Así como la Palabra, el Amor de Dios es una hipóstasis divina, es decir, una persona trinitaria; si bien al contrario que la Palabra, no recibe su naturaleza del primer principio. En efecto, si recibiera su naturaleza del Padre, el Espíritu Santo sería también Hijo, lo cual es absurdo; sólo puede existir un Hijo.
Así como todo amor es posterior al pensamiento -no se puede amar sino lo que se conoce- el Amor divino paternofilial precede al Pensamiento divino, no cronológicamente (es configurador de la Trinidad, y, por lo tanto, eterno) sino en la eternidad; Amor que es paternofilial, entre el Padre y el Hijo; un Amor tan fuerte que produce el Espíritu Santo: no por creación, no por generación, sino por procesión, por procedencia.
Es por tanto el Espíritu Santo el engarce, la relación, entre el Padre y el Hijo; el Espíritu Santo engendra en María a Cristo, y así en nosotros engendra al Hijo, el Hijo obedece al Padre y el Padre honra al Hijo; de tal manera es así, que la labor de santificación es una obra de "trinitarización" del hombre, es su inclusión en la Trinidad, atraído tanto por el Padre como por el Hijo, es decir, por el Espíritu Santo.