por Angy_29 » Vie May 25, 2012 9:52 pm
2.ºEn segundo lugar, os he dicho que el buen ladrón nos instruiría acerca de la manera como hemos de portarnos durante los momentos de la Consagración y Elevación de la Sagrada Hostia, momentos en los cuales hemos de ofrecernos a Dios junto con Jesucristo, teniéndonos por participantes de aquel augusto misterio. Mirad cómo se porta aquel feliz penitente en la hora misma de su ejecución; ¿no veis cómo abre los ojos del alma para reconocer a su libertador?. Pero ved también los progresos que hace durante las tres horas que pasa en compañía del Salvador agonizante. Está amarrado a la cruz, sólo le quedan libres el corazón y la lengua, y ved con qué diligencia ofrece uno y otro a Jesucristo: le hace entrega de todo lo que tiene, le consagra su corazón por la fe y la esperanza, le pide humildemente un lugar en el paraíso, es decir, en su reino eterno. Le consagra su lengua, publicando su inocencia y santidad. A su compañero de suplicio le habla de esta manera: «Es justo que a nosotros se nos castigue: pero Él es inocente» (Luc.. XXIII, 41.).
En la hora en que los demás se entretienen ultrajando a Jesucristo con las más horribles blasfemias, él se convierte en su panegirista; mientras sus discípulos le abandonan, él abraza su partido; y su caridad es tan grande, que no omite esfuerzo alguno por convertir a su compañero. No nos admire el ver tanta virtud en este buen ladrón, puesto que nada hay tan a propósito para mover nuestro corazón como la vista de Jesucristo agonizante; no hay momento en que se nos conceda la gracia con tanta abundancia, y, sin embargo, somos testigos de tal acontecimiento todos los días. ¡Ay!, si en el feliz momento de la Consagración tuviésemos la dicha de estar animados de una viva fe, una sola Misa bastaría para librarnos de los vicios en que estamos enredados y convertirnos en verdaderos penitentes, es decir, en perfectos cristianos.¿De dónde viene, pues, me diréis, que, asistiendo a tantas Misas, continuemos siendo siempre los mismos? Ello proviene de que sólo estamos presentes corporalmente, mas nuestro espíritu está en otra parte, con lo cual no hacemos otra cosa que completar nuestra reprobación a causa de las malas disposiciones con que asistimos á tan santa ceremonia. ¡Ay!, ¡cuántas Misas mal oídas, que, en vez de asegurarnos nuestra salvación, nos endurecen más y más!
Habiéndose aparecido Jesucristo a Santa Matilde, le dijo: «Has de saber, hija mía, que los santos asistirán a la muerte de todos aquellos que habrán oído con devoción la santa Misa para ayudarlos a morir bien, para defenderlos de las tentaciones del demonio y para presentar sus almas a mi Padre».
¡Qué dicha la nuestra, la de ser asistidos, en aquellos temibles instantes, por tantos santos cuantas sean las Misas que habremos oído bien!...No temamos jamás que la santa Misa nos cause perjuicio en nuestros negocios temporales; antes al contrario, hemos de estar seguros de que todo andará mejor y de que nuestros negocios alcanzarán mejor éxito. Y aquí veréis un admirable ejemplo. Cuéntase de dos artesanos de un mismo oficio y que vivían en un mismo barrio, que uno de ellos, estando cargado de hijos, no dejaba nunca de oír la santa Misa y vivía muy holgadamente en su oficio; el otro, en cambio, que no tenía hijos..., trabajaba todo el día, parte de la noche y frecuentemente hasta el santo día del domingo, y apenas podía vivir. Al ver que los negocios de su compañero salían siempre coronados por el éxito, pregúntole un día cómo se las componía para sacar lo necesario con que mantener a una familia tan numerosa, cuando él, que no tenía más que a su mujer y no cesaba en su trabajo, se hallaba a veces en la más completa indigencia. El otro le contestó que, si así lo deseaba, al día siguiente le mostraría dónde se hallaba la fuente de sus ganancias. El desgraciado artesano quedó tan contento con aquella proposición, que esperaba con impaciencia la llegada del día siguiente, día en que iba a aprender la manera de lograr fortuna. En efecto, el compañero no faltó a buscarle. Vedle saliendo de su casa contento y siguiendo confiadamente al compañero. Este le condujo a la iglesia, en donde oyeron la santa Misa. Al regresar del templo, «Amigo mío, le dijo el que vivía holgadamente, vuelve a tu trabajo». Al día siguiente hicieron lo mismo, mas, al ir a buscarle por tercera vez para el mismo objeto, «¡hombre!, dijo el otro, si quiero ir a Misa, sé muy bien el camino sin que tengáis que molestaros en acompañarme; no es esto lo que quería saber, sino el lugar donde hallabais lo que os ayuda a vivir tan regaladamente, para ver si, haciendo lo que vos hacéis, sacaba también yo mi provecho. - :Amigo, le contestó el otro, no conozco otro lugar que la iglesia, ni otra manera de prosperar que oyendo todos los días la santa Misa; y, por lo que a mí toca, os aseguro no haber empleado otros medios para alcanzar el bienestar que tanto os admira. ¿No recordáis, en efecto, lo que nos aconseja Jesucristo en el Evangelio, que busquemos primero el reino de los cielos, y lo demás se nos dará por añadidura ?» Estas palabras hicieron comprender a aquel hombre el propósito de su compañero al acompañarle a la santa Misa. «Pues bien, tenéis razón, dijo: el que cuenta solamente con su trabajo, es un ciego, y veo muy bien que nunca la santa Misa arruinará a nadie. La prueba me la proporcionáis vos. En adelante, quiero imitaros, y confío en que Dios me concederá su bendición.» En efecto, al día siguiente comenzó la nueva regla de vida, y continuó así el resto de sus días; y sus negocios prosperaron en poco tiempo-. Cuando le preguntaban por qué no trabajaba los domingos, ni durante la noche, como en otro tiempo; de dónde venía que asistiese todos los días a la santa Misa y que se enriqueciese cada vez más; contestaba de esta manera: «He seguido el consejo de mi vecino; id a preguntárselo, y él os enseñará la manera de vivir prósperamente sin trabajar más de lo ordinario, con sólo oir la santa Misa todos los días».Tal vez esto os extrañe, mas a mí no.
