San Jerónimo

Espacio para profundizar en las Sagradas Escrituras de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia católica logrando así animar a muchos católicos a leer más frecuentemente la Biblia aclarando dudas de interpretación y conseguir un conocimiento más fructífero de la misma

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San Jerónimo

Notapor Christophorus » Dom Abr 10, 2011 3:53 am

Iniciemos este foro, hablando sobre nuestro Santo Patrón.

El tema estará compuesto por tres artículos principales:

Saltet, Louis. "St. Jerome." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910

Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 7 de noviembre de 2007 en la que presentó a San Jerónimo: su vida

Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 14 de noviembre de 2007 en la que presentó a San Jerónimo: sus enseñanzas

Y un artículo para complementar:

Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo

Bendiciones
Christophorus
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Re: San Jerónimo

Notapor Christophorus » Dom Abr 10, 2011 3:57 am

San Jerónimo, de Saltet Louis

Su Vida

Nació en Estridón, ciudad ubicada en los límites entre Dalmacia y Panonia, aproximadamente entre los años 340 y 342; murió en Belén el 30 de septiembre del 420.

Viajó a Roma, probablemente por el año 360, donde fue bautizado y se convirtió en un estudioso de los temas eclesiásticos. De Roma viajó a Tréveris, ciudad famosa por sus escuelas, y ahí comenzó sus estudios teológicos. Más tarde se dirigió a Aquileya, y hacia el 373 salió en un viaje hacia el Este. Se asentó primeramente en Antioquía, en donde escuchó hablar a Apolinar de Laodicea, uno de los principales exégetas de aquel tiempo y que aun no estaba separado de la Iglesia. Desde el 374 hasta el 379 Jerónimo llevó una vida ascética en el desierto de Calcis, al sur-oeste de Antioquía. Ordenado sacerdote en Antioquía, viajó a Constantinopla (en el 380-381), donde surgió una amistad entre él y San Gregorio de Nazianzo. Desde el 382 hasta agosto del 385 se estableció temporalmente en Roma, no lejos del Papa Dámaso. A la muerte de este último (el 11 de diciembre del 384), su posición comenzó a hacerse difícil. Sus severas críticas le ganaron enemigos resentidos que buscaron la manera de perjudicarlo. Después de algunos meses, se vio obligado a salir de Roma. De camino entre Antioquía y Alejandría, llegó a Belén en el 386. Se estableció ahí en un monasterio cercano a un convento fundado por dos damas Romanas: Paula y Eustoquia, quienes lo siguieron a Palestina. De ahí en adelante llevó una vida de ascetismo y estudio; pero aun entonces se vio envuelto en problemas por sus controversias, de las cuales hablaremos más adelante, una con Rufino y la otra con los Pelagianos.

Cronología

La actividad literaria de San Jerónimo, aunque bastante prolífica, puede ser resumida bajo algunos pocos títulos principales: trabajos en la Biblia; controversias teológicas, trabajos históricos; diversas cartas; traducciones. Pero es, quizás, la cronología de sus escritos más importantes, la que nos permitirá seguir más fácilmente el desarrollo de sus estudios.

Un primer periodo se extiende hasta su estancia temporal en Roma (382), es un tiempo de preparación. De esta etapa tenemos la traducción de las homilías de Orígenes sobre Jeremías, Ezequiel e Isaías (379 al 381), y casi al mismo tiempo la traducción de la Crónica de Eusebio; y la "Vita S. Pauli, prima eremitae" (374 al 379).

Un segundo periodo abarca desde su estancia en Roma hasta el inicio de la traducción del Antiguo Testamento Hebreo (382 al 390). Durante esta época la vocación exegética de San Jerónimo se reafirmó bajo la influencia del Papa Dámaso, y tomó su forma definitiva cuando la oposición de los eclesiásticos de Roma obligó al cáustico Dálmata a renunciar a su desarrollo eclesiástico y retirarse a Belén. En el 384 tenemos la corrección de la versión Latina de los Cuatro Evangelios; en el 385, las Epístolas de San Pablo; en el 384, una primera revisión de los Salmos Latinos, de acuerdo al texto aceptado de la Septuaginta (Salterio Romano); en el 384, la revisión de la ver-sión Latina del Libro de Job, después de la versión aceptada en la Septuaginta; entre el 386 y el 391, una segunda revisión del Salterio Latino, esta vez teniendo delante el texto griego de la "Hexapla" de Orígenes (llamado Salterio Galicano, contenido en la Vulgata). Es dudoso si él re-visó la versión entera del Antiguo Testamento de acuerdo al Griego de la Septuaginta. Del 382 al 383 redactó "Altercatio Luciferiani et Orthodoxi" y "De Perpetua Virginitate B. Mariae; adversus Helvidium". Del 387 al 388, comentarios sobre las Epístolas a Filemón, a los Gálatas, a los Efesios y a Tito; y entre el 389 al 390 sobre el Eclesiastés.

