por julian_consolad » Dom Jul 24, 2011 4:26 pm
Si bien es cierto que la Iglesia ha introducido en la Liturgia, que es expresión ritual del Dogma, las exequias para los niños muertos sin el Santo Bautismo y que el Catecismo Mayor deja ver una luz de esperanza, me parece temerario rechazar de plano doctrina tan antigua como la del limbo de los niños.
Es una doctrina que comienza a perfilarse en San Agustín, que pone a estos niños dentro del infierno pero con penas ligerísimas, y en otros padres de la Iglesia. El término limbo aparece ya a principio del S. XIII y es usado por San Alberto Magno. Desde entonces continuó desarrollándose este concepto que incluso se tenía hasta hace bien poco como doctrina cierta en teología e incluso es citado por el papa Pío VI en su declaración contra los errores del sínodo pistoriense.
Al prescindir de esta doctrina antiquísima cuando se busca la solución a problema teológico tan espinoso como es el de el eterno destino de los niños muertos sin bautizar se puede acabar con soluciones tan peregrinas y heréticas como la regeneración del alma después de la muerte, cosa que he leído aquí. El motivo es sencillo: ninguno de los lugares teológicos ofrece datos claros sobre el asunto.
El tan traído documentos vaticano que hace pocos años se presentó al mundo por los medios como una negación de la existencia del limbo de los niños sólo indica que éste no pertenece a la fe católica ya que la Iglesia no lo ha expresado así nunca. Por tanto, es ese mismo documento el que sigue haciendo posible a los teólogos encontrar en él la solución a este problema.
Pese a tosdo esto, la tesis que defiende Miles me parece muy interesante. Me parece fascinante tomar las palabras de Cristo sobre el ministerio angélico en favor de los niños como prueba de una intervención de los ángeles para administrar el Bautismo a esos niños.
De todas formas, insisto en que me parece temerario rechazar de esa forma la existencia del limbo de los niños, pese a la las luces de esperanza que para ellos brillan en las lex orandi (desde 1971) y en el Catecismo Mayor.
Sancte Michael,
ora pro nobis