apiter escribió:Primero que nada gracias por sus respuestas, en cuanto a mi pregunta estoy totalmente de acuerdo con lo que ustedes dicen, pero mi duda es que las Profecias del AT deberian seguir cumpliendose paralelamente a las del NT, por ejemplo cuando se habla de la destruccion de Damasco (que segun muchos teologos no suscedio aun) seria algo que se efectivizara en algun futuro.Para no irme lejos de lo que preguntaba en el post, muchos Judios hoy en dia (incluido el primer ministro netanyahu) hablan de la Profecia cumplida de la restauracion del estado de Israel citando Ezequiel 37, y por lo menos dentro del mundo Judio no se dice que es equivocada esta afirmacion.
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Estimado en Cristo apiter:
1. Eso de la "destrucción de Damasco que no ha sucedido aún" suena a sionismo destilado. Recordemos que Damasco es la capital de Siria, país enemigo del Estado de Israel y con el que dicho Estado ha sostenido diversas guerras. Guerras en las que Israel ocupó parte del territorio Sirio que a la fecha no ha devuelto (las alturas del Golán) por ser considerado de mucha importancia estratégica. Por eso, la "destrucción de Damasco" suena más a una aspriación sionista, la que podría ser respaldada tan solo por "teólogos" de corte evangélico pro-sionista, que por teólogos serios.
2. Respecto a la visión del mundo judío, no nos quedemos con la mera visión sionista, que aunque compartida por un número ciertamente importante de judíos, dista de ser representativa de la totalidad del mundo judio; pues existen también cantidades muy importantes de judíos que NO están de acuerdo con la existencia del actual Estado de Israel. De ahí que esos judíos no podrían respaldar ninguna interpretación de la Escritura que supuestamente respaldara la existencia de dicho Estado.
El pensamiento de estos judíos se sustenta en la convicción de que tan solo el Mesías podría devolver al Pueblo de Israel a la Tierra Prometida y reconstituir a Israel como nación. Y como por supuesto nadie en su sano juicio piensa que David Ben Gurión (quien procalmó la Independencia del Estado de Israel) o el general Mordejai Gur (general al mando de las unidades que tomaron Jerusalén durante la Guerra de los Seis Días) fuesen el Mesías prometido por Dios; pues entonces estos judíos piensan que la obra de los sionistas (o sea, el actual Estado de Israel) es algo así como una herejía u ofensa contra Dios.
Es curioso entonces que los evangélicos se empeñen en defender interpretaciones y supuestas profecías con las que ni siquiera todos los judíos están de acuerdo.
3. Respecto al contenido de Ezequiel 37, con el perdón del Primer Ministro Benjamín Netanyahu, te ofrezco a continuación una serie de textos de los que se desprende una interpretación muy distinta a la suya e infinitamente más fidedigna:
La primera creación, desgraciadamente, fue devastada por el pecado. Sin embargo, Dios no la abandonó a la destrucción, sino que preparó su salvación, que debía constituir una “nueva creación” (cf. Is 65, 17; Ga 6, 15; Ap 21, 5). La acción del Espíritu de Dios para esta nueva creación es sugerida por la famosa profecía de Ezequiel sobre la resurrección. En una visión impresionante, el profeta tiene ante los ojos una vasta llanura “llena de huesos”, y recibe la orden de profetizar sobre estos huesos y anunciar: “Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh a estos huesos: he aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis...” (Ez 37, 1-5). El profeta cumple la orden divina y ve “un estremecimiento y los huesos se juntaron unos con otros” (37, 7). Luego aparecen los nervios, la carne crece, la piel se extiende por encima, y finalmente, obedeciendo a la voz del profeta, el espíritu entra en aquellos cuerpos, que vuelven entonces a la vida y se incorporan sobre sus pies (37, 8-10).
El primer sentido de esta visión era el de anunciar la restauración del pueblo de Israel tras la devastación y el exilio: “Estos huesos son toda la casa de Israel”, dice el Señor. Los israelitas se consideraban perdidos, sin esperanza. Dios les promete: “Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis” (37, 14). Sin embargo, a la luz del misterio pascual de Jesús, las palabras del profeta adquieren un sentido más fuerte, el de anunciar una verdadera resurrección de nuestros cuerpos mortales gracias a la acción del Espíritu de Dios.
El Apóstol Pablo, expresa esta certeza de fe, diciendo: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8, 11).
En efecto, la nueva creación tuvo su inicio gracias a la acción del Espíritu Santo en la muerte y resurrección de Cristo. En su Pasión, Jesús acogió plenamente la acción del Espíritu Santo en su ser humano (cf. Hb 9, 14), quien lo condujo, a través de la muerte, a una nueva vida (cf. Rm 6, 10) que Él tiene poder de comunicar a todos los creyentes, transmitiéndoles este mismo Espíritu, primero de modo inicial en el bautismo, y luego plenamente en la resurrección final.
La tarde de Pascua, Jesús resucitado, apareciéndose a los discípulos en el Cenáculo, renueva sobre ellos la misma acción que Dios Creador había realizado sobre Adán. Dios había “soplado” sobre el cuerpo del hombre para darle vida. Jesús “sopla” sobre los discípulos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).
El soplo humano de Jesús sirve así a la realización de una obra divina más maravillosa aún que la inicial. No se trata sólo de crear un hombre vivo, como en la primera creación, sino de introducir a los hombres en la vida divina.
