Re: Tema 10: Peregrinos en la historia. Semana del 4 de nov.
Publicado: Dom Nov 03, 2013 8:13 pm
Peregrinos en la historia
La peregrinación es un fenómeno común a muchas religiones. La cristiana deriva directamente de la Biblia.
La encontramos en la oración de los Salmos: “Pasando por el valle del llanto lo cambia en una fuente, también la primera lluvia lo cubre de bendiciones, crece a lo largo del camino su vigor hasta que no aparece ante Dios, en Sión” (Sal 84,7-8).
Y la encontramos en las carismáticas figuras del Antiguo Testamento. En 1Re 18,1-18 leemos del profeta Elías que viaja hacia el Monte de Dios, el Sinaí, para ver la Gloria de YHWH. En contraposición, el primer peregrino fue Abraham, que realizó un largo viaje desde Mesopotamia: “Vete de tu tierra y dirígete donde yo te mostraré” (Gn 12,1-3). Con estos presupuestos no sorprende que la peregrinación se haya convertido en un fenómeno típicamente cristiano. Las circunstancias históricas del siglo IV d.C., con la paz Constantina y la construcción de las primeras basílicas cristianas en los Santos Lugares de Jerusalén y Belén, permitieron a los fieles de todas las partes del imperio dirigirse a la Tierra Santa y hacer la peregrinación para conocer los Santos Lugares. En una carta de Constantino referida por Eusebio de Cesarea, encontramos por primera vez el concepto cristiano de Santos Lugares, que el emperador enviaba a purificar de la contaminación del paganismo.
Los orígenes históricos de la peregrinación no se pueden precisar, pero podemos basar nuestras investigaciones en los testimonios de los peregrinos que dejaron sus memorias escritas.
Todavía antes de que el imperio romano permitiera la religión oficial cristiana (313 d.C.), los peregrinos se ponían en camino para visitar las tumbas de los apóstoles, de los mártires y los Santos Lugares de las tierras bíblicas.
Melitone di Sardi, mártir alrededor del año 190 d.C., se considera uno de los primeros peregrinos. Definido por los antiguos “una estrella de Asia Menor”. Fue a la tierra de Israel para buscar detalles de la controversia de la fecha de la Pascua y argumentos sobre el canon de las Sagradas Escrituras que la Iglesia estaba elaborando. Por lo que su peregrinación fue un estudio de las fuentes de la fe cristiana.
Entre los primerísimos, también Alejandro el Cappadoce, confesor de la fe cristiana, que después de la persecución sufrida en patria realizó el santo viaje hacia Jerusalén. Mientras era huésped de la comunidad cristiana, fue consagrado obispo de Jerusalén sustituyendo a Narciso.
También en el siglo tercero d.C. encontramos otro peregrino excepcional, Origene de Alejandría. A causa de la persecución de los cristianos en Egipto en tiempos de Settimio Severo, escapó hacia Cesarea Maritima. En esta metrópolis política y cultural abrió su mente a los problemas de historia, geografía y topografía que se encuentran en las Escritura. Y así nació en él la exigencia de conocer a fondo los lugares, en particular los mencionados en los Evangelios.
Hacia el final del reinado de Constantino, en el 333 d.C., un peregrino cristiano de Bordeaux se dirigió a Palestina recorriendo las vías imperiales de la Galia, Italia y los Balcanes. Cuando llegó a Constantinopla, continuó por las provincias de Asia Menor, Líbano y por último, llegó a Palestina. Durante todo su viaje, el peregrino anotó detalladamente todas las etapas y las distancias, dejando el denominado Itinerario Burdigalense.
El testimonio del peregrino de Bordeaux es muy importante porque es el primero que nos informa de los cambios políticos y religiosos que la Tierra Santa estaba experimentando. Nota los trazos paganos todavía presentes, como por ejemplo las dos estatuas de Adriano todavía en vida en la Explanada del Templo, pero también indica las novedades introducidas por la política cristiana de Constantino. Recuerda que por orden suya (iussu Constantini) se han realizado las basílicas del Sepulcro y del Eleona en Jerusalén, de la Natividad en Belén.
El más famoso de todos los diarios antiguos de peregrinación a la Tierra Santa es obra de una noble mujer originaria de Galicia, una región de España. El nombre de la autora, Egeria, lo sugiere un autor español algunos siglos después, Valerio del Bierzo, en una obra titulada: Carta escrita para alabanza de la beatísima Egeria. De esto resulta que, Valerio poseía un código del Diario de Egeria y lo muestra como obra digna de atención.