Entre el 390 y el 405, San Jerónimo concentró toda su atención en la traducción del Antiguo Tes-tamento del Hebreo, pero esta obra la alternó con muchos otros trabajos. Entre el 390 y el 394 tradujo los Libros de Samuel y de los Reyes, Job, Proverbios, Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Esdras y Paralipómenos. En el 390 tradujo el tratado "De Spiritu Sancto" de Dídimo de Ale-jandría; en el 389 al 390 esbozó sus trabajos "Quaestiones hebraicae in Genesim" y "De interpre-tatione nominum hebraicorum". En el 391 al 392 escribió la "Vita S. Hilarionis", la "Vita Malchi, monachi captivi", y comentarios sobre Nahúm, Miqueas, Sofonías, Ageo y Habacuc. Del 392 al 393, "De viris illustribus", y "Adversus Jovinianum"; en el 395, comentarios sobre Jonás y Abdías; en el 398, revisión del resto de la versión Latina del Nuevo Testamento, y por la misma época comentarios de los capítulos xiii-xxiii de Isaías; en el 398, un trabajo inconcluso "Contra Joannem Hierosolymitanum"; en el 401, "Apologeticum adversus Rufinum"; entre los años 403 al 406, "Contra Vigilantium"; finalmente, del 398 al 405, completó la traducción del Antiguo Testamento del Hebreo. En la última etapa de su vida, del 405 al 420, retomó la serie de sus comentarios que había interrumpido durante siete años. En el 406 comentó sobre Oseas, Joel, Amós, Zacarías y Malaquías; en el 408, sobre Daniel; del 408 al 410, sobre el resto de Isaías; del 410 al 415, sobre Ezequiel; del 415 al 420 sobre Jeremías. Del 401 al 410, fecha en que dejó de hacer sus sermones; tratados sobre San Marcos, homilías sobre los Salmos, sobre varios temas y sobre los Evangelios; en el 415, "Dialogi contra Pelagianos".

Características de la obra de San Jerónimo

San Jerónimo debe su lugar en la historia de los estudios exegéticos principalmente a sus revisiones y traducciones de la Biblia. Hasta alrededor de los años 391 y 392, él consideró la traducción de la Septuaginta como inspirada. Pero el progreso de sus estudios Hebraicos y sus relaciones con rabinos le hicieron abandonar esa idea, reconociendo como inspirado únicamente el texto original. Fue alrededor de este periodo que emprendió la traducción del Antiguo Testamento del Hebreo. Pero su reacción contra las ideas de su tiempo fue demasiado lejos, y se hizo blanco de reproches por no tener en suficiente consideración la Septuaginta. Esta última versión fue elaborada desde un texto hebreo, mucho más antiguo y más puro, que el que estaba en uso a finales del siglo cuarto. Por lo tanto, era necesario tomar en cuenta la Septuaginta en cualquier intento de restauración del texto del Antiguo Testamento. Con esta excepción, debemos admitir la excelencia de la traducción llevada a cabo por San Jerónimo.

Sus comentarios representan una enorme cantidad de trabajo pero de un valor bastante desigual. Muy a menudo trabajó con excesiva rapidez; además, él consideraba un comentario como un trabajo de recopilación, y su mayor cuidado era acumular las interpretaciones de sus predecesores, en lugar de emitir un juicio sobre ellos. La obra "Quaestiones hebraicae in Genesim" constituye uno de sus mejores trabajos, ya que es una búsqueda filológica con respecto al texto original. Esto disculpa el que no haya podido continuar, como había sido su intención, con un estilo de trabajo completamente novedoso para la época. Aunque a menudo impuso su deseo de evitar el uso excesivo de las alegorías, sus esfuerzos en este sentido estuvieron lejos de tener éxito, y en sus últimos años se avergonzó de algunas de sus primeras explicaciones alegóricas. Él mismo decía que había que recurrir al significado alegórico solamente cuando se era incapaz de descubrir el sentido literal. Su tratado "De interpretatione nominum hebraicorum" no es más que una colección de significados místicos y simbólicos.

Exceptuando su "Commentarius in ep. ad Galatas", que es uno de los mejores, sus explicaciones del Nuevo Testamento no son de mucho valor. Entre sus comentarios sobre el Antiguo Testamento, destacan aquellos sobre Amós, Isaías y Jeremías; aunque hay algunos francamente malos, como por ejemplo los de Zacarías, Oseas y Joel.

