Para mí, existen varias posturas ante el dolor que sufre la humanidad. La primera es de rebeldía y angustia que me lleva a una situación de desesperación por el desconsuelo que significa aceptar las desgracias ajenas.
La segunda, el derrumbamiento que me proporciona una gran amargura al contemplar esos monstruos que sufrimos de la naturaleza a los cuales no se puede vencer llamados terremotos, inundaciones y tormentas arrebatadoras con su poder altamente destructor que arrasa todo por donde pasa llevándose enseres que servían de cobijo a las personas.
Y lo que es muchísimo más grave, aniquilando a miles de emigrantes que solo han cometido el pecado de salir de sus naciones, donde no podían comer ni vivir, para buscar refugio en las que ellos pensaban podían ser aceptados.
Y la tercera, la que sostienen algunas personas cristianas, que posiblemente sean más positivas ante el dolor e intentan con resignación aceptar los deseos de Dios y las fuerzas de su Amor.
Con toda sinceridad, la aptitud de estos hermanos es envidiable. Tienen todo mi respeto, pues efectivamente la fe ve lo invisible, cree lo increíble y recibe lo imposible, sabiendo que la viña del Señor proporciona racimos dulces y amargos.
Todo esto es totalmente cierto, pero he de confesar que ante un hecho como los recientes terremotos e inundaciones grandísimas que han sufrido nuestros hermanos en Lampedusa, Egipto y otras ciudades del mundo, donde han sucumbido miles de personas atrapadas entre los escombros de los edificios y en la profundidad del mar… sinceramente no logro entenderlo.
Y ante una catástrofe tan importante, uno siente un dolor profundo en su corazón por todas las víctimas y en especial por gentes con sueños sencillos apenas sin ambiciones, que han perdido personas queridas integrantes de sus familias que vivían lejos, muy lejos de las comodidades que disfrutamos en otros países y que ahora inician un viaje a ninguna parte buscando un hogar donde cobijarse llevando sobre sus espaldas, el peso de la tristeza y de la desesperación.
Ante estas tragedias y sin posibilidades materiales ni humanas posibles para ayudar a todos esos damnificados, solo se me ocurre, CONVOCAR A TODA LA COMUNIDAD CRISTIANA MUNDIAL, para enviar un mensaje urgente al Dios Misericordioso y Omniponte, suplicándole su Divina Bendición para todos ellos y rogando acoja en su Reino a las víctimas por toda la Eternidad.
Así las cosas, por lo pronto solo me queda tras iniciar este mensaje, rezar una oración por sus almas elevando la vista al cielo pidiendo que el Dios resucitado les envíe la esperanza necesaria para seguir adelante y a los fallecidos que les acoja en su Reino.[/b]