Jesús, el hombre mas sufriente de este mundo

Espiritualidad (Vida y escritos de Santos) Se publicarán vidas y obras de santos para el diálogo y sobre todo para el aprendizaje espiritual en nuestro camino a la santidad. Leemos las Sagradas Escrituras a través de los santos, contamos con la santidad de estos hombres como autoridad. ¡Qué poco que se leen las obras de los santos! Este foro será una gran oportunidad para estimular la lectura de los escritos de los hombres más grandes que han vivido en este destierro

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Jesús, el hombre mas sufriente de este mundo

Notapor Rafael de Maria » Vie Abr 13, 2012 6:14 pm

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(Magistral artículo del Padre Iraburu)


En esta serie tratamos de conocer bien cómo debemos los cristianos pensar y sentir del mundo en el que vivimos, y cómo debemos situarnos en él. Para ello lo que más nos importa es ver la relación de Cristo con el mundo, pues ésa ha de ser la nuestra. Hemos de sentir sus mismos sentimientos. Él nos ha dado el ejemplo para que sigamos sus pasos. Y ya vimos (162) que Jesús es el hombre más feliz del mundo. Hoy completamos nuestra contemplación considerando que Él ha sido el hombre más sufriente de toda la humanidad. Y cuando los cristianos pensamos en los dolores de Cristo los concentramos con frecuencia en su Cruz, pero no pensamos tanto en los sufrimientos permanentes de su vida. El amor que le tenemos nos obliga ahora a contemplarlos.

El Verbo divino se anonada en la Encarnación y entra en el mundo pecador sabiendo lo que le espera. La Pasión de Cristo se inicia en Belén, en el exilio de Egipto, y continúa in crescendo majestuoso y acelerado hasta la Cruz. Sabe Jesús que por ser Él la Luz divina, hecha visible por la Encarnación, el Padre dela Mentira y las tinieblas del mundo no la soportarán y tratarán de apagarla como sea, cuanto antes (Jn 1,5). Sabe que va a ser despreciado por su origen temporal humilde: «¿acaso de Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46); «¿no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55).

Prevé con toda certeza, antes incluso de iniciar su vida pública, que muchos le tendrán por loco, también entre sus familiares: «se ha trastornado» (Mc 3,21). Conoce el choque que especialmente sus más santas obras ocasionarán: «se escandalizaban de él» (Mc 6,3), pensaban que estaba endemoniado (Mc 3,22). Sabe que va a ser «escándalo para los judíos y locura para los gentiles» (1Cor 1,23). Conoce el odio y la persecución contra Él que su Evangelio va a ocasionar en fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes y poderosos de Israel: todos, ya muy pronto –la purificación del Templo–, se unirán para procurar su muerte. Sabe que «se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y que tres días después, resucitará» (Mc 10,32).

«Siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros, para enriquecernos en su pobreza» (2Cor 8,9: siendo Dios se hizo hombre, para divinizarnos por su Encarnación. Siendo Omnipotente, se hizo niño, pobre, hombre vulnerable. Siendo el Eterno, acepta encarcelarse en las coordenadas del espacio y del tiempo. Siendo el Santo, entra en el barro del pecado del mundo: entra en una gusanera, en una podredumbre pestilente. Y todo esto lo hace para manifestarnos y comunicarnos el amor de Dios, para ser «la epifanía de la bondad y del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). Para reconciliarnos con Dios, salvarnos y divinizarnos.

Jesús vive continuamente crucificado con el pecado del mundo. Para decirlo con palabras de San Pablo, Cristo está «crucificado con el mundo y el mundo con él» (Gal 6,14).

1.-El pecado del mundo es casi totalmente ignorado o inadvertido por los hombres. Y esto se debe a que en él han vivido sumergidos desde siempre; y también a que, en mayor o menor medida, ellos son cómplices de ese mal, y están, por decirlo así, con-naturalizados con él. La mayoría de los hombres son carnales, y esto trae consigo que ni siquiera tienen ojos para ver realmente el pecado del mundo.

