PERDONAR

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¿Se puede perdonar, olvidar palabras y actitudes de quien nos ha ofendido, de quien ha abierto una herida en nosotros, de quien de forma egoísta quiere acaparar todas las funciones, todas las labores?
La respuesta es clara, no solamente podemos sino que debemos. Solamente borrando y olvidando el pasado, podremos cicatrizar nuestras heridas y conseguiremos mejorar nuestro presente.

Tal vez no resulte fácil, puede requerir un gran esfuerzo de nuestra parte, pero el resultado merece la pena y es el único camino que purifica nuestra alma y permite acercarnos más al Señor, limpios de recelos, odios y rencores. El Señor nos perdona siempre y debemos aprender a perdonar para poder conseguir asemejarnos un poco más a Él.

Cuando conseguimos liberarnos de las losas de nuestro pasado y de las preocupaciones acerca de nuestro futuro es cuando realmente podemos disfrutar del único momento en que Dios nos regala Su Presencia; el presente, donde podemos acercarnos a Él, conocerle, amarle y seguirle. Es en este momento precisamente cuando podemos tomar plena conciencia de como actúa en nuestras vidas y en todos los acontecimientos de nuestro alrededor y tomar conciencia de ello, es lo que nos va transformando día a día, lo que nos empuja a seguir caminando y lo que llena nuestra alma de auténtico amor.

Y el inmenso Amor del Señor, es el único que puede cubrir todas nuestras carencias, cicatrizar nuestras heridas y nos permite encontrar la paz interior que tanto necesitamos y así, rebosantes nuestros corazones de amor y de gozo, podremos contagiar nuestra alegría y nuestro entusiasmo a los demás.

Intentemos purificar al máximo nuestra alma, vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros orgullos y vanidades para dejar un espacio donde pueda habitar el Espíritu Santo, que tiene poder para transformarnos y si nos fiamos de Él, será un magnífico guía que nos señalará el camino a seguir y derramará sus dones sobre nosotros, lo que permitirá nuestro crecimiento. No olvidemos que no es nuestra aptitud, sino nuestra actitud lo que determina nuestra altitud.

Así que por nuestro propio bien, nos conviene apartarnos de nuestras manchas como el orgullo, el rencor, envidia, celos etc... que además de hacernos daño a nosotros mismos y a los demás, nos alejan irremediablemente del Señor. Debemos confiar plenamente en Él, ponernos en Sus manos y así, purificados, estaremos dispuestos y preparados para aceptar el plan que tiene para cada uno de nosotros, para permitir que Él actúe y nos vaya capacitando y dando las fuerzas necesarias para emprender las tareas que nos ha asignado, para ser dóciles a Su Voluntad y a que nuestro "motor", lo que nos mueva y empuje a actuar sea únicamente Su Amor, solo así, seremos capaces de transmitir Su Paz.