Sé que este título es bastante dramático; pero me ha parecido oportuno expresarlo así, porque lo cierto es que a mí este asunto me parece un drama escandaloso.
Anoche, mi madre y yo pasamos un rato debatiendo sobre el aborto a raíz del último episodio de una serie policíaca que acabábamos de ver en televisión. Ella considera que el aborto, en algunos casos, puede llegar a considerarse un mal menor, mientras que yo sostengo que el aborto siempre será un auténtico dilema ético, porque considero que los fetos son ya seres humanos. Hablamos, sobre todo, de los casos de chicas adolescentes que se quedan embarazadas y son obligadas por sus familias a tener un bebé que no desean. El caso es que volvió a salir un tema que tengo que comentar en alguna parte; porque lo cierto es que me da muchísima rabia, porque es una evidencia de que muchas personas que se dicen católicas están preñadas de pura hipocresía.
Vivo con mi familia en un pueblo pequeño al sur de España, donde aún quedan rastros de la mentalidad que existía entes del Concilio Vaticano II (con ello quiero decir que muchos de mis vecinos son muy tradicionales); y mi madre, siempre abierta al debate, estuvo trabajando un tiempo en un instituto donde gran parte del profesorado se preciaba de ser cristiano. Todas estar personas rechazan el aborto; pero lo hacen, en mi opinión, por unas razones que nada tienen que ver con la defensa de la vida o la caridad cristiana: simplemente, consideran que las mujeres que se quedan embarazadas fuera del matrimonio deben cargar el resto de su vida con las consecuencias de su "libertinaje". En efecto, no consideran a ese hijo como un ser humano que debe ser respetado, sino como un castigo por el pecado cometido: la mujer que ha concebido fuera del matrimonio no debe abortar porque está obligada a sufrir la penitencia por su pecado y, según ciertas mentalidades, a lucir de forma visible por el resto de sus días la marca de su impureza. Estas mujeres, si aún viven con sus padres, se exponen a ser expulsadas de la casa paterna; a ser repudiadas por el resto de la comunidad y convertirse en parias. Y eso se ha visto en mi propio pueblo, en el sur de España, en el siglo XX. Yo sondeé a fondo a mi madre para hallar la causa primera de esta injusticia, y ella me acabó contestando que las chicas que habían llegado a sufrir estas situaciones habían acabado en ellas en nombre de la religión católica, que se las había considerado "impuras" y, por ello, se había intentado alejarlas de la familia para evitar que se pensara que apoyaban su pecado. Cuando yo le dije que eso era una barbaridad, llegó a pensar que me estaba contradiciendo; y tardé un rato en hacerla comprender que, como cristiana, considero que la vida humana debe respetarse y preservarse, y que no se debe permitir que nuestra "honra" sea más importante para nosotros que la vida de nuestros propios hijos; y que hay más pecado en un padre que abandona a su propio hijo a su suerte que en una relación sexual prematrimonial. Y que, por supuesto, es necesario tener en cuenta que un hijo es una responsabilidad tremenda y que toda mujer que mantenga relaciones sexuales debe estar al tanto de que corre el riesgo de contraer una responsabilidad para la que no está preparada; pero que considerar a un humano como un castigo es una auténtica aberración. No puedo evitar pensar en ese niño o en esa niña que un día crecerá y tendrá una vida propia; y que tendrá que vivir con ese estigma: haber venido al mundo como castigo para su madre por acostarse con su novio sin estar casada.
¿Qué me dicen ustedes de todo esto?