por lindoro50 » Sab Feb 18, 2012 1:10 pm
Participación en el foro (Febrero 18, 2012)
1. / ¿Cómo es el amor de Dios hacia los seres humanos?
El amor de Dios por nosotros no es de hoy ni de ayer. Nos ha amado desde antes que viniéramos al mundo. Si Dios nos ama hoy, nos ha amado desde siempre, pues Él no cambia. Así como la madre ama al hijo que está en su seno y espera amorosamente su nacimiento, de manera semejante Dios nos ha llevado en su mente, desde toda la eternidad. Cuando llegó el momento de nuestra concepción, que Él presidió de una forma para nosotros misteriosa, dio forma a nuestro cuerpo y a nuestra alma en el vientre de nuestra madre. Y luego nos recibió en sus brazos con más amor que el amor con que nos acogió nuestra propia madre. Y está deseando acogernos un día en su reino para derramar sobre nosotros -ya sin las trabas de la carne- todas las bendiciones que su amor nos ha preparado.
No hay amor humano que pueda compararse con el amor de Dios. El hombre es un ser limitado, finito, y todo lo que él siente o hace, lleva esa marca, mientras que Dios es infinito, inconmensurable, eterno. Y así es su amor.
El amor de Dios es incondicional. Nos ama no porque seamos "amables", esto es, dignos de ser amados, sino porque nos ha creado, porque somos hechura suya. Nos ama porque está en su naturaleza amar. No puede dejar de amarnos porque "Dios es amor", según dice el apóstol Juan (1Jn 4:7,8).
Nada nos puede separar del amor de Dios, ningún acto, ninguna persona, ninguna ofensa, ni aun nuestros más grandes pecados. Ni nuestro olvido, ni nuestra ingratitud. Nada podemos hacer para que deje de amarnos. Dios ama incluso a los que se condenan. De hecho, no es Dios el que los condena, sino ellos que se condenan a sí mismos no obstante todo lo que Dios hizo para salvarlos.
2. / ¿Qué nos revela el Verbo en su Pasión, y a qué nos invita esa revelación?
«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).
Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios... Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Contemporáneamente, la palabra dió indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese Hijo unigénito como del Padre, que por eso «da» a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el «mundo»: el amor salvífico.
Esta es la dimensión de la redención. Las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre «no muera»; y el significado del «no muera» está precisado claramente en las palabras que siguen: «sino que tenga la vida eterna». El hombre «muere», cuando pierde «la vida eterna». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.
La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. El vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección.
3. / ¿Qué efectos puede traer el sufrimiento para el sufriente?
La experiencia del dolor presenta tres ventajas: una ocasión de purificación, un punto de encuentro para abandonarnos confiadamente en Dios y una oportunidad de corredención con Cristo. La mayor aportación del sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia (purificación). La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios. Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino.
4. / Sabemos que la redención fue realizada plenamente por Jesús, entonces ¿pueden tener nuestros sufrimientos una ocasión corredentora con Cristo?
Sí. Corredimir con Cristo consiste en quitarle peso. Aparte de aligerar su cruz, esa unión corredentora nos permite ayudarle a consolar el dolor de Dios Padre y a amar, a distancia pero eficazmente, a todos los hombres sin distinción. Como escribió Juan Pablo II, «cada hombre está llamado a participar de aquel sufrimiento por medio del cual se realizó la Redención; está llamado a participar de aquel sufrimiento por medio del cual fue también redimido todo sufrimiento humano. Realizando la Redención mediante el sufrimiento, Cristo elevó al mismo tiempo el sufrimiento humano al nivel de la Redención». Si se entiende la Corredención, es más fácil -o menos difícil- explicar -¡y vivir!- el sentido reparador del sufrimiento. El dolor se vuelve gozoso si se ofrece con el fin de agradar a Jesús, como bálsamo reconfortante, capaz de aliviar las heridas de su Corazón.
Para encontrar el “por qué” del sufrimiento, debemos mirar al amor de Dios, que es la fuente más rica de respuesta sobre su sentido. En Jesús encontramos el por qué del sufrimiento en cuanto entrega amorosa por el otro.
Todo sufrimiento tiene sentido si es llevado con amor (sufrimiento amoroso), unido al sufrimiento amoroso de Jesús. Él “paga” (sentido 1) nuestras penas por el pecado, es “probado” (sentido 2) en su fidelidad incondicional al plan de Dios, nos “enseña” (sentido 3) cómo llevar y dar sentido al sufrimiento, y redime amorosamente (sentido 4) con su cruz.
Atentamente,
Fernando Olivares E.