por jose15 » Jue Mar 01, 2012 1:14 pm
Participación en el foro:
¿Vale la pena realmente frecuentar los sacramentos? ¿por qué?
Verdaderamente que Sí, ya que Cristo los instituyó para nuestra salvación. Pero Cristo no se impone, sino que espera, que nosotros mismo en nuestro libre albedrío, le permitamos salvarnos. Si deseamos que Cristo nos salve, tenemos que mostrarle con hechos nuestra buena voluntad. Si, después de ser evangelizados, creemos en Jesucristo, lo lógico es que le demostremos nuestra confianza acudiendo a las fuentes de la gracia. Es decir si no estamos bautizados y sabemos que este sacramento abre la puerta a todas las promesas de Cristo, lo lógico es que nos preparemos para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación. Si ya estamos bautizados y nos enteramos de que lo mínimo que el Señor pide para salvarnos consiste en asistir a la Santa Misa cada domingo y fiesta de guardar, así como confesar, con contrición y propósito de enmienda, todos nuestros pecados mortales, pues lo hacemos con más o menos ganas, y gustosamente.
De todos modos debemos estar conscientes en que no basta con cumplir. Se nos pide amar. El cristianismo no puede ser reducido a una simple ideología o a una ética: a un modo de ver la vida o a un código de reglas de conducta. La vida cristiana no consiste sólo en profesar unas verdades de fe y en cumplir unos preceptos morales. El ideal cristiano consiste, ante todo, en una vida vivida por amor a Quien, dentro de los límites que le impone su delicado respeto de nuestra libertad, hace todo lo posible por revelarnos su Amor.
No basta ir a Misa y confesar nuestros pecados sólo porque así me conviene. Si ya hemos establecido una relación de amor con Cristo, debemos asistir a Misa porque sabemos que es algo que Él ha inventado como un medio para entregarse a nosotros y para darnos la fuerza para ser buen discípulo suyo. Si no asistimos a Misa, nos debe hacernos sentirnos mal sobre todo porque sabemos que Él nos estará esperando siempre..Asimismo no debemos confesar nuestros pecados sólo para quedarnos tranquilos. Debemos confesar nuestros pecados sobre todo porque el Padre de la parábola está triste mientras el hijo pródigo está lejos de casa. Para Él será una alegría el que sus ovejas regresen al redil.
Los siete sacramentos instituidos por Cristo son signos sensibles que confieren la gracia que significan. No es casual, por ejemplo, que Cristo haya elegido el agua como materia del sacramento del Bautismo, o el pan para la Eucaristía. El agua sirve para lavar y el Bautismo limpia el alma; el pan sirve para alimentarse y la Eucaristía nos proporciona alimento espiritual.
¿El ser humano es capaz de querer amar, saber amar y poder amar como Dios ama? ¿qué necesita para lograrlo?
la vida cristiana supone una ayuda decisiva para progresar en el ideal del amor, más aún: que sin la ayuda de la gracia divina es imposible alcanzar las altas cumbres del amor. Y es que el corazón, el pensamiento y la voluntad de todo ser humano están contaminados por cierto egoísmo espiritual. Por tanto, mientras no se purifiquen nuestros afectos e intenciones, no será posible alcanzar una alta calidad de amor. Y es aquí precisamente donde entra en acción la gracia redentora de Cristo, una gracia que nos cura de nuestra incapacidad de amar de modo libre y desinteresado.
Dios nos ha creado para amar como Él ama. Pero, por el pecado, somos como una lavadora que se ha averiado por haber sido mal utilizada. Dios se ha encarnado con el fin de mostrarnos cómo tenemos que ser y de darnos los medios para arreglar los desperfectos.
Para progresar en el amor, hacen falta querer, saber y poder. No basta con proponérselo. Hace falta también un aprendizaje y una capacitación. Ante todo necesitamos aprender a amar.
Aparte de querer y de saber. Necesitamos una capacitación que pasa por un largo camino de purificación interior. En función de la perfección moral de la persona, el corazón se animaliza o se espiritualiza. Según cómo evolucionemos, nos hacemos o nos deshacemos.
La virtud congrega, el vicio disgrega. El hombre se perfecciona en la medida en que integra todos sus recursos con el fin de amar cada vez más y mejor. Si lo logra, vive en armonía con Dios, consigo mismo y con los demás. El desamor, en cambio, surte el efecto contrario.