugal».
Para la mayoría de las personas, el fracaso o la ruptura matrimonial desgarra su vida de arriba abajo. En la mayor parte de las situaciones no se trata de un matrimonio nulo; lo que sí que es cierto, es que muchos fracasos, rupturas y divorcios podían haberse evitado. También muchas nulidades. Por eso, Benedicto XVI puso el dedo en la llaga cuando afirmó, ante los miembros del Tribunal de la Rota: «La sensibilidad pastoral debe llevar a esforzarse por prevenir las nulidades matrimoniales, cuando se admite a los novios al matrimonio, y a procurar que los cónyuges resuelvan sus posibles problemas, y encuentren el camino de la reconciliación».
Causas más comunes de nulidad
El avance de ciencias como la Psiquiatría o la Psicología provocó cambios en el Código de Derecho Canónico del año 1983. A partir de entonces, los trastornos de personalidad, o cualquier otro problema de esta índole, pasaban a convertirse en una causa más de nulidad. Estas causas son numerosas y se encuentran perfectamente señaladas en el citado Código. Pero, por lo general, cuatro de ellas son las más comunes. El Presidente del Tribunal Eclesiástico de Madrid, don Isidro Arnaiz, explica que «las causas o capítulos más corrientes, por los que se declara, en nuestros días, la nulidad matrimonial son, fundamentalmente: vicios del consentimiento, incapacidad para asumir las obligaciones del matrimonio, la no aceptación de la indisolubilidad del matrimonio, y el rechazo de los hijos».
«La primera -explica don Isidro Arnáiz-, los vicios del consentimiento, pueden deberse a que existió un grave defecto de discreción de juicio en el momento de celebrar el matrimonio, como puede ser algún tipo de anomalía psíquica, o circunstancia especial, como, por ejemplo, un embarazo no deseado. Por culpa de estas circunstancias, a la persona le falta la necesaria libertad interna para decidir sobre ese matrimonio. Por ejemplo, una mujer que se queda embarazada, y se siente obligada a casarse por ello. Por otro lado, está la incapacidad para asumir las obligaciones del matrimonio por causas de naturaleza psíquica. Si se demuestra que, al contraer matrimonio (en ese momento, no después), existía algún tipo de trastorno o anomalía que le impedía asumir estas obligaciones, el matrimonio es nulo. Pero estamos hablando de trastornos graves. Una leve inmadurez no es motivo de nulidad; tiene que tener entidad suficiente, y para ello, están los peritos, que suelen ser psicólogos o psiquiatras, que determinan hasta qué punto esa persona estaba impedida. Además, el tribunal cuenta con las pruebas documentales que se presenten, como cartas, certificados médicos, etc.»
La abogada matrimonialista doña Rosa Corazón, autora del libro Nulidades matrimoniales, explica que una causa bastante común también es el engaño doloso. «Una persona, hombre o mujer, que no tiene capacidad para ser fértil, ¿puede casarse? -plantea la abogada-. Puede. La esterilidad, la falta de fecundidad, no es algo que haga nulo el matrimonio. Pero lo puede hacer si hay engaño, si uno, sabiendo que es estéril, se lo oculta al otro, porque sabe que para su consentimiento es esencial que ese matrimonio tenga posibilidad de procreación, y le engaña haciéndole creer que no lo sabe, o que es fértil. Eso es nulo, pero no por incapacidad, sino por engaño doloso, forzado para conseguir el matrimonio».
El engaño doloso se da, en ocasiones, al tratar el tema de los hijos. La abogada afirma que ha llevado casos de este tipo. Recuerda uno de ellos, el de una pareja que se había casado pensando en tener hijos en un futuro. «Pero pasó el tiempo -explica-, y cuando él le propuso a ella tener hijos, ella respondió más adelante. Y así lo hizo en reiteradas ocasiones, siempre que él tocaba el tema. Lo cierto es que ella le había engañado: nunca había querido tener hijos. En el juicio, sirvieron de prueba manifestaciones de ella diciendo que los hijos no iban con ella, que eran una atadura, le harían perder el tipo y el progreso profesional que quería. Se trataba de un caso claro de nulidad por exclusión de la prole en el matrimonio. Pero en el fondo, además, había un trastorno afectivo profundo en ella. Y es que aprender a querer, exige un paso previo».
La nulidad, un servicio
Cuando una persona acude a la Iglesia para solicitar la declaración de nulidad de su matrimonio, lo que puede desear es casarse con una segunda persona, tener otra oportunidad en la vida, pero, ante todo, vivir de acuerdo a sus convicciones. Por ello, la Iglesia concibe los procesos de nulidad como un servicio. Según nos informa el Presidente del Tribunal Eclesiástico de Madrid, en el año 2006, se sentenciaron 203 causas de nulidad. De ellas, en 155 se declaró la nulidad, y en 48 se declaró que no constaba. El promedio de tiempo se encuentra, en una causa que no requiera pericia, en torno a los 7 meses, y con pericia, se tramita en torno a los 10 u 11 meses.
Uno de los argumentos que con mayor frecuencia se esgrime, a la hora de hablar sobre las nulidades, es el económico. El hecho de que haya algunas personas famosas a las que se les ha declarado la nulidad ha contribuido a hacer creer en la sociedad que ésta se consigue a golpe de talonario. En cambio, no se habla del gratuito patrocinio, con el que la Iglesia se hace cargo de todos los gastos, ni de la reducción de costes, ni de la figura del Patrono estable, algunas de las opciones que la Iglesia pone a disposición del que lo necesite. Lo que quizá cabría preguntarse es cómo llega esta información a las personas, y si hay la suficiente información correcta.
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