mar azul escribió:el hombre tiene tendencia a idealizar los recuerdos , porque tiene memoria selectiva .
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Estimados en Cristo emiliogf y mar azul:
En efecto, toda consideración que mire al pasado nostálgicamente como un "tiempo mejor" en general, típicamente es no solo una idealización poco realista, sino es una traición al verdadero sentido de la Historia que se encuentra en Cristo Jesús.
Porque si bien es obvio que ciertos aspectos particulares pudieron ser "mejores" en el pasado, también es cierto que otros aspectos son "mejores" en el presente. Pero el Señor, que es también el Señor de la Historia, es Quien se encarga de gobernarla y dirigirla hacia el fin que Él quiere. Y, por consiguiente, si bien un tiempo determinado puede parecer, y en ciertos aspectos realmente ser "más malo" que otros tiempos, en realidad no es sino parte de este proceso global que da sentido y dirección al conjunto de la Historia humana y la dirige hacia el fin último deteriminado y querido por Dios.
Por eso es que el Santo Padre nos enseña en su Encíclica Spe Salvi:
El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. « Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados[26]. Aunque Agustín habla directamente sólo de la receptividad para con Dios, se ve claramente que con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás. En efecto, sólo convirtiéndonos en hijos de Dios podemos estar con nuestro Padre común. Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás.
Así, tal vez un tiempo pasado fue mejor para algunos, pero no para todos, y por eso es que es necesario deshacerse del vinagre por el que el bien de unos se obtenía a costa del mal de otros. Pensemos simplemente en la institución de la esclavitud, de la que tanto trabajo le costó librarse aún a sociedades profundamente cristianas. Y que en muchos lugares subsistió y aún hoy en día subsiste pese a las prohibiciones formales.
Pensemos también en la injusticia a la que frecuentemente se veía destinado el nada raro hijo ilegítimo, quien por el solo hecho de serlo, evidentemente sin culpa propia, en muchos lugares era marginado y excluido. Y esto, con harta frecuencia, como la finalidad expresa de tratar de salvaguardar algo objetivamente muy bueno, que es la dignidad y santidad de la familia hoy en día tan vulnerada. Así, el justo bien del hijo y de la familia legítima, se lograba obtener en cierta medida a costa del mal y la injusticia en contra del hijo ilegítimo. Obviamente el hijo legítimo solía tener pocas o ninguna objeción en contra de este sistema, pero la historia del lado del hijo ilegítimo solía ser muy distinta. No en balde siglos de estas formas de resentimiento acumulado son las que en no poca medida dieron origen y fuerza a rebeliones profundas en contra de ese sistema.
Pero claro, como toda rebelión fundada en el resentimiento y no en la verdadera justicia, dichas rebeliones no sirvieron realmente para conseguir la justicia que proclamaban o pretendían, sino para desordenar más algunas cosas.
Y, sin embargo, llamaron la atención de muchos que sinceramente no se percataban de a qué precio se estaba consiguiendo el aparente orden social y moral.
Nos damos cuenta entonces que todo este revuelo no es sino algo similar a ese proceso doloroso por el que San Agustín describe que Dios ensancha el corazón humano para vaciarlo del vinagre y poder llenarlo de toda la miel que Él quiere poner ahí: por esta inestabilidad dolorosa que hoy vivimos, Dios renueva a su Iglesia para que sea capaz de crear sociedades con un orden social y moral más perfecto. Sabemos, desde luego, que el objetivo final NO ES intramundano, que el Reino de Dios NO ES de este mundo. Pero sabemos también que las dificultades que vive la Iglesia en la Historia de este mundo nos preparan y de algún modo son incluso capaces de adelantar parcialmente ese Reinado definitivo del Señor. Así nos lo enseña el Santo Padre:
Entre las visiones que presenta el Apocalipsis se encuentran dos muy significativas: la de la Mujer que da a luz un Hijo varón, y la complementaria del Dragón, arrojado de los cielos pero todavía muy poderoso. Esta Mujer representa a María, la Madre del Redentor, pero a la vez representa a toda la Iglesia, el pueblo de Dios de todos los tiempos, la Iglesia que en todos los tiempos, con gran dolor, da a luz a Cristo siempre de nuevo. Y siempre está amenazada por el poder del Dragón. Parece indefensa, débil. Pero, mientras está amenazada y perseguida por el Dragón, también está protegida por el consuelo de Dios. Y esta Mujer al final vence. No vence el Dragón. Esta es la gran profecía de este libro, que nos infunde confianza. La Mujer que sufre en la historia, la Iglesia que es perseguida, al final se presenta como la Esposa espléndida, imagen de la nueva Jerusalén, en la que ya no hay lágrimas ni llanto, imagen del mundo transformado, del nuevo mundo cuya luz es el mismo Dios, cuya lámpara es el Cordero.
Por este motivo, el Apocalipsis de san Juan, aunque continuamente haga referencia a sufrimientos, tribulaciones y llanto -la cara oscura de la historia-, al mismo tiempo contiene frecuentes cantos de alabanza, que representan por así decir la cara luminosa de la historia. Por ejemplo, habla de una muchedumbre inmensa que canta casi a gritos: "¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado" (Ap 19, 6-7). Nos encontramos aquí ante la típica paradoja cristiana, según la cual el sufrimiento nunca se percibe como la última palabra, sino que se ve como un momento de paso hacia la felicidad; más aún, el sufrimiento ya está impregnado misteriosamente de la alegría que brota de la esperanza.
Precisamente por esto, san Juan, el vidente de Patmos, puede concluir su libro con un último deseo, impregnado de ardiente esperanza. Invoca la definitiva venida del Señor: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20). Es una de las plegarias centrales de la Iglesia naciente, que también san Pablo utiliza en su forma aramea: "Marana tha". Esta plegaria, "¡Ven, Señor nuestro!" (1 Co 16, 22) tiene varias dimensiones. Desde luego, implica ante todo la espera de la victoria definitiva del Señor, de la nueva Jerusalén, del Señor que viene y transforma el mundo. Pero, al mismo tiempo, es también una oración eucarística: "¡Ven, Jesús, ahora!". Y Jesús viene, anticipa su llegada definitiva. De este modo, con alegría, decimos al mismo tiempo: "¡Ven ahora y ven de manera definitiva!". Esta oración tiene también un tercer significado: "Ya has venido, Señor. Estamos seguros de tu presencia entre nosotros. Para nosotros es una experiencia gozosa. Pero, ¡ven de manera definitiva!". Así, con san Pablo, con el vidente de Patmos, con la cristiandad naciente, oremos también nosotros: "¡Ven, Jesús! ¡Ven y transforma el mundo! ¡Ven ya, hoy, y que triunfe la paz!". Amén.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de agosto de 2006
Es por eso que una actitud nostálgica respecto a un supuesto (y generalmente inexistente al considerar la totalidad de las cosas) "pasado mejor" NUNCA podrá ser una actitud verdaderamente cristiana.
Porque el auténtico cristiano, como San Pablo, debe vivir lanzado hacia lo que viene por delante, porque sabe que, en última instancia, lo que viene por delante es ese Reinado de Nuestro Dios. Y es que ese futuro, hacia el que el presente nos conduce, siempre será mucho mejor que cualquier pasado, por muy bonito que se le quiera suponer y mucho que se le quiera idealizar ¡Ven, Señor Jesús!
Saludos y bendiciones