Egeria viajó para conocer las Escritura y los lugares donde se escribieron. No va a los Santos Lugares para pedir una gracia o milagros, sino para comprender y confirmar las Escrituras.
La fecha de la peregrinación de Egeria está colocada entre el 381 y el 384 d.C., tres años intensos consumados en la búsqueda, en la visión y la documentación. El cuadro histórico del viaje de Egeria ciertamente se inscribe en la segunda mitad del siglo IV d.C. El viaje está marcado por algunas fechas seguras (muerte de Eulogio, el obispo de Edessa en el 387; la figura de Protogene obispo de Charra y de Abrahán obispo de Bathna: cfr. Diario, 19,1.5; 20,2) y por algunos sucesos que conciernen el Monte de los Olivos y el Sión cristiano en Jerusalén. Egeria no vio por ejemplo la construcción circular deseada por Pomenia en el lugar de la Ascensión, llamado Imbomon (Diario, 25,11 etc.). Pero vio la iglesia en el lugar del Cenáculo en el Monte Sión (Diario, 39,5).
El libro se compone principalmente de dos grandes secciones: en la primera se narran los cuatro grandes viajes (cap. 1-23). En la segunda sección se describe la liturgia seguida por la Iglesia de Jerusalén (cap. 23-24). Más detallado aparece el viaje al Monte Sinaí y a Egipto (cap. 1-9); la subida al Monte Nebo, el lugar de la muerte de Moisés (cap. 10-12); la visita a Carneas en Edom, que se consideraba la patria de Jacob, pasando por el valle del Jordán (cap. 13-16); el viaje a Mesopotamia (cap. 17-23). La última parte (cap. 24-49) se detiene en las funciones litúrgicas celebradas en Jerusalén durante la Semana Santa y en el año litúrgico, a partir de la Epifanía hasta la fiesta de la Dedicación de la basílica constantina, el 14 de septiembre.
Su viaje es muy largo y cubre todos los pueblos bíblicos, desde Egipto hasta los confines orientales del imperio romano. Llega hasta Charra, la antigua Harran de Mesopotamia, la patria de Abrahán. Y preguntó al obispo Protogene: ¿Dónde está Ur dei Caldei? (Diario, 20,12). No pudo visitar Ur porque se encontraba fuera de los confines del imperio romano, bajo el dominio de los persianos. Le bastó saber por el obispo de Harran, que el lugar se encontraba a 10 días de camino, más allá del confine.
Se pueden ver en el interior del Itinerario de Egeria dos grandes intereses: uno por el Antiguo Testamento y otro por el Nuevo Testamento en la liturgia jerosolimitana. Egeria llevaba consigo un código de la Biblia (Diario, 10,7) y en cada santo lugar leía los discursos o hechos relativos. La suya es una verificación de la narración bíblica y se sintió muy complacida por encontrar siempre confirmación en las Escrituras. Egeria era muy curiosa de “saber y de ver”, como escribía de sí misma (Diario, 16,3).
Un segundo aspecto calificador de la peregrinación de Egeria es la oración. La oración acompaña a la lectura bíblica, antes y después de las visitas y las explicaciones. Normalmente proclama los Salmos apropiados al hecho recordado (Diario, 14,1).
En el año 385 san Girolamo, en compañía de la matrona romana Paola y de su hija, Eustacio realizó una peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén. Girolamo fue un peregrino singular y para sus discípulas fue un verdadero animador espiritual de la peregrinación. Después de dejar Roma, Girolamo tenía una meta, Belén. Pero antes de encerrarse en la celda junto a la gruta de la Natividad, visitó extensamente la Tierra Santa en compañía también de rabinos que lo instruyeron en la identificación de los lugares y las tradiciones bíblicas. En sus Comentarios de los textos sagrados y en sus Cartas, deja aparecer en más de una ocasión las memorias de los lugares visitados. Además, tradujo el Onomástico de Eusebio de Cesarea en latín, por lo que había adquirido un gran conocimiento de la geografía bíblica. Con esta versión daba al mundo cristiano la oportunidad de conocer los nombres de la Biblia en un idioma más accesible.