2.-Los hombres no se duelen por el pecado del mundo. La inmensa mayoría de ellos, también de los que son cristianos, son carnales. Y no hay en ellos un amor a Dios y a los hombres suficiente como para que de verdad les duelan los pecados. Se duelen, por ejemplo, al saber que anualmente en su nación hay unos cien mil abortos «legales», contabilizados. Pero su dolor es mínimo. Mucho más les hace sufrir un dolor de muelas, advertir un inicio de calvicie, verse afectados por un revés económico: éstas son las cosas que realmente les preocupan mucho y que les duelen incomparablemente más. Consecuentemente, los esfuerzos que hacen los hombres para vencer por la oración y el apostolado los pecados propios y los del mundo son muy débiles. Sus empeños más constantes y decididos los ponen para superar esos males temporales que de verdad les afligen. Pero todo eso no tiene nada que ver con la actitud de Jesucristo ante el pecado del mundo.

El martirio continuo de Jesús. Ése es el titulo el capítulo primero de mi libro El martirio de Cristo y de los cristianos (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2003, 156 pgs.). Durante su vida temporal, Jesucristo es mártir permanente de Dios en el mundo. Esta condición martirial y dolorosa de Cristo siempre ha sido conocida por los santos, primero, porque ellos son quienes mejor lo han comprendido y, segundo, porque ellos son los que más profundamente han participado de sus pensamientos y sentimientos. Así afirma Santa Teresa, cuya conversión culminó contemplando una imagen de Cristo muy doliente:

«¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían? Pues si acá una que tenga alguna caridad le es gran tormento ver esto, ¿qué sería en la caridad de este Señor?» (Camino, Esc. 72,3).

Santa Teresa ve la vida de Jesús como un via Crucis permanente. Y lo entiende así perfectamente por experiencia, por connaturalidad con Cristo, por «tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). El Señor está viviendo en ella plenamente, y por eso Teresa siente sus mismos sentimientos. Cuando afirma que toda la vida de Jesús fue una cruz lo dice no sólo fundamentándose en la Escritura, sino por su propia experiencia personal. Es el mismo conocimiento por connaturalidad que San Pablo tenía de Cristo cuando confesaba: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14). El Apóstol, efectivamente, igual que Jesús, estaba crucificado en la cruz diaria de «el pecado del mundo». No exageraba, pues, al afirmar: «cada día muero» (1Cor 15,31).

El horror de Cristo ante el pecado del mundo es continuo y creciente, a medida que va creciendo en edad y sabiduría. Nosotros no podemos imaginarlo ni de lejos. Es un horror que llega a su culmen en Getsemaní y en el Calvario, donde sufre con «pavor, angustia y sudor de sangre» (Mc 14,33; Lc 22,44). ¿No habrá sufrido Jesús por el pecado del mundo todo y más que lo que sufren los santos?

Y los santos han sufrido mucho por el pecado del mundo y por los pecadores. Veamos un ejemplo. En la Tercera Memoria (1941) de las apariciones de Fátima, escrita porla Hna. Lucía, narra ella la visión que los tres niños tuvieron del infierno. «Visteis el infierno –les dice la Virgen– a donde van las almas de los pobres pecadores». La Beata Jacinta, la menor, «se horrorizó de tal manera, que todas las penitencias y mortificaciones le parecían pocas para salvar de allí a algunas almas… Algunas personas no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno, para no asustarles. Pero Dios no dudó en mostrarlo a tres, y una de ellas contando apenas seis años, y Él bien sabía que había de horrorizarse». ¿Habrá que pensar que lo que «ven» los Beatos niños de Fátima no lo alcanza a «ver» el Niño Jesús y el Cristo adulto?

El mal que sacerdotes y rabinos, tan expertos en las Escrituras, no alcanzan a ver, pues ellos mismos lo hacen, Jesús niño, que a los doce años asombra a los doctores con su sabiduría, lo ve con toda claridad desde que tiene uso de razón. Dice Jesús niño al Padre celestial: «arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu voluntad» (Sal 118,136). ¿Y cuántos en el mundo son los que no cumplen la voluntad de Dios y les trae sin cuidado?

