Estimada en Cristo Anna Rodríguez:
Lo que falta es que LIBREMENTE aceptemos la Salvación que Jesús nos ofrece, y nos dejemos transformar completamente por Su Amor.
La segunda parte es la que implica la destrucción de la concupisencia que nos ha esclavizado a causa del pecado, pero simplemente no se puede obtener esa segunda parte si no hemos realizado plenamente la primera. Porque Cristo no puede transformarnos completamente si nosotros no se lo hemos permitido aún.
Asi pues, en tanto no hagamos nuestra elección definitiva en favor de Cristo, es claro que seguiremos plenamente sujetos a la esclavitud del pecado.
Ahora bien, recordemos que las consecuencias del pecado han afectado TODA nuestra naturaleza, de modo que nuestra carne, como nos lo enseña San Pablo, está sujeta a la concupisencia, de tal suerte que, a pesar de una elección significativa y tal vez incluso definitva en favor de Cristo, junto con el mismo San Pablo, podemos decir que, a causa de las limitaciones y la debilidad de la carne, "hacemos el mal que no queremos", pues la concupisencia de nuestra carne nos lleva a hacer cosas que repudiamos con nuestro espíritu. Por eso, aún los santos en este mundo cometen faltas, pero se levantan, porque, como lo señala la Escritura: "No aceches, malvado, la morada del justo ni despojes su vivienda, porque el justo, aunque caiga siete veces, se levantará, mientras que los malvados se hunden en la desgracia." (Proverbios 24, 16). Asi pues, no es sino hasta que el santo se ve librado de este cuerpo corrompible y fuertemente ligado a la concupisencia, que su elección definitiva en favor de Cristo produce todos sus frutos. Desde luego que, como católicos, sabemos que eso NO nos pone en la situación de decir que nuestro cuerpo es malo y que solo nuestro espíritu subsistirá, sino que sabemos que Cristo, con Su Infinito Poder, Resucitará nuestros cuerpos en el último día, pero NO YA como los cuerpos corrompibles y concupiscentes que tenemos ahora, heridos por el pecado, sino como Cuerpos Gloriosos como el Suyo tras Su propia Resurrección. Entonces ya nuestra carne NO nos inclinará a la concupisencia, sino obedecerá fielmente la elección definitiva en favor de Cristo que, con la Gracia de Dios, esperamos haber hecho.
Ahora bien, si esa concupisencia es tan poderosa incluso para inclinar hacia el mal las acciones del hombre justo, con mucho mayor razón a muchos otros nos impide que realmente lleguemos a tomar una elección completa y definitivamente en favor de Cristo y Su Redención. Por el contrario, la mayor parte de nosotros hacemos elecciones parciales, en las que mayormente queremos a Cristo y Su Salvación, pero lo hacemos con el corazón aún un poco dividido. Si, fundamentalmente queremos a Cristo, pero también nos seguimos queriendo a nosotros mismos en un egoismo que no logramos extirpar de nosotros, lo que nos impide a su vez dejar de pecar de manera culpable. Es por ello que la gran mayoría de nosotros, tras nuestra vida terrena, en vez de estar en condiciones de recibir de manera inmediata los Bienes Eternos que Dios ha Dispuesto para nosotros, requeriremos en cambio de pasar por el Purgatorio, donde, ya libres de las limitaciones e inclinaciones de nuestra carne, podremos acabar de purificarnos de ese egoismo y libremente le permitiremos a Cristo acabar de transformarnos en seres plenamente dedicados a amar. Pues, solo entonces, cuando seamos plenamente capaces de amar, es cuando se nos podrán confiar esos Bienes Eternos sin que exista el peligro de que abusemos de ellos en favor de nuestro egoismo y causemos daños mayores.
Vemos, pues, porqué pese a la Redención de Cristo, nuestras expectativas de que pudiera llegar el momento en que dejasemos de pecar en este mundo son realmente ilusorias.
Incluso es preciso notar que la única persona aparte de Cristo de la que sabemos que no cometió pecado, Su Santísima Madre, que por privilegio especialísimo de Dios, fue librada de manera preventiva del pecado original (que es lo que nos dice el Dogma de la Inmaculada Concepción), y que, por tanto, si bien no se libró completamente de consecuencias del pecado (como podría ser el dolor), justo como el mismo Cristo no se libró de la muerte a pesar de ser completamente Inocente; por otra parte SI se libró de sufrir la concupisencia en su cuerpo y en su carne, de tal manera que ella no padecía de esa esclavitud que de algún modo orientara hacia el mal sus acciones.
Pero, ya que hemos mencionado a la Siempre Virgen María, y el privilegio especialísimo del que ella fue objeto, cabe preguntarnos si acaso ese mismo privilegio que ella recibió no hubieramos podido todos recibirlo también, y si entonces de esa manera hubiese surgido en verdad una sociedad de "hombres perfectos" libres totalmente de pecado justo como lo fue ella.
