por pattypj » Jue May 17, 2012 6:41 pm
Participación en el foro
V. La sexualidad y la santidad
1. ¿Cómo se relaciona la norma moral de Humanae Vitae y la verdad del “lenguaje del cuerpo”? Pablo VI, refiriéndose a la Constitución Gaudium el spes del concilio Vaticano II, enuncia en tres breves parágrafos la puesta en perspectiva que constituye la luz a la que deben ser consideradas las exigencias éticas del amor conyugal:"La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, ´el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra´ (Ef 3, 15).El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia y providencial institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas”.Como dice Juan Pablo II: "Según el criterio de esta verdad que debe expresarse con el ´lenguaje del cuerpo´, el- acto conyugal ´significa´ no sólo el amor, sino también la fecundidad potencial, y por esto no puede ser privado de su pleno y adecuado significado mediante intervenciones artificiales. En el acto conyugal no es lícito separar artificialmente el significado unitivo del significado procreador, porque uno y otro pertenecen a la verdad íntima del acto conyugal: uno se realiza juntamente con el otro y, en cierto sentido, el uno a través del otro. Así enseña la Encíclica (cf-. Humanae Vitae, 12). Por lo tanto, en este caso el acto conyugal, privado de su verdad interior, al ser privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser acto de amor". Las consecuencias de esta norma se imponen casi por sí mismas: todo lo que tienda a disociar las dos significaciones fundamentales del acto conyugal tiene que ser proscrito como contrario a la ley de la verdad del amor.
2. ¿Cómo se justifica la rectitud de la norma enseñada por la Iglesia y su “practicabilidad”?
Juan Pablo II nos propone con la "Teología del cuerpo" otro enfoque para justificar la norma ética fundamental de las relaciones conyugales enunciada por la Humanae Vitae."La retrovisión bíblica, denominada ´Teología del cuerpo´ nos ofrece también, aunque indirectamente, la confirmación de la verdad de la norma moral, con- tenida en la ´Humanae Vitae`.Esta otra vía es la de la antropología bíblica, que puede hablar a todos los hombres de nuestro tiempo, incluidos los no cristianos... En los textos bíblicos que hemos seguido y que constituyen los principios generales de la "Teología del cuerpo" "encontramos ciertamente, añade Juan Pablo II, esa ´norma de comprensión´ que parece tan indispensable frente a los problemas de que trata la ´Humanae vitae´".
3. ¿Cómo pueden los esposos evitar el embarazo y a la vez respetar el verdadero “lenguaje del cuerpo”?
Es necesario precisar que no basta con recurrir a los métodos naturales de regulación de los nacimientos y abstenerse del uso de los medios anticonceptivos para situarse en conformidad con la norma ética. Es preciso también recurrir a ellos sin convertirlos en una "técnica", sino con una actitud ética, es decir, discerniendo una exigencia de la verdad del lenguaje de los cuerpos. Hay una manera de usar los métodos naturales que forma parte de una "mentalidad anticonceptiva" cuando son elegidos a causa de las ventajas técnicas que pudieran presentar estos métodos respecto a la anticoncepción química o mecánica (eficacia, ecología, comodidad, economía) y con un rechazo determinado de la apertura del acto conyugal a la vida. Con esta actitud, los métodos naturales se convierten en simples medios de "anticoncepción natural". Como señala Juan Pablo II:
"En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia que el ´método´ [natural], desvinculado de la dimensión ética que le es propia, se pone en acto de modo meramente funcional y hasta utilitario. Separando el ´método natural´ de la dimensión ética, se deja de percibir la diferencia existente entre éste y otros ´métodos´ (medios artificiales) y se llega a hablar de él como si se tratase sólo de una forma diversa de anticoncepción".
4. ¿Cuál es el poder que brota de la “consagración” sacramental conyugal?