En resumidas cuentas, el conocimiento Bíblico de San Jerónimo lo coloca en primer sitio entre los exégetas antiguos. En primer lugar, fue muy cuidadoso con sus fuentes de información; exigía del exégeta un conocimiento bastante amplio sobre la historia sagrada y profana, así como de la lingüística y la geografía de Palestina. Nunca aceptó ni rechazó categóricamente los libros deuterocanónicos como parte del Canon de la Escritura, de los cuales hacía uso constante. Sobre la inspiración, la existencia de un sentido espiritual y la ine-rrancia (ausencia de error) en la Biblia, sostuvo la doctrina tradicional. Posiblemente él insistió más que otros sobre la parte que corresponde al escritor sagrado al colaborar en el trabajo inspi-rado. Su crítica no deja de ser original. La controversia con los Judíos y con los Paganos hacía mucho tiempo que había llamado la atención de los Cristianos sobre ciertas dificultades en la Biblia. San Jerónimo respondió de varias maneras. Sin mencionar sus aclaraciones sobre este o aquel problema, apeló sobre todo al principio de que, el texto original de las Escrituras, es el úni-co inspirado y libre de error. Por lo tanto, uno debe determinar si el texto, en el cual surgen los problemas, no ha sido alterado por el copista. Más aun, cuando los escritores del Nuevo Testa-mento citaban el Antiguo Testamento, no lo hacían de acuerdo a la letra sino de acuerdo al espíri-tu. Existen muchas sutilezas y hasta contradicciones en las explicaciones que San Jerónimo ofrece, pero debemos tener en mente su evidente sinceridad. No trata de encubrir su ignorancia, sino que admite la existencia de muchos problemas en la Biblia, por lo que a veces parecerá totalmente avergonzado. Finalmente, él declara un principio, el cual, si es reconocido como legítimo, podría servir para revalorizar las carencias de su crítica. Él sostiene que, en la Biblia, no existe error material debido a la ignorancia o descuido del escritor sagrado, pero agrega: "Es común para el historiador sagrado adaptarse a la opinión generalmente aceptada por las masas en su tiempo" (P.L., XXVI, 98; XXIV, 855).

Entre los trabajos históricos de San Jerónimo cabe destacar la traducción y continuación de la obra "Chronicon Eusebii Caesariensis", dado que la continuación escrita por él, la cual abarca desde el año 325 hasta el 378, sirvió como modelo para la redacción de los anales hechos por los cronistas de la Edad Media, con la consiguiente transmisión de defectos en sus obras: sobreabundancia de datos sin importancia, y falta de proporción y sentido histórico. La " Vita S. Pauli, prima eremitae" no es un documento muy confiable. La "Vita Mal-chi, monachi captivi" es un elogio a la castidad, entretejido a través de un número de episodios legendarios. Del mismo modo, la "Vita S. Hilarionis" se ha visto afectada por el contacto con las obras precedentes. Se ha afirmado que las travesías de San Hilario son un plagio de algunas viejas narraciones de viajes. Pero estas objeciones son del todo equivocadas, puesto que esta obra es un trabajo realmente confiable. El tratado "De viris illustribus" es una historia de gran calidad literaria. Fue escrita con una intención apologética para probar que la Iglesia había producido hombres de gran erudición. Para la historia de los tres primeros siglos, Jerónimo dependió en gran medida de Eusebio, de cuyos comentarios se apropió, distorsionándolos a menudo, debido a la rapidez con que trabajaba. No obstante, sus relaciones de autores del siglo cuarto son de gran valor.

Su obra homilética consta de aproximadamente cien homilías o tratados cortos, y en esta faceta el Solitario de Belén brilla con luz propia. Es un monje que se dirige a los monjes, no sin hacer alusiones obvias a los sucesos contemporáneos. El orador se alarga y se disculpa por ello. Despliega un maravilloso conocimiento de las versiones y contenidos de la Biblia. Sus alegorías son excesivas en ocasiones, y su enseñanza sobre la gracia es Semipelagiana. Un espíritu crítico contra la autoridad, una simpatía por los pobres que llega al extremo de mostrar una abierta hostilidad hacia los ricos, carencia de buen gusto, inferioridad de estilo, citas erróneas, son los defec-tos más notorios de esos sermones. Evidentemente estas son notas tomadas por sus oyentes, por lo que cabe preguntarse si fueron ellos los examinados por el predicador.

La correspondencia de San Jerónimo es una de las partes mejor conocidas de su producción literaria. Comprende aproximadamente ciento veinte cartas suyas y varias de sus correspondentes. Muchas de estas cartas fueron escritas con la intención de publicarse, y en varias de ellas el autor incluso se corri-ge a sí mismo, mostrando, por tanto, evidencia de un gran cuidado y destreza en su composición, y en las que San Jerónimo se revela a sí mismo como un maestro del estilo. Estas cartas, que ya antes habían encontrado un gran éxito entre sus contemporáneos, han sido, con las "Confesiones" de San Agustín, uno de los trabajos más apreciados por los humanistas del Renacimiento. Aparte del interés literario tienen un gran valor histórico. Al describir un periodo que cubre medio siglo, abordan los más variados temas; hay cartas que tratan sobre teología, polémica, crítica, conducta y biografía. A pesar de su vocabulario ampuloso están llenas de la personalidad del hombre. Es en esta correspondencia que el temperamento de San Jerónimo es más claramente expuesto; su volubilidad, su tendencia a los extremos, su sensibilidad excesiva; cómo pasaba de ser exquisitamente refinado a ser amargamente satírico, su abierta sinceridad al opinar sobre otros e igualmen-te franco al hablar sobre sí mismo.

Los escritos teológicos de San Jerónimo son en su mayoría controversiales, y casi podría decirse que fueron hechos para la ocasión. Falló como teólogo por no aplicarse él mismo una metodología personal en cuestiones doctrinales. En sus controversias simplemente era el intérprete de la doctrina eclesiástica aceptada. Comparado con San Agustín, su inferioridad en el alcance y la originalidad de su punto de vista es muy evidente.