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 10 de enero de 1990
La restauración del Pueblo de Israel tras la devastación y el exilio a la que se refiere el Beato Juan Pablo II en este texto como primer sentido del mismo, NADA tiene que ver con la reconstitución del actual Estado de Israel, sino a la reconstitución de Israel tras la deportación a Babilionia que se dió en el año 538 a.C. cuando Ciro, rey de Persia, conquista Babilonia, destruye el Imperio Caldeo y permite a los judíos regresar a su tierra y reconstruir el Templo y el estado de Israel:
En el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino:
«Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, ha puesto en mis manos todos los reinos de la tierra, y me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá.
Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, que su Dios lo acompañe y suba a Jerusalén, de Judá, para reconstruir la Casa del Señor, el Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén.
Esdras 1, 1-3
Pero vemos que la Iglesia encuentra en esas palabras, a la Luz del Misterio Pascual, un sentido muchísimo más profundo y trascendente, NO referido a la reconstitución de estados políticos humanos, sino referido a la Nueva Creación que Dios ha realizado en Cristo.
Igualmente con respecto a lo que sigue del texto del profeta:
Este año la "Semana de oración por la unidad" propone a nuestra meditación y oración estas palabras tomadas del libro del profeta Ezequiel: "Que formen una sola cosa en tu mano" (37, 17). El tema ha sido elegido por un grupo ecuménico de Corea, y revisado después para su divulgación internacional por el Comité mixto de oración, formado por representantes del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y por el Consejo mundial de Iglesias de Ginebra. El mismo proceso de preparación ha sido un estimulante y fecundo ejercicio de auténtico ecumenismo.
En el pasaje del libro del profeta Ezequiel del que se ha sacado el tema, el Señor ordena al profeta que tome dos maderas, una como símbolo de Judá y sus tribus y la otra como símbolo de José y de toda la casa de Israel unida a él, y les pide que las "acerque", de modo que formen una sola madera, "una sola cosa" en su mano. Es transparente la parábola de la unidad. A los "hijos del pueblo", que pedirán explicación, Ezequiel, iluminado desde lo Alto, dirá que el Señor mismo toma las dos maderas y las acerca, de forma que los dos reinos con sus tribus respectivas, divididas entre sí, lleguen a ser "una sola cosa en su mano". La mano del profeta, que acerca los dos leños, se considera como la mano misma de Dios que reúne y unifica a su pueblo y, finalmente, a la humanidad entera. Las palabras del profeta las podemos aplicar a los cristianos como una exhortación a rezar, a trabajar haciendo todo lo posible para que se realice la unidad de todos los discípulos de Cristo; a trabajar para que nuestra mano sea instrumento de la mano unificadora de Dios.
Esta exhortación resulta particularmente conmovedora y apremiante en las palabras de Jesús después de la última Cena. El Señor desea que todo su pueblo camine —y ve en él a la Iglesia del futuro, de los siglos futuros— con paciencia y perseverancia hacia la realización de la unidad plena. Este empeño que comporta la adhesión humilde y obediencia dócil al mandato del Señor, que lo bendice y lo hace fecundo. El profeta Ezequiel nos asegura que será precisamente él, nuestro único Señor, el único Dios, quien nos tome en "su mano".
En la segunda parte de la lectura bíblica se profundizan el significado y las condiciones de la unidad de las distintas tribus en un solo reino. En la dispersión entre los gentiles, los israelitas habían conocido cultos erróneos, habían asimilado concepciones de vida equivocadas, habían asumido costumbres ajenas a la ley divina. Ahora el Señor declara que ya no se contaminarán más con los ídolos de los pueblos paganos, con sus abominaciones, con todas sus iniquidades (cf. Ez 37, 23). Reclama la necesidad de liberarlos del pecado, de purificar su corazón. "Los libraré de todas sus rebeldías —afirma—, los purificaré". Y así "serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez37, 23). En esta condición de renovación interior, ellos "seguirán mis mandamientos, observarán mis leyes y las pondrán en práctica". Y el texto profético se concluye con la promesa definitiva y plenamente salvífica: "Haré con ellos una alianza de paz... pondré mi santuario, es decir, mi presencia, en medio de ellos" (Ez 37, 26).
La visión de Ezequiel es particularmente elocuente para todo el movimiento ecuménico, porque pone en claro la exigencia imprescindible de una renovación interior auténtica en todos los componentes del pueblo de Dios que sólo el Señor puede realizar. A esta renovación debemos estar abiertos también nosotros, porque también nosotros, desperdigados entre los pueblos del mundo, hemos aprendido costumbres muy alejadas de la Palabra de Dios. "Así como hoy la renovación de la Iglesia —se lee en el decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II— consiste esencialmente en el crecimiento de la fidelidad a su vocación, esta es sin duda la razón del movimiento hacia la unidad" (Unitatis redintegratio, 6), es decir, la mayor fidelidad a la vocación de Dios. El decreto subraya también la dimensión interior de la conversión del corazón. "El ecumenismo verdadero —añade— no existe sin la conversión interior, porque el deseo de la unidad nace y madura de la renovación de la mente, de la abnegación de sí mismo y del ejercicio pleno de la caridad (ib., 7). La "Semana de oración por la unidad" se convierte, de esta forma, para todos nosotros en estímulo a una conversión sincera y a una escucha cada vez más dócil a la Palabra de Dios, a una fe cada vez más profunda.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de enero de 2009
No nos quedemos, pues, en las limitadas y erradas interpretaciones de salvación intramundana propias del sionismo y de sus seguidores evangélicos; sino aprendamos de mano de la Iglesia el verdadero y trascendente significado de estas profecías que nos encaminan a la Vida Eterna en la Unidad de Cristo.
Que Dios te bendiga