Esto es lo que vemos todos los días en los hogares donde hay verdadera piedad y devoción: los negocios de los que asisten con frecuencia a la santa Misa prosperan mucho más que los de quienes dejan de asistir por falta de fe o por pensar que no van a tener tiempo. ¡Ay! ¡Cuánto más felices seríamos, si depositáramos en Dios toda nuestra confianza y tuviésemos en nada nuestro trabajo!- Pero, me diréis tal- vez, si no tenemos nada, nadie nos da aquello de que carecemos. - Y ¿qué queréis que os dé Dios, si no contáis con Él por nada, confiando solamente en vuestro esfuerzo? Ni tan, sólo procuráis que os quede tiempo para vuestras oraciones de la mañana y de la noche, y os contentáis con asistir a la santa Misa una vez por semana. ¡Ay!, no conocéis los recursos con que la providencia de Dios puede favorecer a los que a ella se entregan. ¿queréis de ello una prueba palpable? Aquí la tenéis delante de vuestros ojos; mirad al que os habla, fijaos en vuestro pastor, y examinad la cosa delante de Dios - ¡Oh!, me diréis, esto es porque hay quien os da. - Mas ¿quién me da, sino la providencia de Dios? En ella y en ninguna otra parte están mis tesoros. ¡Ay!, ¡cuán ciego es el hombre al inquietarse tanto, para no ser otra cosa que un desgraciado en esta vida y condenarse después! Si acertaseis a pensar con seriedad en vuestra salvación y procuraseis asistir siempre que posible os fuese a la santa Misa, muy pronto veríais confirmado lo que os digo. No hay momento tan precioso para pedir a Dios nuestra conversión como el de la santa Misa; ahora vais a verlo. Un santo ermitaño llamado Pablo vió a un joven muy bien vestido, entrar en una iglesia acompañado de gran número de demonios; pero, terminada la santa Misa, lo vió salir acompañado de una multitud de ángeles que marchaban a su lado. ¡Oh, Dios mío!, exclamó el Santo, cuán agradable os debe ser la santa Misa!»
Nos dice el Santo Concilio de Trento que la Misa aplaca la cólera de Dios, convierte al pecador, alegra al cielo, alivia las almas del purgatorio, da gloria a bendiciones (Ses. XXIII y XXII.). ¡Oh!, si llegásemos a comprender lo que es el Santo Sacrificio de la Misa, ¿con qué respeto no asistiríamos a ella ?...El santo abad Nilo nos refiere que su maestro San Juan Crisóstomo le dijo un día confidencialmente que, durante la santa Misa, veía a una multitud de ángeles bajando del cielo para adorar a Jesús sobre el altar, mientras muchos de ellos recorrían la iglesia para inspirar a los fieles el respeto y amor que debemos sentir a Jesucristo presente sobre el altar. ¡Momento precioso, momento feliz para nosotros, aquel en que Jesús está presente sobre nuestros altares! ¡Ay!, si los padres y las madres comprendiesen bien esto y supiesen aprovechar de esta doctrina, sus hijos no serían tan miserables, ni se alejarían tanto de los caminos que al cielo conducen. ¡Dios mío, cuántos pobres junto a un tan gran tesoro!3.° Os he dicho que el centurión nos serviría de ejemplo, en las momentos en que tenemos la dicha de comulgar, ya espiritual, va corporalmente. Por comunión espiritual entendemos un gran deseo de unirnos a Jesucristo. El ejemplo de aquel centurión es tan admirable, que basta la Iglesia se complace en ponernos todas los días su conducta ante nuestros ojos, durante la santa Misa. «Señor, le dice aquel humilde servidor, yo no soy digno de que entréis en mi morada, mas decid solamente una palabra, y quedará curado mi servidor»( Matth., VIII,8.) . ¡Ah!, si el Señor viese en nosotros esa misma humildad, ése mismo cenocimiento de nuestra pequeñez, ¿con qué placer y con qué abundancia de gracias no entraría en nuestro corazón? ¡Cuántas fuerzas y cuánto valor íbamos a alcanzar para vencer al enemigo de nuestra salvación!. ¿Queremos obtener un cambio de vida, es decir, dejar el pecado y volver a Dios Nuestro Señor? Oigamos algunas Misas a esta intención, y si lo hacemos devotamente, nos cabrá la plena seguridad de que Dios nos ayudará a salir del pecado. Ved un ejemplo de ello. Refiérese que había una joven la cual durante muchos años mantuvo relaciones pecaminosas con cierto mancebo. De súbito, al considerar el castigo que esperaba a su pobre alma llevando una vida como la que llevaba, sintióse llena de espanto. Después de haber oído Misa, fuése al encuentro de un sacerdote para rogarle que la ayudase a salir del pecado.
"Oh mi Amado de tu fuente, déjame seguir bebiendo"