Su "Diálogo" contra los Luciferianos trata con una secta cismática cuyo fundador fue Lucifer, Obispo de Cagliari, en Sardinia. Los Luciferianos rehusaron responder afirmativamente a la medida de cle-mencia por la cual, la Iglesia, desde el Concilio de Alejandría, en el 362, había permitido a los obispos que se habían adherido al Arrianismo, cumplir con sus deberes con la condición de que profesaran el Credo de Nicea. Esta secta rigorista tenía adeptos por todas partes, y hasta en la misma Roma era muy problemática. Contra ellos escribió Jerónimo su "Diálogo", un trabajo con sarcasmo mordaz, pero no siempre acertado en su contenido doctrinal, especialmente en lo referente al Sacramento de la Confirmación.

El libro "Adversus Helvidium" es casi de la misma época. Elvidio sostenía los dos siguientes principios:
María tuvo hijos de José después del nacimiento virginal de Jesucristo;
desde un punto de vista religioso, el estado matrimonial no es inferior al celibato.

Vehementes ruegos motivaron a Jerónimo a contestar. Por ello debatió sobre los varios textos del Evangelio, que, como se afirmaba, contenían las objeciones a la virginidad perpetua de María. Si bien no encontró respuestas positivas sobre todos los puntos, su trabajo, a pesar de todo, mantiene un lugar bastante confiable en la historia de la exégesis Católica sobre estos cuestionamientos.

Lo relativo a la dignidad de la virginidad y el matrimonio, discutido en el libro contra Elvidio, fue tratado de nuevo en el libro "Adversus Jovinianum", escrito casi diez años más tarde. Jerónimo reconoce la legitimidad del matrimonio, pero utiliza al respecto ciertas expresiones despectivas, por las cuales fue criticado por sus contemporáneos y por las que no pudo ofrecer una explicación satisfactoria. Joviniano era más peligroso que Elvidio. Aunque él no enseñó exactamente la salvación por la sola fe y la inutilidad de las buenas obras, hizo demasiado fácil el camino a la salvación y despreció una vida de ascetismo. Jerónimo retomó cada uno de estos puntos.

La "Apologetici adversus Rufinum" trató con las controversias Origenísticas. San Jerónimo se vio envuelto en uno de los episodio más violentos de esa lucha, que agitó la Iglesia durante toda la vida de Orígenes hasta el Quinto Concilio Ecuménico (553). El punto de discusión fue determinar si ciertas doctrinas profesadas por Orígenes, y otras enseñadas por algunos de sus seguidores paganos podían ser aceptadas. En este caso, los problemas doctrinales se hicieron más amargos por diferencias entre San Jerónimo y su antiguo amigo, Rufino. Para entender la posición de de San Jerónimo debemos recordar que los trabajos de Orígenes eran, por mucho, la más completa colección exegética que existía en ese entonces, y la más accesible a los estudiantes. De ahí que la tendencia a usarlos fuera de lo más natural, y, evidentemente, San Jerónimo lo hizo al igual que muchos otros. Pero debemos distinguir cuidadosamente entre los escritores que hicieron uso de Orígenes y aquellos que se adhirieron a sus doctrinas. Esta distinción es particularmente necesaria con San Jerónimo, cuya manera de trabajar era muy rápida, y consistía en copiar las interpretaciones de anteriores exégetas sin ningún examen crítico sobre ellas. No obstante, es cierto que San Jerónimo valoraba tanto y utilizaba el trabajo de Orígenes, que llegó, incluso, a transcribir pasajes erró-neos sin las debidas reservas. Pero también resulta evidente que nunca se adhirió ni al pensamiento ni a la metodología de las doctrinas Origenistas.

Bajo estas circunstancias fue que Rufino, quien era un Origenista genuino, lo llamó para que justificara su uso de Orígenes, y las explica-ciones que dio no estuvieron exentas de vergüenza. A esta distancia de tiempo, se requeriría un estudio muy fino y detallado del asunto para determinar las bases reales de la confrontación. No obstante que así fuera, Jerónimo sería acusado de utilizar un lenguaje imprudente y un método de trabajo bastante apresurado. Con un temperamento como el suyo, y seguro de su indudable ortodoxia en lo referente al Origenismo, naturalmente se habría sentido tentado a justificarlo todo. Esto provocó la controversia más amarga con su astuto adversario, Rufino. Pero, en general, la posición de Jerónimo es, por mucho, la más fuerte de las dos, aun a los ojos de sus contemporáneos. Se ha aceptado que en este enfrentamiento, Rufino fue el culpable. Fue él quien provocó el conflicto en el cual él mismo demostró ser una persona de miras estrechas, confuso, ambicioso y hasta timorato. San Jerónimo, cuya actitud no siempre es irreprochable, es muy superior a él.