Fuente: Antiguos peregrinos a Tierra Santa, Ediciones Tierra Santa, Milán 2009
La peregrinación es un fenómeno común a muchas religiones. La cristiana deriva directamente de la Biblia.
La encontramos en la oración de los Salmos: “Pasando por el valle del llanto lo cambia en una fuente, también la primera lluvia lo cubre de bendiciones, crece a lo largo del camino su vigor hasta que no aparece ante Dios, en Sión” (Sal 84,7-8).
Y la encontramos en las carismáticas figuras del Antiguo Testamento. En 1Re 18,1-18 leemos del profeta Elías que viaja hacia el Monte de Dios, el Sinaí, para ver la Gloria de YHWH. En contraposición, el primer peregrino fue Abraham, que realizó un largo viaje desde Mesopotamia: “Vete de tu tierra y dirígete donde yo te mostraré” (Gn 12,1-3). Con estos presupuestos no sorprende que la peregrinación se haya convertido en un fenómeno típicamente cristiano. Las circunstancias históricas del siglo IV d.C., con la paz Constantina y la construcción de las primeras basílicas cristianas en los Santos Lugares de Jerusalén y Belén, permitieron a los fieles de todas las partes del imperio dirigirse a la Tierra Santa y hacer la peregrinación para conocer los Santos Lugares. En una carta de Constantino referida por Eusebio de Cesarea, encontramos por primera vez el concepto cristiano de Santos Lugares, que el emperador enviaba a purificar de la contaminación del paganismo.
Los orígenes históricos de la peregrinación no se pueden precisar, pero podemos basar nuestras investigaciones en los testimonios de los peregrinos que dejaron sus memorias escritas.
Todavía antes de que el imperio romano permitiera la religión oficial cristiana (313 d.C.), los peregrinos se ponían en camino para visitar las tumbas de los apóstoles, de los mártires y los Santos Lugares de las tierras bíblicas.
Melitone di Sardi, mártir alrededor del año 190 d.C., se considera uno de los primeros peregrinos. Definido por los antiguos “una estrella de Asia Menor”. Fue a la tierra de Israel para buscar detalles de la controversia de la fecha de la Pascua y argumentos sobre el canon de las Sagradas Escrituras que la Iglesia estaba elaborando. Por lo que su peregrinación fue un estudio de las fuentes de la fe cristiana.
Entre los primerísimos, también Alejandro el Cappadoce, confesor de la fe cristiana, que después de la persecución sufrida en patria realizó el santo viaje hacia Jerusalén. Mientras era huésped de la comunidad cristiana, fue consagrado obispo de Jerusalén sustituyendo a Narciso.
También en el siglo tercero d.C. encontramos otro peregrino excepcional, Origene de Alejandría. A causa de la persecución de los cristianos en Egipto en tiempos de Settimio Severo, escapó hacia Cesarea Maritima. En esta metrópolis política y cultural abrió su mente a los problemas de historia, geografía y topografía que se encuentran en las Escritura. Y así nació en él la exigencia de conocer a fondo los lugares, en particular los mencionados en los Evangelios.
Hacia el final del reinado de Constantino, en el 333 d.C., un peregrino cristiano de Bordeaux se dirigió a Palestina recorriendo las vías imperiales de la Galia, Italia y los Balcanes. Cuando llegó a Constantinopla, continuó por las provincias de Asia Menor, Líbano y por último, llegó a Palestina. Durante todo su viaje, el peregrino anotó detalladamente todas las etapas y las distancias, dejando el denominado Itinerario Burdigalense.
El testimonio del peregrino de Bordeaux es muy importante porque es el primero que nos informa de los cambios políticos y religiosos que la Tierra Santa estaba experimentando. Nota los trazos paganos todavía presentes, como por ejemplo las dos estatuas de Adriano todavía en vida en la Explanada del Templo, pero también indica las novedades introducidas por la política cristiana de Constantino. Recuerda que por orden suya (iussu Constantini) se han realizado las basílicas del Sepulcro y del Eleona en Jerusalén, de la Natividad en Belén.
El más famoso de todos los diarios antiguos de peregrinación a la Tierra Santa es obra de una noble mujer originaria de Galicia, una región de España. El nombre de la autora, Egeria, lo sugiere un autor español algunos siglos después, Valerio del Bierzo, en una obra titulada: Carta escrita para alabanza de la beatísima Egeria. De esto resulta que, Valerio poseía un código del Diario de Egeria y lo muestra como obra digna de atención.
