SOBRE LOS EXTRATERRESTRES.
Lic. Néstor Martínez
La espera de la llegada de los extraterrestres funciona hoy día, evidentemente, como un sustitutivo de la fe religiosa, y más específicamente, de la fe cristiana, para muchos.
Nuestra época, que en gran parte ha dejado de creer en la futura venida del Salvador, está llena de personas que esperan ansiosamente el encuentro con los visitantes procedentes de otros mundos.
Incluso se les atribuyen rasgos semejantes a los de Cristo: son infaliblemente buenos, no experimentan la maldad, no tienen malas intenciones, no conocen el pecado, vienen solamente a hacernos el bien, a ayudarnos a desenredar la madeja que nosotros mismos hemos enredado y que no podemos desenredar.
Es interesante que el concepto de "gracia", que es tan resistido cuando se trata de rechazar a Dios, a Cristo y a la Iglesia, se reintroduce sin embargo en cierta forma, subrepticiamente, por medio de esta ayuda externa, incontaminada por el mal de nuestro mundo, que esperan muchos de parte de los OVNIS.
Además, el tema tiene cierto aroma científico que sirve de disculpa a las mentalidades todavía racionalistas, que sentirían pudor de confesar la fe cristiana ortodoxa, pero que se sienten cobijados en su dignidad de "librepensadores" por el conjunto de tornillos, tuercas y nociones físicas más o menos incomprensibles o al menos incomprendidas que suele acompañar la imaginería ufológica.
Incluso de nos acusa, como siempre, a los cristianos de estrechez mental si nos atenemos a las exigencias de un sano método científico y pedimos pruebas serias y controlables de la existencia de OVNIS y extraterrestres. Palos porque no bogas, y porque bogas, palos.
Y se nos objeta que en un Universo tan grande, cómo no va a haber vida inteligente en otros mundos, e incluso, cómo Dios no va a crear vida inteligente en otros mundos en vez de hacerlo sólo en la Tierra.
Pero la objeción va errada. Por supuesto que Dios es libre de poblar de vida inteligente tantos planetas y galaxias como a Él le parezca indicado. Pero precisamente: es libre. No tiene ninguna obligación de hacerlo. Y no vale decir que no es sensato semejante derroche de espacio, tiempo y galaxias para habitar con vida inteligente solamente un insignificante planeta de un insignificante sistema solar.
No vale, porque para poder juzgar acertadamente de ese punto, que tiene que ver con el oficio único de Creador, habría que ser Dios. Habría que conocer los gustos artísticos, por así decir, del Creador. No sería en efecto insignificante el efecto estético de un Cosmos inmenso, lleno de miles de galaxias, coronado por un pequeño planeta en el cual hubo una vez una pequeña cuna en un establo, y en esa cuna, el Verbo Encarnado, niño recién nacido, consagrando para siempre el centro absoluto del Universo, morada del Hijo de Dios hecho hombre, escabel de los pies del Altísimo, más allá de ridículas e inoportunas consideraciones espaciales.
Recordemos que el Creador no sufre de estrecheces de espacio ni de tiempo, ni tiene que controlar su presupuesto en cuanto al gasto que hace de galaxias, planetas y estrellas. Tampoco tiene superiores que le marquen un límite, ni inspectores que vengan a ver si cumple con ese límite o no.
Más aún: el Creador es Infinito. Ontológicamente, no sólo espacial o temporalmente, como dijimos en otro trabajo. La creatura es por definición finita, también ontológicamente, aún cuando fuese infinita espacialmente. Es decir, la creatura, a lo más, no tiene límites en el espacio o en el tiempo, pero el Creador es el único que no tiene límites en ningún sentido absolutamente hablando, porque no tiene límites en el ser.
Ahora bien, frente al Infinito, lo finito es como nada. No es que no exista, pero es como si no existiera. Ya en matemáticas es cierto que la cantidad finita no hace diferencia alguna respecto de la cantidad infinita: no se le puede, propiamente hablando, sumar ni restar, porque el resultado es siempre el mismo: infinito.
Luego, para el Creador es estrictamente lo mismo crear un Universo más grande o más pequeño. La diferencia de ese Universo con su Creador es igualmente infinita en ambos casos.
También es cierto que sería un bello cuadro, aunque diferente, ese mismo cuadro, pero con la variación de miles de civilizaciones racionales esparcidas por las innumerables galaxias, como una corona imponente y maravillosa de ciencia, técnica, cultura y sabiduría alrededor de un pequeño planeta en el cual hubo una vez una pequeña cuna en un establo, y en esa cuna, el Verbo Encarnado, niño recién nacido, consagrando para siempre el centro absoluto del Universo, morada del Hijo de Dios hecho hombre, escabel de los pies del Altísimo, más allá de ridículas e inoportunas consideraciones espaciales.
Cuál de esos dos cuadros es el verdadero, por ahora, Dios lo sabe y yo no.
En concreto, que exista o no vida racional en un planeta dado, depende de la libertad del Creador. Por más que la evolución biológica pueda suponerse obrando en todo planeta en el que hay vida, lo cierto es que lo que hace al ser racional es el alma espiritual, que no puede proceder de la evolución de la materia, y que debe ser dada por Dios directamente al primer ser racional que surge, parcialmente, de la evolución. Y obviamente, depende de la libertad de Dios hacer que la evolución se corone en tal planeta determinado con vida inteligente, o que continúe por los siglos de los siglos perfeccionando indefinidamente la vida puramente animal.
Pero esto del alma racional nos da una pista interesante para una de las pocas cosas seguras que pueden decirse sobre los extraterrestres, existan o no: que si existen, son animales racionales como nosotros, creados por Dios.