Vigilancio, el sacerdote Gascón contra el cual Jerónimo escribió un tratado, estaba en desacuerdo con las costumbres eclesiásticas, más que con aspectos doctrinales. Lo que él rechazaba principalmente era la vida monástica y la veneración de los santos y las reliquias. Pronto, Elvidio, Joviniano y Vigilancio fueron los voceros de un movimiento contra el ascetismo que se había desarrollado a lo largo del siglo cuarto. Es posible observar la influencia de esa misma reacción en la doctrina del monje Pelagio, quien dio su nombre a la principal herejía surgida sobre la gracia: Pelagianismo. Sobre este tema escribió Jerónimo su "Dialogi contra Pelagianos". Certero en lo referente a la doctrina del pecado original, el autor lo es mucho menos cuando determina la parte de Dios y la del hombre en el acto de la justificación. Por lo general sus ideas son Semipelagianas: los méritos del hombre antes que la gracia; una fórmula que pone en peligro el principio de la libertad absoluta como don de la gracia.

El libro "De situ et nominibus locorum hebraicorum" es una traducción del "Onomasticon" de Eusebio, al cual el traductor a añadido algunas adiciones y correcciones. Las traducciones de las "Homilias" de Orígenes varian en carácter según el tiempo en que fueron escritas. Al paso del tiempo, Jerónimo se hace más experto en el arte de la traducción, y abandona la tendencia a paliar, como lo había estado haciendo, ciertos errores en la doctrina de Orígenes. Mención especial merece la traducción de las homilías "In Canticum Canticorum", cuyo original en Griego se ha perdido.

Las obras completas de San Jerónimo se pueden encontrar en P.L., XXII-XXX.

(Nota del traductor: parece que la antigua ciudad de Estridón corresponde a la actual Ljubljana, capital de la República de Eslovenia, país ubicado entre Croacia, Hungría y Austria, y cuyos territorios formaban parte de las provincias romanas de Dalmacia y Panonia).
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Re: San Jerónimo

Notapor Christophorus » Dom Abr 10, 2011 3:58 am

San Jerónimo en las audiencias de Benedicto XVI (I)
Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 7 de noviembre de 2007 en la que presentó a San Jerónimo: su vida

Hoy concentraremos nuestra atención en san Jerónimo, un padre de la Iglesia que puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se comprometió a vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar de su conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza.

Jerónimo nació en Estridón en torno al año 347 de una familia cristiana, que le dio una fina formación, enviándole a Roma para que perfeccionara sus estudios. Siendo joven sintió el atractivo de la vida mundana (Cf. Epístola 22,7), pero prevaleció en él el deseo y el interés por la religión cristiana.

Tras recibir el bautismo, hacia el año 366, se orientó hacia la vida ascética y, al ir a vivir a Aquileya, se integró en un grupo de cristianos fervorosos, definido por el como una especie de «coro de bienaventurados» (Chron. ad ann. 374) reunido alrededor del obispo Valeriano.

Se fue después a Oriente y vivió como eremita en el desierto de Calcide, en el sur de Alepo (Cf. Epístolas 14,10), dedicándose seriamente al estudio. Perfeccionó el griego, comenzó a estudiar hebreo (Cf. Epístola 125,12), trascribió códigos y obras patrísticas (Cf. Epístolas 5, 2). La meditación, la soledad, el contacto con la Palabra de Dios maduraron su sensibilidad cristiana.

Sintió de una manera más aguda el peso de su pasado juvenil (Cf. Epístola 22, 7), y experimentó profundamente el contraste entre la mentalidad pagana y la cristiana: un contraste que se ha hecho famoso a causa de la dramática y viva «visión» que nos dejó en una narración. En ella le pareció sentir que era flagelado en presencia de Dios, porque era «ciceroniano y no cristianx|o» (Cf. Epístola 22, 30).

En el año 382 se fue a vivir a Roma: aquí, el Papa Dámaso, conociendo su fama de asceta y su competencia como estudioso, le tomó como secretario y consejero; le alentó a emprender una nueva traducción latina de los textos bíblicos por motivos pastorales y culturales.

Algunas personas de la aristocracia romana, sobre todo mujeres nobles como Paula, Marcela, Asela, Lea y otras, que deseaban empeñarse en el camino de la perfección cristiana y de profundizar en su conocimiento de la Palabra de Dios, le escogieron como su guía espiritual y maestro en el método de leer los textos sagrados. Estas mujeres tamben aprendieron griego y hebreo.

Después de la muerte del Papa Dámaso, Jerónimo dejó Roma en el año 385 y emprendió una peregrinación, ante todo a Tierra Santa, silenciosa testigo de la vida terrena de Cristo, y después a Egipto, tierra elegida por muchos monjes (Cf. «Contra Rufinum» 3,22; Epístola 108,6-14).

En el año 386 se detuvo en Belén, donde gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, se construyeron un monasterio masculino, uno femenino, y un hospicio para los peregrinos que viajaban a Tierra Santa, «pensando en que María y José no habían encontrado albergue» (Epístola 108,14).

Se quedó en Belén hasta la muerte, continuando una intensa actividad: comentó la Palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor a las herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. Falleció en su celda, junto a la gruta de la Natividad, el 30 de septiembre de 419/420.