De poder Dios concedernos a todos esa forma tan particular (que obviamente entonces no lo sería) de recibir la Redención de Cristo, por supuesto que Dios podría haberlo hecho si eso es lo que Él, en Su Infinita Sabiduría, hubiese determinado como lo mejor y más indicado.
Pero podemos entender fácilmente porqué no lo hizo si consideramos que el mismo Cristo, siendo el Hijo de Dios Vivo y Verdadero, de quien no era esperable pecado alguno, aún así fue tentado a cometer pecado. Eso significa que Nuestra Santísima Madre también lo fue, y que ella NO SOLO es Inmaculada por ese privilegio especialísimo que Dios le concedió, sino por su propia voluntad que, actuando completamente conforme a la Gracia de Dios que recibió en plenitud, nunca cedió a esa tentación, sino fue enteramente fiel a los impulsos de esa Gracia. Es decir, que así como Adán, así como Eva, así como nosotros, ella también tuvo ocasión de pecado, con la diferencia de que Adán, Eva y nosotros caímos, pero ella no.
Esto es muy importante, porque, de habernos aplicado a todos la Redención como Dios la aplicó a ella, nosotros mismos también habríamos tenido que enfrentar las tentaciones, y salir triunfantes... o derrotados. Pero, en caso de ser derrotados, las consecuencias entonces NO serían las mismas que tenemos ahora en la forma en la que REALMENTE quiso Dios ofrecernos y aplicarnos a todos los demás la Redención de Cristo. Porque precisamente, como hemos visto, ahora nosotros estamos en proceso de aceptación y aplicación de los Frutos de esa Redención. Y así, si fallamos y caemos en la tentación, podemos con relativa facilidad levantarnos y seguir ese procesto d optar por Cristo hasta conseguirlo plenamente. Pero, por el contrario, si los Frutos de la Redención nos hubiesen sido aplicados de manera preventiva como a la Santísima Virgen, entonces YA tendríamos la plenitud de esos Frutos al momento de tener que enfrentar la tentación y de tener que usar nuestra libertad para decidir si rechazarla o aceptarla. Por consiguiente, si nuestra decisión fuese la de aceptar la tentación, en ello mismo estaríamos rechazando COMPLETAMENTE la plenitud de los Frutos de la Redención que YA teníamos. Y, por consiguiente, sería imposible que optaramos de nuevo por algo que ya habríamos rechazado en su totalidad.
En otras palabras, de habérsenos dado así la Redención, si no fuesemos verdaderos ángeles, seres pulcrísimos y fidelísimos como Nuestra Señora... entonces básicamente estaríamos ya condenados. Claro, no tendríamos la desventaja de la concupisencia, pero aún así tendríamos que elegir y la menor desviación nos perdería por completo. Y al respecto conviene recordar que es una Verdad Dogmática que, con concupisencia y todo, Dios SIEMPRE nos da TODA la Gracia que necesitamos para salir victoriosos de CUALQUIER tentación. De modo que, el hecho de que el resultado en muchas ocasiones deje mucho que desear, nos da buena idea de lo catastrófico que habría sido para la mayor parte de nosotros recibir la Redención de esta manera. Por el contrario, la forma en que Dios decidió administrarnos los Frutos de la Redención, si bien tiene este inconveniente de que no dejamos de pecar asi de fácil, tiene por contraparte la enorme ventaja de tener un "márgen de error" muchísimo mayor. Es decir, podemos caer 7 veces (al día, como se suele decir, y entendiendo ese 7 como "muchas") y otras tantas levantarnos.
Por eso es que Dios reservó privilegio tan especial, pero de algún modo tan "riesgoso", tan solo para aquella que Él, en su Providencia, Sabía perfectamente que se mantendría perfectamente fiel ante todas las difíciles circunstancias que en su vida terrena habría de afrontar. Y es por eso que Cristo responde a aquella mujer que le grita:
Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!».
San Lucas 11, 27
de esta manera:
Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».
San Lucas 11, 28
Porque en ello mismo esta implicado esto que venimos discutiendo: que la Bienaventurada Virgen María NO fue completamente fiel por esos privilegios tan especiales que recibió; sino más bien al revés: fue su probada fidelidad lo que realmente la engrandeció y permitió que recibiera esos privilegios especialísimos para la mayor Gloria de Dios manifestada a través de ella. Por eso es que la respuesta de Cristo en realidad indica un mayor honor y reconocimiento a Nuestra Señor, y no esa especie de actitud de menosprecio o irrelevancia como creen muchos protestantes que no logran comprender correctamente este pasaje.
Que Dios te bendiga.