Jesús, a medida que crece, pero ya desde muy niño, ve y entiende que reyes y autoridades religiosas, en lugar de servir a sus súbditos, «los tiranizan y oprimen» (Mc 10,42). Ve, en el mismo Pueblo elegido, la generalizada profanación del matrimonio, que ha venido a ser una caricatura de lo que el Creador «desde el principio» quiso que fuera (Mt 19,3-9). Ve, lo ve en el mismo Israel, cómo una secular adicción a la mentira, al Padre de la Mentira, hace casi imposible que los hombres, criaturas racionales, capten la verdad (Jn 8,43-45). Ve cómo el hombre, habiendo sido hecho a imagen de Dios, ha endurecido su corazón en odios, ambiciones, venganzas, avaricias, y en los castigos rigurosos, ignorando el perdón y la miseri­cordia; y cómo escribas y fariseos, los hombres de la Ley divina, han venido a ser una «raza de víboras», unos «sepulcros blanqueados», que «ni entran, ni dejan entrar» por el camino de la salvación (Mt 23,13-33). Ve claramente que están «llenos de codicia y desenfreno, llenos de hipocresía y de iniquidad» (23,25.28), y cómo, por la avidez económica de unos y la complicidad pasiva de otros, el Templo de Dios se ha convertido en una cueva de ladrones (21,12-13)…

Ese enorme abismo mundano de pecado lo ve Jesús toda su vida con plena claridad. Concretamente lo ve en el Pueblo elegido, y especialmente en sus dirigentes. Y al mismo tiempo se da cuenta de que todo eso no lo ven las autoridades, ni los sacerdotes, ni tampoco los teólo­gos de Israel; y que más aún, lo niegan. Conoce también que Él ha sido enviado por el Padre para revelar a Israel, cuando ya sea adulto, la plena verdad de todo y para denunciar completamente la mentira, rescatando de ella por el Evangelio a todos los hombres, cautivos más o menos del Padre de la Mentira. Y es consciente de que no podrá cumplir esa misión sin grandes sufrimientos, sin sufrir un rechazo total, una persecución a muerte.

Sabe siempre Jesús que su vida camina derechamente hacia la Cruz del Calvario. Por eso, dice al Padre «entrando en el mundo: “no quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los [antiguos] holo-caustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo –en el volumen del Libro está escrito de mí– para hacer, oh Dios, tu voluntad”» (Heb 10,5-9; cf. Sal 39,7-9).

Jesús es consciente de que todas las Escrituras se refieren a Él continuamente. En consecuencia, se reconoce a sí mismo en el sacrificio de Isaac: «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gén 22,8). Conoce Jesús que Israel mata a los profetas que Dios le envía, y sabe que Él es profeta máximo de Dios (Mt 23,27). Se reconoce en el Siervo de Yavé, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ofrecido en sacrificio para salvación de los hombres (Is 42, 49, 52). Se reconoce en todo aquello que los Salmos o el libro dela Sabiduría (2,12-20) anuncian sobre la persecución a muerte del justo. Sabe que, como sucedió en tiempos de Moisés, un día 14 del mes de Nisán será Él sacrificado como «cordero de Dios» para quitar el pecado del mundo (Éx 12). Es evidente que su precursor Juan Bautista no le descubre nada nuevo cuando lo presenta al pueblo como «cordero de Dios que quita el pecado del mundo». En su vida pública anuncia en varias ocasiones su pasión y muerte a sus discípulos, hablándoles «con toda claridad» (Mc 8,31); otras veces en parábolas (los viñadores infieles, el buen Pastor, etc.). Por eso rechaza duramente a Simón Pedro, cuando éste se opone al plan de Dios (Mt 16,22-23). «Era necesario que el Mesías padeciera todo esto», explica a los apóstoles, recordándoles todo lo anunciado en las Escrituras (Lc 24,26-27).

Por tanto, todo eso que algunos exegetas o teólogos dicen hoy acerca de que Jesús ignoraba su muerte en la Cruz, y que se fue enterando poco a poco en el curso de su vida pública –posible, probable, seguro–, son puras falsedades, que solamente pueden ser afirmadas por quienes no creen en la historicidad de los Evangelios, como es su caso.