La formación literaria y su amplia erudición permitieron a Jerónimo revisar y traducir muchos textos bíblicos: un precioso trabajo para la Iglesia latina y para la cultura occidental. Basándose e los textos originales en griego y en hebreo, comparándolos con las versiones precedentes, revisó los cuatro evangelios en latín, luego los Salmos y buena parte del Antiguo Testamento.

Teniendo en cuenta el original hebreo y el griego de los Setenta, la clásica versión griega del Antiguo Testamento que se remonta a tiempos precedentes al cristianismo, y de las precedentes versiones latinas, Jerónimo, ayudado después por otros colaboradores, pudo ofrecer una traducción mejor: constituye la así llamada «Vulgata», el texto «oficial» de la Iglesia latina, que fue reconocido como tal en el Concilio de Trento y que, después de la reciente revisión, sigue siendo el texto «oficial» de la Iglesia en latín.

Es interesante comprobar los criterios a los que se atuvo el gran biblista en su obra de traductor. Los revela él mismo cuando afirma que respeta incluso el orden de las palabras de las Sagradas Escrituras, pues en ellas, dice, «incluso el orden de las palabras es un misterio» (Epístola 57,5), es decir, una revelación.

Confirma, además, la necesidad de recurrir a los textos originales: «En caso de que surgiera una discusión entre los latinos sobre el Nuevo Testamento a causa de las lecciones discordantes de los manuscritos, recurramos al original, es decir, al texto griego en el que se escribió el Nuevo Pacto. Lo mismo sucede con el Antiguo Testamento, si hay divergencia entre los textos griegos y latinos, recurramos al texto original, el hebreo; de este modo, todo lo que surge del manantial lo podemos encontrar en los riachuelos» (Epístola 106,2).

Jerónimo, además, comentó también muchos textos bíblicos. Para él los comentarios tienen que ofrecer opiniones múltiples, «de manera que el lector prudente, después de haber leído las diferentes explicaciones y de haber conocido múltiples pareceres —que tiene que aceptar o rechazar— juzgue cuál es el más atendible y, como un experto agente de cambio, rechaza la moneda falsa» («Contra Rufinum» 1,16).

Confutó con energía y vivacidad a los herejes que no aceptaban la tradición y la fe de la Iglesia. Demostró también la importancia y la validez de la literatura cristiana, convertida en una auténtica cultura que para entonces ya era digna de ser confrontada con la clásica: lo hico redactando «De viris illustribus», una obra en la que Jerónimo presenta las biografías de más de un centenar de autores cristianos.

Escribió biografías puras de monjes, ilustrando junto a otros itinerarios espirituales el ideal monástico; además, tradujo varias obras de autores griegos. Por último, en el importante Epistolario, auténtica obra maestra de la literatura latina, Jerónimo destaca por sus características de hombre culto, asceta y guía de las almas.

¿Qué podemos aprender de san Jerónimo? Sobre todo me parece lo siguiente: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: «Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo». Por ello es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura.

Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, tiene que darse un diálogo realmente personal, pues Dios habla con cada uno de nosotros a través de la Sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno. No tenemos que leer la Sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como Palabra de Dios que se nos dirige también a nosotros y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor.

Pero para no caer en el individualismo tenemos que tener presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para edificar comunión, para unirnos en la verdad de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, a pesar de que siempre es una palabra personal, es también una Palabra que edifica la comunidad, que edifica a la Iglesia. Por ello tenemos que leerla en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que al celebrar la Palabra y al hacer presente en el Sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros.

No tenemos que olvidar nunca que la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos por tanto en nosotros la vida eterna.

Concluyo con una frase dirigida por san Jerónimo a san Paulino de Nola. En ella, el gran exegeta expresa precisamente esta realidad, es decir, en la Palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. San Jerónimo dice: «Tratemos de aprender en la tierra esas verdades cuya consistencia permanecerá también en el tiempo» (Epístola 53,10).
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Re: San Jerónimo

Notapor Christophorus » Dom Abr 10, 2011 4:00 am

San Jerónimo en las audiencias de Benedicto XVI (II)
Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 14 de noviembre de 2007 en la que presentó a San Jerónimo: sus enseñanzas

Continuamos hoy presentando la figura de san Jerónimo. Como dijimos el miércoles pasado, dedicó su vida al estudio de la Biblia, hasta el punto de que fue reconocido por mi predecesor, el Papa Benedicto XV, como «eminente doctor en la interpretación de las Sagradas Escrituras». Jerónimo subrayaba la alegría y la importancia de familiarizarse con los textos bíblicos: «¿No te parece que estás —ya aquí, en la tierra— en el reino de los cielos, cuando se vive entre estos textos, cuando se medita en ellos, cuando no se busca otra cosa?» (Epístola 53, 10). En realidad, dialogar con Dios, con su Palabra, es en un cierto sentido presencia del Cielo, es decir, presencia de Dios. Acercarse a los textos bíblicos, sobre todo al Nuevo Testamento, es esencial para el creyente, pues «ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Es suya esta famosa frase, citada por el Concilio Vaticano II en la constitución «Dei Verbum» (n. 25).