En efecto, fuera del único Dios, nada existe, si no es creado por Dios. Si existen extraterrestres, son creaturas del único Dios Creador del cielo y de la tierra, que subsiste en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y son "animales racionales", pues tendrán un cuerpo, pues de lo contrario no necesitarían naves espaciales, y tendrán un alma espiritual, pues de lo contrario no serían racionales, y no podrían fabricar naves espaciales.
Y entonces, tendrán también un libre albedrío, es decir, una voluntad capaz de elegir entre el bien y el mal, y sujeta a la ley moral que le viene de su naturaleza racional, dada por Dios Creador. Oirán en su corazón la voz de la conciencia moral, voz de Dios, que les dice lo que está bien y lo que está mal. Y también estarán sujetos al embate de las pasiones del cuerpo y del espíritu como nosotros.
Y dado su libre albedrío, algunos obedecerán esa voz, y otros no lo harán. Es decir, habrá justos, y habrá pecadores, habrá buenos, y habrá malos. Exactamente igual que entre nosotros.
Y sobre todo, como creaturas racionales que necesariamente han de ser, deberán poder encontrar su felicidad, a la cual tenderán naturalmente como nosotros, solamente en Dios. También en ellos deberá cumplirse de algún modo el dicho de San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Tí."
Habrá creyentes y no creyentes, escépticos, relativistas, realistas, cientistas, metafísicos, todo como entre nosotros. Tendrán santos y criminales, guerras y religiones, civilizaciones, etc. Todo lo que cabe esperar de un "animal racional" de naturaleza social.
En el siglo XVIII se esperaba que los indígenas americanos fuesen lo que hoy día esperan muchos que sean los extraterrestres, y los salones europeos en los que se procesaba la apostasía de la fe cristiana en medio de las luces artificiales y temblorosas de la Ilustración gustaban el ensoñamiento discurseando sobre las virtudes excelsas del "buen salvaje".
A esto se suele objetar que por el contrario, el gran desarrollo científico que habrán alcanzado los extraterrestres los capacitará para superar todo lo que entre nosotros se conoce como limitación, mal, pecado, egoísmo, soberbia, etc.
Es interesante esta proyección que el hombre moderno hace en los hipotéticos extraterrestres de sus fracasados ideales cientificistas. Lo que el cientificismo (que es algo muy distinto de las ciencias) no ha podido darnos a nosotros, queremos creer que lo habrá podido dar a los habitantes de otros planetas. La ufología es el opio de los pueblos.
Si hay extraterrestres, esperemos al menos que no sean tan ignorantes como nosotros en ese punto, y que tengan presente la verdad elemental, que en este planeta se sabía hace siglos, pero que hoy día está olvidada, de que el perfeccionamiento moral del ser racional no depende directamente del progreso científico.
La bondad moral no es ante todo cosa de la inteligencia, sino de la voluntad. Específicamente, es cuestión de adquirir, por medio de un ejercicio continuo y duro, las virtudes morales, que son lo que caracteriza al hombre moralmente bueno, y que son hábitos de obrar conforme al orden moral objetivo, una especie de "costumbre de ser bueno" que es lo que caracteriza al virtuoso como tal.
Ya Aristóteles distinguió claramente entre las virtudes éticas, que hacen al hombre bueno, y las virtudes dianoéticas o intelectuales, que hacen al hombre sabio, pero no necesariamente bueno. Y entre estas últimas colocó a la ciencia. La ciencia es también una virtud, un hábito operativo, una disposición constante a obrar de cierto modo, en este caso, a obrar por medio de la inteligencia, produciendo un saber verdadero y fundado en razones. Por ello mismo, es una virtud intelectual, no moral, que regula el pensamiento, no la conducta, que hace al científico, no al santo, que produce una teoría científica, no un acto humano moralmente bueno.
En definitiva, el encuentro con los OVNIS, si se produce algún día, no será un hecho trascendente. No será algo sustancialmente diferente del encuentro de los indígenas precolombinos con Cristóbal Colón y sus hombres. Lo único que se habrá producido es un desplazamiento al interior del Universo. Una creatura se habrá movido lo suficiente como para llegar al lugar donde habita otra creatura. Nada más. Como dice el Eclesiastés: "Nada nuevo bajo el sol".
No será el acontecimiento capaz de saciar la necesidad de salvación y de esperanza que hay en el fondo del corazón humano, y que hace que tantos que no van a la Iglesia se pasen la noche mirando al cielo. Para eso hace falta otra cosa, hace falta otro tipo de viaje, y otro tipo de "descubrimiento". Para eso es necesario que el Trascendente, el que está a la vez fuera del Universo y en todas partes del Universo, y sobre todo, que sustenta continuamente en la existencia a todas las creaturas, terrestres o extraterrestres, y está dentro de cada una de ellas "más íntimo que lo más íntimo de mí mismo", decía San Agustín, venga a este mundo, se haga uno de nosotros, se haga carne, y ponga su tienda entre nosotros, acampe entre nosotros.
Y es necesario que en la fe, hagamos nosotros el "descubrimiento" de la Palabra divina envuelta y oculta en la carne humana.
Eso sí es un acontecimiento trascendente, y es capaz de darnos la salvación y la vida eterna. Pero eso ya ha ocurrido, y como dice San Juan allí mismo: "Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, a los creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios."
También, diríamos nosotros, si está en el plan de Dios que así sea, cosa interesante para discutir entre los teólogos si algún día se produce el "encuentro cercano", a los creyentes extraterrestres.
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