por tito » Mar Ene 01, 2013 10:20 pm
Ahora estas son las oraciones secretas del celebrante en la Misa:
ORACIONES SECRETAS DEL CELEBRANTE EN LA MISA
Publicado en ‘Actualidad pastoral’, Nº 154. Añp XVII, 1984
Muchas veces los fieles podrán observar que el sacerdoye pronuncia, en varios momentos de la Misa algunas oraciones en silencio. Esto nos indica que el presbítero no sólo está realizando acciones en nombre de todo el pueblo, que todos deben poder escuchar, sino también algunas en nombre propio, como disposición personal e incomunicable.
Pasaré revista a diez de esos momentos.
1. Antes del Evangelio
Si no hay un diácono o un concelebrante que lo proclame, el presbítero que preside, profundamente inclinado frente al altar, dirá:
Purifica mi corazón y mis labios,
Dios todopoderoso,
para que pueda anunciar con dignidad
tu santo Evangelio.
Dios purificó los labios de muchos profetas. Él es quien pone en nuestros labios lo que debemos decir. El Evangelio requiere una dignidad previa. Asimismo dignificará a quien lo proclame.
2. Al besar el libro del Evangelio
Así como al besar el altar, besamos a Cristo-Roca de la Iglesia, besando el evangeliario besamos a Cristo-Palabra. Finalizada la proclamación del Evangelio, el sacerdote besará el libro, mientras pronuncia en secreto:
Que las palabras de este Evangelio
borren mis pecados.
Vemos aquí cómo la Palabra evangélica de Jesús es redentora.
3. Al poner vino y agua en el cáliz
El sacerdote prepara los dones y mientras echa vino y agua en el cáliz, dice:
De la misma manera que se mezclan
el agua y el vino,
que también nosotros
podamos participar de la divinidad de Jesús
como Él compartió
nuestra condición humana.
Desde tiempos muy antiguos, es tradicional considerar a esta imagen de vino y agua mezclados en los dones, como a nuestra humanidad inmersa en la divinidad de Cristo. Esto prefiguramos aquí en la oración secreta mencionada.
4. Después de la presentación de los dones
Ya se han segregados el pan y el vino que, una vez consagrados, se convertirán en ‘ofrenda’. E sacerdote, antes del lavado de manos, profundamente inclinado frente al altar, dirá:
Con humildad y sinceramente arrepentidos
nos presentamos ante ti, Señor:
recíbenos y acepta con agrado
el Sacrificio que hoy te presentamos.
En este momento del Ofertorio si bien no se ofrece la Víctima -esto sucederá en la gran Plegaria eucarística- sí se presentan los dones, segregados del uso común y destinados a la ofrenda. Junto al pan y al vino el sacerdote también se presenta como don, en la esperanza de ser tan grato a Dios como lo son el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
5. Mientras se lava las manos
Si bien es verdad que este rito no es ‘esencial’ -pocos lo son- es una pena ver cómo más de un sacerdote, lo elimina lisa y llanamente “porque ya se lavó antes las manos y las tiene limpias- cuando es un rito con hondo significado. ;ientras el sacerdote lava sus manos, dirá:
Señor, lávame totalmente de mi culpa
Y purifícame de mi pecado.
En más de una ocasión en la Misa, hemos pedido perdón. Este gesto bautismal moverá a Dios a producir lo que el rito significa. El agua lava. El Señor purifica allí donde el agua no llega. Por el agua bautismal y el Espíritu el Seños nos regenera. Hoy el agua no ha dejado de ser signo de limpieza..
6. Cuando echa una partícula de hostia en el cáliz.
Mientras de canta el Cordero de Dios y se parten las hostias grandes (fracción del pan) el sacerdote echa en el cáliz una pequeña partícula de hostia, mientras dice:
Que el Cuerpo y la Sangre
de nuestro Señor Jesucristo,
nos sirvan, al recibirlos,
para la vida eterna.
Sabemos muy bien que en cualquiera de las dos especies, están presentes el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sin embargo, así como en cuanto a la perfección del signo eucarístico es altamente conveniente la comunión bajo las dos especies, así este ‘unir’ la hostia con el contenido del cáliz, es un signo de que –en verdad- tanto el Cuerpo como la Sangre de Cristo, nos son ofrecidos n comunión y son uno en Cristo.
7. Después de la fracción del pan (antes de la comunión
El sacerdote se dispone espiritualmente para recibir a Jesús sacramentado. Ora en secreto con una de estas dos oraciones que propone el Misal:
Señor Jesucristo. Hijo del Dios vivo,
que por voluntad del Padre
cooperando el Espíritu Santo,
por medio de tu muerte
diste vida al mundo:
concédeme que la recepción
de tu santísimo Cuerpo y de tu Sangre,
me purifique de mis pecados
y me proteja contra todos los peligros.
Dame la gracia de vivir
cumpliendo tus mandamientos
y que nunca me separe de ti.
Están claros los frutos de la Eucaristía en el alma en gracia: purificación redentora y perseverancia en la vida cristiana.
Algo parecido nos propondrá la segunda oración;
Señor Jesucristo,
la comunión que haré con tu Cuerpo,
sin mérito de mi parte,
no sea para mí un motivo
de juicio y condenación.
Concédeme, bondadoso, que sirva
para defensa de mi alma y de mi cuerpo,
y sea para mí un remedio salvador.
Así como el Bautismo restauró no sólo mi alma sino también mi cuerpo,, así el discernimiento del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea para mí remedio total. No recibimos la Eucaristía como premio a nuestra buena conducta )= sin mérito de mi parte), sino como remedio del hambriento y pan del peregrino.
8. antes de la comunión con el Cuerpo
así como los fieles dirán AMÉN al serles presentada la hostia, así el sacerdote -antes de comulgar-, hará un acto de fe en la fuerza protectora de este signo profético que nos dispone a la vida eterna que anticipa. Dirá, en silencio:
El Cuerpo de Cristo
me proteja para la vida eterna.
9. Antes de la comunión con la Sangre
El sacerdote dirá:
La Sangre de Cristo
me proteja para la vida eterna.
Con la comunión del Presidente, se dará comienzo a la comunión del resto de la asamblea, perfeccionándose así el único sacrificio grato al Padre: el realizado por Jesús en la cruz y actualizado en el memorial celebrativo de la Misa.
10. Mientras se purifican los vasos sagrados.
El sacerdote limpia los vasos sagrados en la credencia o a un costado del altar. Ya la Misa toca a su fin. Es una verdadera preparación personal a la ‘oración después de la comunión’. Dirá, en silencio:
Te pedimos, Señor,
que sepamos apreciar de corazón
el alimento recibido por nuestra boca,
y que este don temporal
nos sirva de protección
para la vida eterna.
Se trata de avivar afectos. Ahora anhelamos que los efectos de la comunión no se malogren sino que fructifiquen, haciéndonos ingresar en la vida eterna (HM).
¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad;
que dan amargo por dulce, y dulce por amargo! Isaías 5,20