¿Como podemos afirmar al mismo tiempo que Cristo fue el hombre más feliz y el más sufriente del mundo? ¿Cómo conciliar en Él la plena felicidad de la visión beatífica y el sufrimiento extremo por el pecado del mundo? No intentaré aquí siquiera dar las explicaciones teológicas que suelen darse acerca de este gran misterio. Me limitaré a afirmarlo: fue Jesús el hombre más feliz de la historia; y ningún hombre ha sufrido tanto como él por el pecado del mundo. Ésa es la verdad. También afirmamos la trinidad de personas en un solo Dios o la presencia real de Cristo en el pan consagrado, y no sabemos explicarlo: lo creemos. Pero la experiencia de los santos, que conocemos bien, sí puede ayudarnos a conocer este misterio del corazón de Cristo. Recuerdo algunos testimonios que recogí en la serie de este blog La Cruz gloriosa (137-158).

Los santos nos ayudan a conocer a Jesucristo, pues son las más fidedigna manifestación del Salvador. Lo que ellos vivieron, eso es lo vivido por Cristo.

San Pablo: «así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación» (2Cor 1,5). San Ignacio de Antioquía: «el que está con las fieras está con Dios. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios» (142). San Cipriano: «en la persecución se cierra el mundo, pero se abre el cielo» (143). San Cirilo de Jerusalén: «la cruz sea tu gozo no solo en tiempo de paz, sino también en la persecución» (143). San Gregorio Nacianceno: «imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, subamos decididamente a su cruz» (144). San Agustín: «confesemos claramente que Cristo fue crucificado por nosotros, y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo y orgullo» (144). San León Magno: Señor, «tu cruz ahora es fuente de todas las bendiciones y gracias; por ella los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte» (145).

San Francisco de Asís halla en la más extrema adversidad «la perfecta alegría» (Florecillas VII). Beata Ángela de Foligno: «en esta tierra solo es posible hallar la perfecta alegría en la cruz de Cristo… Es absolutamente indecible la alegría que recibe aquí el alma. No me es posible ahora tener tristeza alguna de la pasión: me deleito viendo y acercándome a aquel hombre. Todo mi gozo está ahora en este Dios-Hombre doliente» (147). Jesús le dice a Santa Catalina de Siena: «toma para tu alivio la cruz, como hice yo». Y ella confesaba que «nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores… Elijo conformarme siempre segú tu santísima pasión y abrazar por tu amor las penas como refrigerio» (148). San Juan de Dios: «No estéis desconsolada, consolaos con solo Jesucristo… Cuando os viereis apasionada [sufriendo], recorred ala Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, y a sus preciosas llagas, y sentiréis gran consolación… Solo aquel está contento que despreciadas todas las cosas ama a Jesucristo» (156). Santa Teresa de Jesús: «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí… En la cruz está la vida y el consuelo». San Juan de la Cruz: «Si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, hallará grande alivio y suavidad para andar este camino… Habríades la grande dicha de llevar la cruz, viendo cómo, muriendo así al mundo y a vosotros mismos, viviríades a Dios en deleites de espíritu». San Pablo dela Cruz: «cuanto más afligida se vea, entonces es cuando más debe alegrarse, porque se halla más cerca del Salvador Crucificado» (149). Santa Rosa de Lima: «Sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo». Si lo supieran los hombres, «sin duda alguna se entregarían con gran diligencia a la búsqueda de penas y aflicciones. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos» (150).

