por eduarod » Jue Nov 08, 2012 4:08 am
Estimados hermanos en Cristo:
Ciertamente es importante obedecer a Dios antes que a los hombres, y no obedecer los mandatos de Dios por complacer a los hombres puede ser un pecado serio que se conoce como "respeto humano".
Asi, si bien es verdad que la falta de mayoría de edad, o la falta de independencia económica NO ES motivo para no obedecer los mandatos de Dios, ni para negociar respecto a ellos (a veces si vas, a veces no, etc.); tampoco se puede ignorar que es igualmente un mandato de Dios honrar a los padres. Y parte de esa honra ciertamente pasa por no hablar mal de ellos, pero también por tratarles con respeto y deferencia. Por consiguiente, lo mínimo que puede hacer un hijo en estas circunstancias es dar las explicaciones pertinentes que, en la medida de lo posible, tranquilicen a la madre de nuestro hermano.
Es precisamente en la ausencia de esas explicaciones donde ella, desde su errado punto de vista, falsamente creerá confirmadas sus sospechas de que nuestro hermano ha caido en un fanatismo destructivo. Pues esa es la principal característica de los fanáticos: actuar sin poder justificar o dar razones de sus acciones.
En cambio, considerando que, aunque aparentemente la madre de nuestro hermano juzga mal en función de un prejuicio, en el fondo lo que la mueve es la preocupación y el amor por su hijo; cabe esperar que, si él sabe presentarle a ella buenas razones y explicaciones, ella, más temprano que tarde, acabará entendiendo que no es fanatismo alguno lo que le mueve, sino poderosos fundamentos y buenas razones. De modo que, en su mismo amor, acabará aceptando aquello que entonces entenderá que es en realidad bueno para su hijo.
Eso depende, por supuesto, que dichas razones sean adecuadamente entendidas y expuestas.
Ahora bien, por otra parte, es preciso entender que a veces los prejuicios esconden otra realidad más compleja: la de la auto-justificación. Pues, en efecto, muchas personas saben cuáles "supuestamente" son sus obligaciones respecto a la religión, pero se escudan en pensar que "ninguna persona normal se toma realmente en serio esas obligaciones" para entonces no tener que tomarse la molestia de cumplir con ellas. Y aunque expuesto esto asi suena como algo propio de gente malvada o floja, la realidad es que muchas personas crecen convencidas de que las cosas son realmente así. Y no se auto-justifican con estos pretextos por una maldad particular o pereza desbordada. Sino simplemente porque sinceramente toda su vida han pensado que son "obligaciones" que no deben cumplir y pues obviamente es más cómodo no "tener" que cumplirlas.
El problema es cuando alguien normal comienza a cumplirlas, demostrando con su vida que no es cosa propia de anormales. Porque entonces el prejuicio, para poder sostenerse y no necesitar reconocer el error en el que se ha vivido y la necesidad de, ahora si, comenzar a hacer sacrificios personales para cumplir lo que son auténticas obligaciones; requiere de poder clasificar como "anormal" a la persona que con su comportamiento y testimonio, sin necesariamente quererlo asi, restriega en la cara la falsedad del prejuicio. Porque tan solo considerando de algún modo a la persona como "anormal" se puede seguir sosteniendo esa falsa creencia de que los "normales" "no cumplen".
Y esto, en una madre, fácilmente puede tomar esa forma de una preocupación real por la supuesta "anormalidad" en la que está cayendo el hijo.
Ante tal situación hay que tener especial cuidado. Porque, por un lado, es necesario demostrar con claridad que no se ha incurrido en anormalidad, sino que se trata de obligaciones y necesidades reales que no solo perfectamente normal, sino bueno y adecuado atender y cumplir. Pero, por otro lado, es preciso actuar con CARIDAD (o sea, amor) para NO agravar innecesariamente el conflicto interno que la intrínseca confrontación con la posible falsedad del prejuicio supone para la persona.
No se trata, por ejemplo, de llegar y restregar "pues esto es bueno y obligatorio y tú también deberías hacerlo"; sino, por el contrario, una mejor estrategia, que evitará que la persona sea polarizada por su propio prejuicio, es simplemente hacerle ver que lo que se hace es bueno para uno, dejando que sea la misma persona la que, al acabar convenciéndose de ello sin involucrarse ella misma junto con sus posibles incumplimientos, pase entonces a concluir que si es bueno para uno, entonces también puede ser bueno para ella. Y de esta manera se pueda trascender por completo ese falso dilema del "cumplir obligaciones engorrosas vs. no cumplirlas"; pues la persona no cumplirá ya por el simple hecho de atender una obligación engorrosa, sino actuará ella misma convencida de la bondad intrínseca de lo que hace.
En otras palabras, confrontar a la persona brutalmente equivale a pedirle que actúe de manera fanática, a lo que la persona con cierta justicia puede negarse.
En cambio, exponerle la bondad de los mandatos de Dios de manera que pueda ver y entender dicha bondad, bien puede mover su corazón hacia la conversión.
Es preciso entonces recordar la vieja máxima de que es preciso ser tolerante con la persona, más no con su error.
Pero eso NO significa que el error le sea expuesto brutalmente, porque entonces NO se está siendo tolerante con la persona; ni obviamente tampoco significa incurrir uno mismo en el error para satisfacer y tranquilizar a la persona, porque entonces ya son dos los tontamente errados. Sino significa exponer la verdad con tacto y caridad, pero también con claridad y firmeza.
Saludos y bendiciones