La "Teología del cuerpo ilumina y fundamenta la norma ética, se ve que todo se basa en que el acto sexual es, en primer lugar, un lenguaje de comunión, el lenguaje de la comunión de los cuerpos propio de los esposos. La comunión de las personas supone la integridad del lenguaje de los cuerpos: supone que este lenguaje sea un lenguaje total y verdadero. Si lo mutilo, especialmente disociando las dos significaciones del acto conyugal, obro de suerte que éste ya no puede alcanzar la verdad plena de lo que él es y, por consiguiente, puede haber una unión corporal y física, pero no una comunión de las personas. Por eso afirma Juan Pablo II: "Puede decirse que en el caso de una separación artificial de estos dos significados, en el acto conyugal se realiza una real unión corpórea, pero no corresponde a la verdad interior ni a la dignidad de la comunión personal: communio personarum. Efectivamente, esta comunión exige que el ´lenguaje del cuerpo´ se exprese recíprocamente en la verdad integral de su significado. Si falta esta verdad, no se puede hablar ni de la verdad del dominio de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la recíproca aceptación de sí por parte de la persona. Esta violación del orden interior de la comunión conyugal, que hunde sus raíces en el orden mismo de la persona, constituye el mal esencial del acto anticonceptivo". Estas, palabras de Juan Pablo II son muy fuertes y, al mismo tiempo, sacan perfectamente a la luz la apuesta a la que está sometido todo acto conyugal: ser una simple unión corporal o una verdadera unión de las personas... Un acto conyugal que se solamente una unión física, incluso la más lograda, deja siempre en el corazón, tras el fuego de la pasión amorosa, una especie de amargura y de decepción. Para que exista comunión, es preciso que se reúnan las dos condiciones de la entrega de las personas. No se trata sólo de querer el bien del otro en el acto conyugal y de sacrificar nuestras tendencias egoístas; se trata de entregarse plenamente y sin reservas, con la totalidad de lo que somos. Pero esta entrega total no es posible si se produce una disociación entre las dos significaciones del acto conyugal.
5. ¿A qué se refiere la virtud de la castidad y cómo se relaciona con el don de la piedad?
Juan Pablo II nos presenta la castidad, al contrario, como una riqueza, en el sentido de que permite una comunicación más profunda y alcanzar una verdadera libertad. En efecto, la castidad permite desarrollar a los esposos todas las dimensiones del lenguaje del cuerpo y evita que el acto conyugal no sea más que una liberación de las tensiones sexuales del cuerpo". La castidad permite, en el contexto mismo del acto conyugal, una mayor riqueza de comunión en la comunicación haciendo sitio en ella al afecto, a la ternura y a las expresiones no específicamente sexuales de la comunicación de los esposos. Si los esposos están sometidos a la concupiscencia, esta riqueza de la comunicación y, por consiguiente, esta libertad añadida no es posible. Por eso, la castidad no debe ser considerada sólo como una capacidad de resistencia a las llamadas de la concupiscencia, sino como una condición positiva de la riqueza de la comunicación de los esposos en todos los registros posibles de esta comunicación y no sólo en el registro sexual. "Si la castidad conyugal (y la castidad en general) -dice Juan Pablo II se manifiesta, en primer lugar, como capacidad de resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela como capacidad singular de percibir, amar y realizar esos significados del lenguaje del cuerpo´, que permanecen totalmente desconocidos para la concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo nupcial de los cónyuges, purificándolo, profundizándolo y, a la vez, simplificándolo" .La castidad es así un esfuerzo de liberación que permite una comunicación mayor y más rica, mientras que la sumisión a la concupiscencia es un empobrecimiento de esta misma comunicación. La castidad adquiere entonces una incontestable significación humanista.
"De este modo la castidad desarrolla la ´comunión personal del hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que afirma precisamente la encíclica Humanae Vitae].
Así es-como el ejercicio de la castidad constituye la vía de santidad propia de los esposos. La vida conyugal es un camino de verdadera santidad y ésta no está reservada a la vida religiosa. Y es que, a través de la castidad, los esposos están llamados a ofrecer su carne, mutuamente, tanto en el acto sexual como en las otras manifestaciones de la conyugalidad y del lenguaje de los cuerpos. La castidad nos hace capaces de sacrificar o de crucificar, nuestra propia carne mediante la entrega que hacemos de nuestro propio cuerpo en la expresión más concreta del .acto sexual, reconociendo al otro como persona, como riqueza, como llamada a una superación en la comunión. Es un camino de santidad y, a veces, de heroísmo, una llamada concreta a ofrecer nuestro cuerpo en la fecundidad del amor. El don de la piedad nos hace admitir nuestra dependencia respecto a Dios, nos hace reconocer que no somos dueños de nuestra vida, sino que la vida es obra de Dios. Nuestra cultura contemporánea es una cultura de impiedad, dado que el hombre quiere hacerse hoy señor de la vida, tanto de su origen como de su término: eso es lo que anima todas las reivindicaciones tanto a propósito de la anticoncepción y del aborto como de la eutanasia. Juan Pablo II nos invita a ponernos bajo la esfera de influencia de este don del Espíritu Santo, puesto que, especialmente en el marco de la vida conyugal, es el don que nos permite reconocer que, nosotros no somos señores de todo, sino que dependemos filialmente de El como Padre y como fuente de la vida.