«Enamorado» verdaderamente de la Palabra de Dios, se preguntaba: «¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?» (Epístola 30, 7). La Biblia, instrumento «con el que cada día Dios habla a los fieles» (Epístola 133, 13), se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana para todas las situaciones y para toda persona.

Leer la Escritura es conversar con Dios: «Si rezas —escribe a una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla» (Epístola 22, 25). El estudio y la meditación de la Escritura hacen sabio y sereno al hombre (Cf. «In Eph.», prólogo). Ciertamente para penetrar de una manera cada vez más profunda en la Palabra de Dios se necesita una aplicación constante y progresiva. Por este motivo, Jerónimo recomendaba al sacerdote Nepociano: «Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, que el Libro no se caiga nunca de tus manos. Aprende en él lo que tienes que enseñar» (Epístola 52, 7). A la matrona romana, Leta, le daba estos consejos para la educación cristiana de su hija: «Asegúrate de que estudie todos los días algún pasaje de la Escritura… Que acompañe la oración con la lectura, y la lectura con la oración… Que ame los Libros divinos en vez de las joyas y los vestidos de seda» (Epístola 107,9.12). Con la meditación y la ciencia de las Escrituras se «mantiene el equilibrio del alma» («Ad Eph.», pról.). Sólo un profundo espíritu de oración y la ayuda del Espíritu Santo pueden introducirnos en la comprensión de la Biblia: «Al interpretar la Sagrada Escritura siempre tenemos necesidad de la ayuda del Espíritu Santo» («In Mich.», 1,1,10,15).

Un amor apasionado por las Escrituras caracterizó por tanto toda la vida de Jerónimo, un amor que siempre trató de suscitar en los fieles. Recomendaba a una de sus hijas espirituales: «Ama la Sagrada Escritura y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias. Que sea para ti como tus collares y tus pendientes» (Epístola 130, 20). Y añadía: «Ama la ciencia de la Escritura, y no amarás los vicios de la carne» (Epístola 125,11).

Para Jerónimo, un criterio metodológico fundamental en la interpretación de las Escrituras era la sintonía con el magisterio de la Iglesia. Por nosotros mismos nunca podemos leer la Escritura. Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores. La Biblia fue escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente con el «nosotros» en el núcleo de la verdad que Dios mismo nos quiere comunicar. Para él una auténtica interpretación de la Biblia tenía que estar siempre en armonía con la fe de la Iglesia católica. No se trata de una exigencia impuesta a este libro desde el exterior; el Libro es precisamente la voz del Pueblo de Dios que peregrina y sólo en la fe de este Pueblo podemos estar, por así decir, en el tono adecuado para comprender la Sagrada Escritura. Por este motivo, Jerónimo alentaba: «Permanece firmemente unido a la doctrina de la tradición que te ha sido enseñada para que puedas exhortar según la sana doctrina y refutar a quienes la contradicen» (Epístola 52,7). En particular, dado que Jesucristo fundó su Iglesia sobre Pedro, todo cristiano, concluía, debe estar en comunión «con la Cátedra de san Pedro. Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» (Epístola 15, 2). Por tanto, con claridad, declaraba: «Estoy con quien esté unido a la Cátedra de san Pedro» (Epístola 16).

Jerónimo no descuida el aspecto ético. Con frecuencia reafirma el deber de acordar la vida con la Palabra divina. Una coherencia indispensable para todo cristiano y particularmente para el predicador, a fin de que sus acciones no contradigan sus discursos.

Así exhorta al sacerdote Nepociano: «Que tus acciones no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando prediques en la Iglesia, alguien en su intimidad comente: “¿Por qué entonces tú no actúas así?”. Curioso maestro el que, con el estómago lleno, se poner a pronunciar discursos sobre el ayuno; incluso un ladrón puede criticar la avaricia; pero en el sacerdote de Cristo la mente y la palabra deben estar de acuerdo» (Epístola 52,7).

En otra carta, Jerónimo confirma: «Aunque tenga una espléndida doctrina, es vergonzosa la persona que se siente condenada por la propia conciencia» (Epístola 127,4). Hablando de la coherencia, observa: el Evangelio debe traducirse en actitudes de auténtica caridad, pues en todo ser humano está presente la Persona misma de Cristo. Dirigiéndose, por ejemplo, al presbítero Paulino, que después llegó a ser obispo de Nola y santo, Jerónimo le da este consejo: «El verdadero templo de Cristo es el alma del fiel: adorna este santuario, embellécelo, deposita en él tus ofrendas y recibe a Cristo. ¿Qué sentido tiene decorar las paredes con piedras preciosas si Cristo muere de hambre en la persona de un pobre?» (Epístola 58,7).

Jerónimo concretiza: es necesario «vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no tienen un techo» (Epístola 130, 14). El amor por Cristo, alimentado con el estudio y la meditación, nos permite superar toda dificultad: «Si nosotros amamos a Jesucristo y buscamos siempre la unión con Él, nos parecerá fácil lo que es difícil» (Epístola 22,40).