San Luis-María Grignion de Montfort: «Alegraos y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz, porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz!» (150). Santa Teresa del Niño Jesús: «Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra… He encontrado la felicidad y la alegría aquí en la tierra, pero únicamente en el sufrimiento» (151). Beato Charles de Foucauld: «Recibamos con amor, bendición, reconocimiento, valentía y gozo, todo sufrimiento, por amor a Nuestro Señor Jesucristo, imitándole y ofreciéndolo todo a Él en sacrificio». María dela Concepción Cabrera de Armida: «El que es el Amor quiere hacernos felices por medio dela Cruz». Santa Teresa Benedicta de la Cruz(Edith Stein): «Ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura… Ninguna alegría maternal se puede comparar con la felicidad del alma capaz de encender la luz de la gracia en la noche del pecado. El camino es la cruz». Marthe Robin: «¡Sí, Jesús! Yo quiero tus clavos en mis manos, los quiero en mis pies. Quiero tu corona de espinas en torno a mi frente… Tú has descendido dela Cruzy yo quiero tomar tu lugar. ¡Sí, Señor, yo quiero tu cruz, tú me la has dado como dote!» (155).

Los santos son quienes han vivido a Cristo más plenamente, y ellos, cuanto más han participado de su cruz, más gozo de resurrección han tenido en sus vidas. Éste es un dato cierto e indiscutible. ¿El testimonio unánime de todos esos santos de Oriente y Occidente, a lo largo de veinte siglos, nos permite pensar que estaban locos?… Nosotros somos los que estamos locos, teniendo horror a la cruz, “dando culto a las criaturas en lugar de al Creador” (Rm 1,25), “teniendo el corazón puesto en las cosas terrenas” (Flp 3,19). Por el contrario, los santos más penitentes, como un San Francisco de Asís, han sido los más alegres. Que estas consideraciones nos ayuden a «entender» a la luz de la fe cómo Jesucristo fue al mismo tiempo el más feliz y el más doliente de los hombres. Y que nos ayuden a todos los cristianos a encontrarnos en el mundo presente con “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5): los mismos.

José María Iraburu, sacerdote


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Rafael de Maria
 
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Re: Jesús, el hombre mas sufriente de este mundo

Notapor Angy_29 » Vie May 04, 2012 11:43 pm

Hola Rafa.

Ayer fué día de la Santa Cruz, el padre nos habló mucho, citando principalmente el pasaje de la Carta a los Filipenses, El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.

Nos dijo que el sólo hecho de hacerse hombre, es una humillación tal; un dios que se rebajó para salvarme. Es algo que no se puede comprender, sólo, intentar amar. Y yo quejándome de las pequeñas cosas que sufro en el día, que por un dolor de cabeza, que los dolores de rodillas. Nuestro sacerdote habla fuerte, pero se da a entender; al final de la Misa en la hora de las intensiones, don Luis, hizo su petición, dándole las gracias al Señor por todo lo que hizo por nosotros; fué distinto, creo que algunos al llegar a casa reflexionaron mucho sobre estas palabras... "se anonadó", se notó en sus rostros.

Don Luisito, es un señor de avanzada edad, que siempre le hace compañía al santísimo, a su edad, siempre se arrodilla en todos los momentos importantes de la Misa, y en la hora de las intensiones; le habla a Jesús, con un cariño, -usted, papacito"-, edifican mucho; además de él, hay otro señor, que ya no está al 100% en su salud,camina con muletas, pero ahí está, al pie del cañón; y otro que perdió la vista, don Panchito, y ha llegado a Misa, y en Semana Santa a rezo de laudes, a veces solo, sin que lo guíen, en esas condiciones, ya se imaginan que dificil.
Lo mejor de todo, la sonrisota que tiene don Luisito, se dan el tiempo de bromear, un día dijo el padre, -si hay algún despistado que haya llegado tarde, va a haber confesiones-, salimos de Misa, ya estábamos afuera, se reunieron don Luisito y otros dos señores, uno de ellos dijo -¿Va a haber confesiones?, le respondió el otro, -si, dijo el padre que si había algún despistado-, echaron sus carcajadas contagiosas, lo disfruté mucho :)
Bueno, era un poco de lo que quise compartir, ellos tienen una cruz en su salud, edad, y el amor del Señor los impulsa a estar ahí siempre.
Grandes ejemplos.

Gracias Rafa, esperamos más aportes tuyos :)
Un saludo en el Nombre de Jesús.
"Oh mi Amado de tu fuente, déjame seguir bebiendo"

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