Egeria viajó para conocer las Escritura y los lugares donde se escribieron. No va a los Santos Lugares para pedir una gracia o milagros, sino para comprender y confirmar las Escrituras.
La fecha de la peregrinación de Egeria está colocada entre el 381 y el 384 d.C., tres años intensos consumados en la búsqueda, en la visión y la documentación. El cuadro histórico del viaje de Egeria ciertamente se inscribe en la segunda mitad del siglo IV d.C. El viaje está marcado por algunas fechas seguras (muerte de Eulogio, el obispo de Edessa en el 387; la figura de Protogene obispo de Charra y de Abrahán obispo de Bathna: cfr. Diario, 19,1.5; 20,2) y por algunos sucesos que conciernen el Monte de los Olivos y el Sión cristiano en Jerusalén. Egeria no vio por ejemplo la construcción circular deseada por Pomenia en el lugar de la Ascensión, llamado Imbomon (Diario, 25,11 etc.). Pero vio la iglesia en el lugar del Cenáculo en el Monte Sión (Diario, 39,5).
El libro se compone principalmente de dos grandes secciones: en la primera se narran los cuatro grandes viajes (cap. 1-23). En la segunda sección se describe la liturgia seguida por la Iglesia de Jerusalén (cap. 23-24). Más detallado aparece el viaje al Monte Sinaí y a Egipto (cap. 1-9); la subida al Monte Nebo, el lugar de la muerte de Moisés (cap. 10-12); la visita a Carneas en Edom, que se consideraba la patria de Jacob, pasando por el valle del Jordán (cap. 13-16); el viaje a Mesopotamia (cap. 17-23). La última parte (cap. 24-49) se detiene en las funciones litúrgicas celebradas en Jerusalén durante la Semana Santa y en el año litúrgico, a partir de la Epifanía hasta la fiesta de la Dedicación de la basílica constantina, el 14 de septiembre.
Su viaje es muy largo y cubre todos los pueblos bíblicos, desde Egipto hasta los confines orientales del imperio romano. Llega hasta Charra, la antigua Harran de Mesopotamia, la patria de Abrahán. Y preguntó al obispo Protogene: ¿Dónde está Ur dei Caldei? (Diario, 20,12). No pudo visitar Ur porque se encontraba fuera de los confines del imperio romano, bajo el dominio de los persianos. Le bastó saber por el obispo de Harran, que el lugar se encontraba a 10 días de camino, más allá del confine.
Se pueden ver en el interior del Itinerario de Egeria dos grandes intereses: uno por el Antiguo Testamento y otro por el Nuevo Testamento en la liturgia jerosolimitana. Egeria llevaba consigo un código de la Biblia (Diario, 10,7) y en cada santo lugar leía los discursos o hechos relativos. La suya es una verificación de la narración bíblica y se sintió muy complacida por encontrar siempre confirmación en las Escrituras. Egeria era muy curiosa de “saber y de ver”, como escribía de sí misma (Diario, 16,3).
Un segundo aspecto calificador de la peregrinación de Egeria es la oración. La oración acompaña a la lectura bíblica, antes y después de las visitas y las explicaciones. Normalmente proclama los Salmos apropiados al hecho recordado (Diario, 14,1).
En el año 385 san Girolamo, en compañía de la matrona romana Paola y de su hija, Eustacio realizó una peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén. Girolamo fue un peregrino singular y para sus discípulas fue un verdadero animador espiritual de la peregrinación. Después de dejar Roma, Girolamo tenía una meta, Belén. Pero antes de encerrarse en la celda junto a la gruta de la Natividad, visitó extensamente la Tierra Santa en compañía también de rabinos que lo instruyeron en la identificación de los lugares y las tradiciones bíblicas. En sus Comentarios de los textos sagrados y en sus Cartas, deja aparecer en más de una ocasión las memorias de los lugares visitados. Además, tradujo el Onomástico de Eusebio de Cesarea en latín, por lo que había adquirido un gran conocimiento de la geografía bíblica. Con esta versión daba al mundo cristiano la oportunidad de conocer los nombres de la Biblia en un idioma más accesible.
Fuente: Antiguos peregrinos a Tierra Santa, Ediciones Tierra Santa, Milán 2009