Jerónimo, definido por Próspero de Aquitania, «modelo de conducta y maestro del género humano» («Carmen de ingratis», 57), nos ha dejado también una enseñanza rica y variada sobre el ascetismo cristiano. Recuerda que un valiente compromiso por la perfección requiere una constante vigilancia, frecuentes mortificaciones, aunque con moderación y prudencia, un asiduo trabajo intelectual o manual para evitar el ocio (Cf, Epístolas 125, 11 y 130, 15), y sobre todo la obediencia a Dios: «No hay nada que le agrade tanto a Dios como la obediencia…, que es la más excelsa de las virtudes» («Hom. de oboedientia»: CCL 78,552). Del camino ascético pueden formar también parte las peregrinaciones. En particular, Jerónimo las impulsó a Tierra Santa, donde los peregrinos eran acogidos y hospedados en edificios surgidos junto al monasterio de Belén, gracias a la generosidad de la mujer noble Paula, hija espiritual de Jerónimo (Cf. Epístola 108,14).

No hay que olvidar, por último, la contribución ofrecida por Jerónimo a la pedagogía cristiana (Cf. Epístolas 107 y 128). Se propone formar «un alma que tiene que convertirse en templo del Señor» (Epístola 107,4), una «gema preciosísima» a los ojos de Dios (Epístola 107, 13). Con profunda intuición aconseja preservarla del mal y de las ocasiones de pecado, evitar las amistades equívocas o que disipan (Cf. Epístola 107,4 y 8-9; Cf. también Epístola 128, 3-4). Exhorta sobre todo a los padres a crear un ambiente de serenidad y de alegría alrededor de los hijos, para que les estimulen en el estudio y en el trabajo, y les ayuden con la alabanza y la emulación (Cf. Epístolas 107,4 y 128,1) a superar las dificultades, favoreciendo en ellos las buenas costumbres y preservándoles de las malas porque —dice citando una frase de Publilio Siro que había escuchado en la escuela— «a duras penas lograrás corregirte de las cosas a las que te vas acostumbrando tranquilamente» (Epístola 107, 8).

Los padres son los principales educadores de los hijos, los maestros de vida. Con mucha claridad Jerónimo, dirigiéndose a la madre de una muchacha y luego al padre, advierte, como expresando una exigencia fundamental de toda criatura humana que se asoma a la existencia: «Que ella encuentre en ti a su maestra y que su inexperta adolescencia se oriente hacia ti maravillada. Que nunca vea en ti ni en su padre actitudes que la lleven al pecado. Recordad que podéis educarla más con el ejemplo que con la palabra» (Epístola 107, 9).

Entre las principales intuiciones de Jerónimo como pedagogo hay que subrayar la importancia atribuida a una sana e integral educación desde la primera infancia, la peculiar responsabilidad atribuida a los padres, la urgencia de una formación moral religiosa, la exigencia del estudio para lograr una formación humana más completa.

Además, hay un aspecto bastante descuidado en los tiempos antiguos, pero que era considerado vital por nuestro autor: la promoción de la mujer, a quien reconoce el derecho a una formación completa: humana, académica, religiosa, profesional.

Y precisamente hoy vemos cómo la educación de la personalidad en su integridad, la educación en la responsabilidad ante Dios y ante los hombres, es la auténtica condición de todo progreso, de toda paz, de toda reconciliación y de toda exclusión de la violencia. Educación ante Dios y ante el hombre: la Sagrada Escritura nos ofrece la guía de la educación y, por tanto, del auténtico humanismo.

No podemos concluir estas rápidas observaciones sobre este gran padre de la Iglesia sin mencionar la eficaz contribución que ofreció a la salvaguarda de elementos positivos y válidos de las antiguas culturas judía, griega y romana en la naciente civilización cristiana. Jerónimo reconoció y asimiló los valores artísticos, la riqueza de los sentimientos y la armonía de las imágenes presentes en los clásicos, que educan el corazón y la fantasía en los nobles sentimientos.

Sobre todo, puso en el centro de su vida y de su actividad la Palabra de Dios, que indica al hombre las sendas de la vida, y le revela los secretos de la santidad. Por todo esto precisamente en nuestros días podemos sentirnos profundamente agradecidos con san Jerónimo.
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Re: San Jerónimo

Notapor Christophorus » Dom Abr 10, 2011 4:03 am

Oficio de la lectura, 3 de Octubre, San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia.
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo
Del prólogo al comentario de San Jerónimo sobre el libro del profeta Isaías
Nums. 1.2

Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.

Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.

¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá –dice– como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo, porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y el responde: «No sé leer».

Y, si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.

Oración

Oh Dios, tú que concediste a san Jerónimo una estima tierna y viva por la sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la verdadera vida. Por nuestro Señor Jesucristo.
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Re: San Jerónimo

Notapor theobserver » Lun Abr 11, 2011 2:37 am

gran artículo sobre San Jerónimo, una de las figuras más importantes del cristianismo, y aún La Vulgata sigue estando vigente a pesar de tantos siglos.
el mensaje de amor, siempre sobrevive.
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